Ecuador: Los tiempos de Correa
Por Simon Pachano
Infolatam
Quito - El tiempo se ha convertido en la principal preocupación del presidente Rafael Correa. El tiempo entendido en sus dos significados, como dimensión cronológica y como contexto climático. Surgidos de pronto, como esos factores no previstos que suelen ocurrir frecuentemente en la política ecuatoriana, ambas acepciones se han juntado y han producido la primera situación medianamente complicada para el gobierno. En las últimas semanas el clima se ha convertido en un factor político que altera los ritmos previamente marcados por el Presidente tanto para su gobierno como para la Asamblea Constituyente.
En efecto, las inundaciones ocurridas en varias regiones del país, pero de manera especial en la Costa, han generado demandas y necesidades que no estuvieron contempladas en la agenda política. La dimensión que han alcanzado (con más de la cuarta parte del país bajo el agua) ha obligado a que el conjunto del aparato gubernamental se vuelque sobre este problema y, en particular, a que el Presidente abandone por lo menos temporalmente su frenética actividad de búsqueda de respaldo popular.
Pocos días antes de que el temporal alcanzara los niveles de gravedad que ha mostrado en las últimas semanas, reiteró su decisión de dedicarse por entero y durante todo su mandato gubernamental a una campaña política orientada a fortalecer su proyecto político. La construcción del socialismo del siglo XXI requiere más de su presencia y de su actividad personal que de las instituciones que puedan nacer de la Asamblea. Huérfano de un partido político y de estructuras que le aseguren la continuidad, sabe perfectamente que su futuro depende de su voluntad, tanto de lo que haga como de lo que deje de hacer. La emergencia, en la que debe concentrar todas las energías de su gobierno y a la que debe atender personalmente, se transforma entonces en un escollo en ese camino.
Es ahí cuando aparece la otra dimensión del tiempo, aquella que se expresa en la inusual importancia que cobra cada mes, cada día e incluso cada hora que pasa. El punto central en este aspecto se encuentra en los cálculos que se hacen en torno al referéndum que decidirá el destino de la nueva Constitución. El interés del gobierno es que este se realice en junio o julio, de manera que las elecciones generales -que se supone serían convocadas una vez que entre en vigencia la nueva Constitución- se efectúen dentro del presente año.
El apuro se deriva del descenso observado durante los últimos meses en la aprobación de la gestión del Presidente y de la Asamblea. Las encuestas muestran una tendencia a la baja, que puede agravarse por los efectos de las inundaciones. La calificación de la actuación ante al fenómeno climático es negativa y existe la percepción generalizada de que no hubo previsión -ni siquiera en la asignación de equipos y recursos a los organismos del monitoreo climático, que hubieran permitido contar con las alertas necesarias- y que la reacción fue tardía.
Por tanto, el gobierno requiere que la Asamblea pise el acelerador a fondo y que produzca el texto constitucional hasta la fecha emblemática del 24 de mayo. No es imposible ni siquiera difícil que lo haga, a pesar de que en los noventa días que han transcurrido desde su instalación no ha aprobado un solo artículo. Es probable que los equipos gubernamentales provean textos con artículos completos y que se cumpla así con el ansiado plazo. Pero ese sería el paso más negativo para la imagen de la Asamblea y consecuentemente para la nueva constitución, ya que esta nacería sin la legitimidad de origen que requiere cualquier carta política.
En consecuencia, Rafael Correa debe resolver el dilema que se le plantea en términos de tiempo: apurar el plazo para evitar que el desgaste de la imagen presidencial ponga en riesgo el resultado del referéndum y tener una Constitución carente de legitimidad o, por el contrario, dejar que la Asamblea se tome el tiempo necesario para asegurar la calidad y la vigencia del producto final. Considerando que hasta ahora todas sus decisiones de han guiado por las necesidades electorales, se puede suponer que se inclinará por la primera opción. Lo que cuenta ahora es el resultado del referéndum y de la elección en la que se presentará para un segundo mandato.
Por el momento parece imposible que el resultado del referéndum pueda ser negativo. Pero no deja de ser sintomática la preocupación presidencial por los tiempos. Por el cronológico y por el climático. Ambos juegan en contra de ese resultado.
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