Carlos Pascual. Una caída diplomática
Un recuento puntual de las acciones, declaraciones y filtraciones del embajador estadunidense en México, que llevaron a su distanciamiento del gobierno de Felipe Calderón y a su final remoción del cargo.
Pocos hubieran apostado en enero pasado a que la Embajada del país más poderoso del mundo en México habría de quedarse acéfala en medio de un escándalo sin precedentes. Sobre todo cuando la secretaria de Estado de Estados Unidos (EU), Hillary Clinton, daba a entender que remover a Carlos Pascual era una opción que simple y sencillamente no era negociable para Washington. Era el 24 de enero de 2011 y Clinton visitaba Guanajuato para reunirse con la canciller mexicana, Patricia Espinosa. En su papel de bombero —cortesía de WikiLeaks—, Clinton trataba de apagar el fuego y reducir los daños generados a la relación de Washington con la administración del presidente Felipe Calderón luego de varias semanas de dimes y diretes.
En particular, Clinton buscaba desactivar la bomba representada por las filtraciones dadas a conocer por el sitio encabezado por Julian Assange en torno al Ejército Mexicano, la Procuraduría General de la República (PGR), el Centro de Investigaciones sobre Seguridad Nacional (Cisen) y al titular de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), Genaro García Luna, fuertemente criticados y hasta minimizados por los cables del embajador (quien llegó a calificar al titular de la SSP de “perdedor”).
“¿Tiene contemplado el gobierno de EU la remoción del embajador Carlos Pascual tras lo que se ha filtrado y ante la posibilidad de que haya perdido la confianza del gobierno mexicano?”, inquirió MILENIO Diario al finalizar el encuentro, llevado a cabo en la Alhóndiga de Granaditas. La respuesta de la jefa de la diplomacia estadunidense fue elusiva: “Como materia de política, el Departamento de Estado y el gobierno de EU no hacen comentarios sobre ningún documento supuestamente filtrado”, sostuvo la ex primera dama. A lo largo del resto de la conferencia de prensa no se volvió a abordar el tema.
Sólo tres meses después la cabeza del embajador Pascual había rodado. Su renuncia al frente de la segunda Embajada más grande de EU en el planeta, un monolito sobre Paseo de la Reforma que emplea a casi mil diplomáticos con un presupuesto multimillonario y cuyo poder en México a veces es equivalente al de la oficina de un virrey, estaba firmada. Yacía sobre los escritorios de la secretaria de Estado y la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Ya el 19 de marzo, durante una reunión en París, Clinton tuvo que desviarse de la agenda del día —la campaña aérea en Libia— para referirse a la confirmación del rumor y hacer pública la caída de la que (hasta ahora) ha sido la víctima de más alto perfil en la estela de la tormenta desatada por WikiLeaks. “Es con gran pesar que hoy anuncio que el embajador Pascual ha pedido al presidente Obama y a mí, aceptar su renuncia como embajador en México”, dijo la secretaria de Estado, quien así cerraba poco más de 90 días de especulaciones en torno al destino de Pascual, durante los cuales se llegó a decir reiteradamente que el diplomático nunca sería removido y que Washington no cedería su cabeza a un reclamo de otro país, mucho menos México. “Carlos ha comunicado su decisión de regresar a Washington basándose en su deseo personal de asegurar la fuerte relación entre nuestros dos países y desactivar asuntos planteados por el presidente Calderón que podrían distraernos del importante objetivo de avanzar nuestros intereses bilaterales”, señaló Clinton.
El diplomático de origen cubano, ferviente anticastrista, experto en Estados fallidos y quien durante varios años navegó con éxito por las turbias aguas de países ex comunistas, los pasillos de la Casa Blanca y hasta el desastre que fue la reconstrucción de Irak, no pudo con un reto que para todo fin práctico resultó ser más complicado: la molestia casi personal del presidente Calderón.
A la distancia queda claro que la gestión de Pascual, el primer embajador de EU en México en caer de forma tan estrepitosa, murió en particular por dos adjetivos incluidos en una frase que en retrospectiva ha sido vista por muchos como el detonante de su salida y la causa de la pérdida de confianza del gobierno mexicano, la proverbial gota que derramó el vaso. El Ejército Mexicano, consideró Pascual en el cable 246329 de la Embajada, “es lento” y “tiene aversión al riesgo”, y prefiere no combatir directamente a los cárteles de la droga. Comentarios que, en medio de una guerra contra el crimen organizado que parece no tener fin, tienen mucho peso.
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Pascual fue elegido como embajador en México por sus capacidades administrativas, probadas una y otra vez en los programas económicos que durante la presidencia de William Clinton fueron empleados en Rusia y varias repúblicas ex soviéticas para obtener concesiones en materia de desarme nuclear. El diplomático también tuvo bajo su mando la administración y coordinación de miles de millones de dólares en asistencia para la reconstrucción de Irak, como coordinador de Reconstrucción y Estabilización del Departamento de Estado. Era, según se desprende de su currículum, bueno con los números y, a fin de cuentas, el embajador estadunidense tendría en México la tarea de administrar el más grande programa de asistencia bilateral en la historia de los dos países, la Iniciativa Mérida, un monolítico paquete de ayuda que ha rebasado ya los mil millones de dólares.
Pero si los números demostraron ser su fuerte, las palabras no. Cuando Pascual arribó a México, el 11 de agosto de 2009, definió de forma casi inmediata la diferencia que habría de marcar con respecto al estilo de sus dos antecesores, Tony Garza y Jeffrey Davidow, quienes, pese a algunas excepciones, solían preferir un perfil reservado en sus declaraciones, más basado en el hilado tras bambalinas que en el reflector público. El hoy embajador llegó al país en uno de sus momentos más difíciles, con la violencia relacionada al narcotráfico en aumento, y fue de inmediato un personaje central de los medios de comunicación, inclinado a ofrecer declaraciones de forma periódica: en sólo 583 días al frente de la Embajada, Pascual fue entrevistado prácticamente por todos los medios de comunicación del país y ofreció decenas de conferencias. Únicamente entre agosto de 2009 y diciembre de 2010, su oficina de prensa emitió 27 comunicados a su nombre, por encima del promedio mostrado por Garza. En suma, un diplomático de alto perfil. En público y en privado, como luego desnudaría WikiLeaks.
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El dicho budista resume: “Quien te elogia, te asesina”. Nada más claro para Pascual, quien desde el golpe demoledor propinado por WikiLeaks y los cables de la Embajada fue respaldado, una y otra vez, por el gobierno estadunidense ante los cada vez más audibles llamados a removerle del cargo. La última vez que el embajador tuvo lo más cercano a un espaldarazo de sus superiores fue a principios de marzo, días después de que en la visita del presidente Calderón a Washington quedara claro que era ya una persona non grata para el gobierno mexicano, al interior del cual muchos funcionarios simplemente dejaron de contestarle el teléfono en los meses finales. El embajador Pascual, dijo J. P. Crowley, entonces portavoz del Departamento de Estado, “ha estado trabajando de forma eficaz” pese a las “difíciles condiciones” de México. “No sé de ningún plan de removerlo”. Crowley se refería al alud de comentarios críticos que detonó Pascual al quedar al descubierto sus opiniones sobre instituciones claves del esfuerzo calderonista en contra de los cárteles de la droga.
La petición formal de remover a Pascual ocurrió el cuatro de marzo pasado, durante el encuentro privado que sostuvieron Calderón y Obama en la Casa Blanca, según confirmaron después altos funcionarios estadunidenses citados por la prensa de ese país. En la reunión, Calderón habría manifestado su molestia con la forma de actuar de Pascual, a quien acusó incluso de tratar de manipular al Ejército Mexicano y la Marina Armada para involucrarlos en una especie de competencia interna para ver qué rama de las Fuerzas Armadas podía llevarse más créditos, éxitos y victorias en la guerra del narco. La respuesta de Obama en ese momento fue de una fría reserva, de acuerdo a lo que informaron los funcionarios consultados. Pero Calderón ya había definido que la salida del diplomático, para él, también era un asunto no negociable. Horas antes de ir a la Oficina Oval, durante un encuentro con la mesa editorial del Washington Post, dejó en claro que la mano de Pascual se había excedido y su bienvenida había sido revocada, al menos de forma extraoficial. Los cables, dijo Calderón, “generaron un serio daño” a la relación bilateral, de acuerdo a lo que reportó el Post: “El Presidente mexicano sugirió que las tensiones habían escalado de forma tan dramática que ya no podía trabajar más con el embajador estadunidense”.
Calderón resumió el tamaño de su molestia con dos comentarios que dejaron ver qué tan profunda eran ya las desavenencias entre Los Pinos y el bunker estadunidense sobre Paseo de la Reforma. “Tenemos un dicho en México: ‘No me ayudes compadre’”, manifestó el Presidente, quien añadió: “La confianza es algo muy difícil de construir y muy fácil de perder”.
Un tema de particular molestia para el mandatario mexicano fue lo que se percibió como un abierto intento de manipulación por parte de Pascual hacia las Fuerzas Armadas. “Es difícil cuando uno ve la valentía del Ejército (que sea cuestionada). Por ejemplo, ellos han perdido probablemente unos 300 soldados. Y de repente que alguien de la Embajada estadunidense venga y diga que los soldados mexicanos no son lo suficientemente valientes”, indicó. “O que venga alguien y decida jugar el juego de que no están lo suficientemente coordinados y súbitamente comienzan a darle información a una agencia y no la otra para tratar de ponerlos a competir”.
Más allá de la molestia de Calderón, ¿cuáles fueron los cables que terminaron por minar por completo la credibilidad de Pascual ante el gobierno mexicano? Además del cable en el que criticó directamente al Ejército, destacan las siguientes opiniones, contenidas en los despachos diplomáticos que han sido filtrados hasta el momento:
—La frontera sur es un caos. Pascual advirtió que el gobierno mexicano ha perdido el control en amplias porciones de la frontera entre México y Centroamérica, en donde las organizaciones criminales actúan a sus anchas, sobre todo en cuanto al tráfico de migrantes y bienes.
—La inteligencia mexicana no es inteligente. El Embajador estadunidense consideró al Cisen, una de las agencias a las que más confianza ha dado Calderón y en la que se han invertido cientos de millones de dólares desde el inicio del sexenio, como “poco eficiente y coordinado”, incapaz de producir “información de alta calidad”.
—El procurador que no siente. Pascual criticó fuertemente la designación de Arturo Chávez y Chávez como procurador General de la República en México, y lo calificó como un político “falto de sensibilidad” en el tema de los feminicidios en Ciudad Juárez.
—Y los dinosaurios heredarán la tierra. En el cable 246329, Pascual advirtió que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) es el partido puntero en la contienda por la Presidencia de la República de cara al 2012, y acusó al Partido Acción Nacional (PAN) de estar “debilitado” y de tener “candidatos grises”.
Pascual nunca pudo recuperarse después de filtraciones como las anteriores, pese a reiterados intentos en los medios de comunicación para minimizar el daño causado por WikiLeaks. En un artículo publicado el dos de diciembre del año pasado en un diario de circulación nacional mexicano, cuando el caso apenas se calentaba, el embajador había prometido que “nada cambiaría en la relación entre México y EU”.
Eso quizá sea cierto: nada cambiará, excepto el embajador.
Una lección de decencia y futuro
Una lección de decencia y futuro
La historia en breve
Ciro Gómez Leyva
Lo que ocurrirá hoy en Pachuca no tiene parangón en los años recientes. Xóchitl Gálvez, la exitosa e inobjetable candidata de la alianza opositora, aceptó reunirse con Francisco Olvera, el candidato del PRI que el viernes asumirá el gobierno de Hidalgo. Van a desayunar y hacer un anuncio.
La contienda entre ellos fue despiadada. Basta recordar la sordidez de la irrupción de autoridades judiciales del estado en una oficina de Xóchitl el día de la votación. O las palabras de ella contra “los caciques” hidalguenses, o los recursos que promovió ante el Tribunal Electoral de la Federación, que al final no prosperaron.
Hace unos días hicieron contacto. Xóchitl aceptó la cita, y la foto consiguiente, a cambio de que Olvera se comprometa a poner en marcha tres de las propuestas esenciales de la alianza opositora: la de transparencia y rendición de cuentas, la de desarrollo tecnológico y el modelo de Universidad Intercultural.
¿Por qué, Xóchitl? “Porque en el país, y en Hidalgo desde luego, hay una gran necesidad de lograr acuerdos políticos en beneficio de los ciudadanos”. ¿Confías en la buena fe de Olvera y el PRI? “Él se compromete a que, 30 días después de que asuma el cargo, dará a conocer un programa de trabajo con alcances y fechas específicas para llevar adelante los tres proyectos”. ¿Y los ojetes que dirán que claudicaste? “Cerca de 400 mil hidalguenses votaron por nuestros programas, no me voy a pasar seis años denigrando, si puedo ayudar a desarrollarlos”. ¿Vas a formar parte del equipo de Olvera? “No”.
Ya veremos qué suerte tiene este acuerdo. Por lo pronto, parece una lección de inteligencia, decencia y futuro. De ambos.
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