14 abril, 2011

La obsesión por el pasado: nos hace olvidar el futuro y nos convierte en estatuas de sal

Los políticos que se aferran con el pasado corren el riesgo de convertirse en la estatua de sal que la historia arrumbaría en el cuarto de los trebejos.

Ángel Verdugo

¿Ha leído usted alguna vez que Ángela Merkel haya criticado a Willy Brandt por el desempeño de éste cuando ocupó la posición actual de aquélla? ¿Acaso ha escuchado —o leído— críticas de David Cameron a los primeros ministros laboristas que lo precedieron, y a las políticas que en su encargo aplicaron? Más fácil, ¿ha sabido de alguna crítica de Barack Obama a Ronald Reagan y a sus erráticas políticas fiscales y económicas, que hoy algunos califican de nefastas?

Es más, ¿leyó o escuchó críticas y denuncias del actual Presidente chileno hacia sus antecesores inmediatos y las políticas económicas implantadas durante sus encargos?

Podría ser más general en las preguntas y plantear sólo ésta: ¿Ha sabido de políticos que aspirando a ser presidentes o primeros ministros, hayan cifrado su apuesta en la mirada al pasado y en ajustar cuentas con él?

Es posible que haya por ahí uno que otro despistado que incapaz de ofrecer un mejor futuro y compromisos específicos acerca de cómo construirlo, se lance contra esos molinos de viento que en la mente del suspirante parecen monstruos que lo pretenden devorar e impedirle así, llegar al puesto al que aspira; sin embargo, prácticamente en todo país con una democracia por imperfecta que ésta sea, los aspirantes dejan atrás el pasado y se enfocan al futuro para ubicar, ahí, su oferta política.

Es tan absurda aquella posición —buscar adversarios en el pasado para derrotarlos en el ring actual de su imaginación— que de seguirla, un candidato o aspirante a serlo correría el riesgo de viajar a las cavernas insondables del siglo XVI o el XIX para buscar y sin duda los encontraría, monstruos y dragones horrorosos y malignos contra los cuales dirigir sus filípicas pero, en nada contribuiría a probarle al elector que él sería el mejor para llevarnos a construir un mejor futuro.

Los políticos que se obsesionan con el pasado, dejan de lado el futuro y cómo construirlo; corren el riesgo de convertirse en la estatua de sal que la historia, casi de inmediato, arrumbaría en el cuarto de los trebejos.

Esta propensión de buena parte de los que integran la clase política en muchos países es el lastre que les impide avanzar, que los mantiene en el ayer; a cambio de esa visión y propuesta vieja, mantienen una clientela amargada y minoritaria que en vez de ver al futuro, se rasca el ombligo y al oler el dedo utilizado afirma acusadora: Todo está podrido.

Los que buscan un puesto, hacen como que ignoran que de casi todo lo que hoy disfrutan —él y sus cuates— se debe, en buena parte, a la obra de esos monstruos malignos del pasado; obra que permite a los que con dedo flamígero acusan a los de ayer, pasearse atacándolos sin darse cuenta que escupen hacia arriba.

Los problemas, hoy más que en cualquier otra etapa del país que usted guste, están frente a nosotros; están en el futuro que debemos construir a pasos agigantados. Qué medidas deberemos tomar, qué reformas concretar y cómo hacer ambas cosas, es el centro o mejor dicho, debería ser el centro de la oferta de todo aquél que anduviere en busca del voto ciudadano.

Aquí y ahora, no falta el que buscando el favor del que lo ungiría como candidato, ha hecho suya la obsesión de éste sin darse cuenta que de no modificar radicalmente su oferta, terminaría como aquél; convertido en estatua de sal.

Sería en verdad una lástima porque, de los cuatro, es el único serio; los otros, puro frívolo.

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