18 abril, 2011

El PRI no puede hacerse guaje

El PRI no puede hacerse guaje sobre la violencia

Leo Zuckermann

La semana pasada escribí un artículo donde argumentaba que, para entender la violencia en México, había que voltear a ver y entender lo que estaba sucediendo en Tamaulipas. Presenté unas estadísticas que mostraban cómo se disparó el terror en aquel estado el año pasado. Acabo de leer un artículo que arroja mucha luz sobre lo que está pasando ahí. Es un excelente texto de Diego Enrique Osorno en el número más reciente de la revista Gatopardo titulado “La batalla de Ciudad Mier”. Lo que revela es la presencia de un Estado de naturaleza donde no existe orden ni contratos sociales ni reglas que regulen las relaciones entre los habitantes de esa región. La única ley que existe es la del más fuerte. El Estado mexicano ha perdido el control territorial en esos pueblos tamaulipecos de la Frontera Chica, incluyendo Ciudad Mier y San Fernando. Ahí no hay gobierno. Lo que existe es un enfrentamiento bélico entre Los Zetas y el cártel del Golfo (este último al parecer apoyado por los cárteles de Sinaloa y La Familia Michoacana).

Recomiendo mucho la lectura de la crónica de Osorno sobre Ciudad Mier. Los muertos, la crueldad, el miedo, la migración, el silencio, en fin, el escenario devastador de una guerra donde ni siquiera los reporteros de la agencia noticiosa Al Jazeera, “que en los años recientes han estado en las líneas de fuego de los principales conflictos bélicos del planeta, no pudieron recorrer la carretera de La Ribereña. Ni los funcionarios locales ni los militares les dieron mínimas garantías de que saldrían vivos si lo intentaban”. Increíble: un pedazo del territorio mexicano en peor situación que Irak, Afganistán o Gaza.

Las consecuencias de la violencia en Ciudad Mier han sido devastadoras:

“Durante ese tiempo no sólo fue un pueblo sin policías: fue un pueblo sin escuela, sin bancos, sin carnicerías, sin médicos y sin farmacias, porque los principales establecimientos estuvieron cerrados buena parte de los nueve meses. Camionetas cargadas de gente con maletas y bultos abandonaban el pueblo. La Arquidiócesis estuvo a punto de dejar a Ciudad Mier también sin cura, pero —pese a la orden de sus superiores— el sacerdote del pueblo fue el único de la Frontera Chica que se rehusó a abandonar su templo durante los enfrentamientos. El tamaño de la soledad de Ciudad Mier era tal que el alcalde sólo visitaba la presidencia municipal dos veces por semana, y el resto de los días los pasaba en Roma, Texas, o en cualquier otro lugar lejano y seguro. En 2010 no sólo no se celebró el aniversario del pueblo, tampoco hubo fiestas de Semana Santa, Día de las Madres ni siquiera Grito de Independencia. La vida civil en Ciudad Mier se fue extinguiendo de forma callada y cruel, hasta que en noviembre apenas quedaban mil de los seis mil 117 habitantes de los que habla el censo oficial”.

Si bien la historia de Osorno se concentra en Ciudad Mier, hace una breve referencia de San Fernando, donde recientemente se encontraron fosas clandestinas con 145 cadáveres:

“Hasta antes de la matanza de los setenta y dos migrantes, ocurrida en un rancho del ejido El Huizachal, la presencia del Ejército era reducida en San Fernando. Después de la tragedia la zona se militarizó, pero sólo unos días. Cuando los soldados se fueron, los ánimos de los habitantes que todavía no huían se volvieron a desmoronar. Te dicen que quizá no vas a encontrar un solo sanfernandense que no haya perdido amigos, familia o conocidos de toda la vida a causa del conflicto. Te aseguran que no todos los muertos son narcos, que hay muchos inocentes, que no debes olvidar que en las guerras la muerte es pareja y que siempre hay dramas terribles como los que han sucedido en ésta; dramas como el de esas familias que han hecho funerales y enterrado solamente las cabezas de sus parientes muertos, porque el resto de los cuerpos jamás lo pudieron encontrar”.

¿Quién se supone que gobierna en esta zona del país? El PRI. Tanto el gobernador como todos los presidentes municipales de los poblados en conflicto son de ese partido (el gobernador, de hecho, es el hermano de quién debería estar gobernando pero que fue acribillado unos días antes de la elección). La realidad es que las autoridades en Tamaulipas están rebasadas. No están pudiendo con el paquete. No están gobernando. Están esperando a que la Federación, es decir las Fuerzas Armadas, intervengan para recuperar este territorio.

Si es así, ¿por qué el Senado no desaparece los poderes en Tamaulipas? ¿Por qué no se declara un Estado de excepción? Muy sencillo: porque a los priistas no les conviene la imagen de pérdida de un estado que supuestamente gobiernan. Menos ahora que estamos en vísperas de la elección presidencial.

Pero el PRI no puede hacerse el pato en este tema de la violencia. No puede recurrir al expediente fácil de echarle toda la culpa al gobierno de Calderón. Si los priistas de verdad quieren regresar a Los Pinos, tienen que dar una respuesta seria y factible de cómo resolver la violencia en México comenzando por estados que ellos supuestamente gobiernan como Tamaulipas.

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