18 abril, 2011

Las FARC, derrotadas en el monte

Las FARC, derrotadas en el monte, ganadoras en los platós

por Pedro Fernández Barbadillo

El Vietcong perdió la guerra en el campo de batalla, pero la ganó en la televisión. A las FARC, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, les puede ocurrir algo parecido: perder la guerra en la selva, pero ganarla en los despachos de los jueces y las oficinas de las ONG.
En unos pocos años, los miembros de las FARC y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las dos guerrillas que matan en Colombia, han pasado de tocar la victoria con el cañón de sus metralletas a temer por sus vidas. En 1998, después de una década larga de violencia causada por las guerrillas, los narcos y las autodefensas campesinas, el liberal Andrés Pastrana trató de negociar con las FARC y para ello les cedió 41.000 kilómetros cuadrados, de donde retiró a las autoridades, a los militares y a los policías. Durante tres años, las FARC tuvieron un mini-Estado del tamaño de Extremadura, donde entrenaban a sus soldados, elaboraban cocaína y recibían a sus camaradas de Europa y América.
En 2002, el hartazgo de los colombianos, llevó a Álvaro Uribe, un liberal que dejó su partido para encabezar un movimiento cívico, a la presidencia, con el compromiso de combatir a todos los que llevasen un arma. El Ejército, apoyado políticamente por Uribe y técnicamente por Estados Unidos, ha infligido numerosas derrotas a la guerrilla. Las más espectaculares han sido el bombardeo del campamento de Raúl Reyes en Ecuador (Operación Fénix); el rescate de un grupo de secuestrados entre los que estaba Ingrid Betancourt sin disparar un solo tiro (Operación Jaque); y la eliminación del jefe militar de las FARC, Mono Jojoy (Operación Sodoma). Ésta última fue posible gracias a la traición de varios guerrilleros. No es exagerado sostener que las Fuerzas Armadas de Colombia, incluidos sus servicios secretos, son de las mejores del continente.
Las FARC nacieron en 1949, después del bogotazo, una rebelión popular causada por el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en abril de 1948. En 1964 se vincularon al Partido Comunista Colombiano, que recibía ayuda de todo tipo de Cuba, y a partir de entonces pasaron a ser letales. El general Freddy Padilla ha declarado que en 1998 las FARC tenían 26.000 combatientes y el Ejército “se sentía impotente” ante ellas; en 2010, su número había caído hasta los 8.000, reducidos además a un territorio mucho más pequeño. Unas 53.000 personas vinculadas a los grupos armados han aceptado la desmovilización, de las que 17.000 militaban en las FARC y el ELN.
Técnicas de terror
En todos estos años, las FARC han dado muestras de su crueldad. Una de sus técnicas para aterrorizar a la población es secuestrar a todo tipo de gente, desde policías rurales a periodistas y senadores, y mantenerlos presos y encadenados durante años. Al menos cuatro uniformados han permanecido doce años en poder de las FARC. Sus atentados con bomba se han realizado en procesiones religiosas y en barrios humildes. Trataron de asesinar al presidente Uribe en su toma de posesión en agosto 2002 mediante cohetes; aunque fracasaron, consiguieron matar a diecisiete personas, entre las que hubo niños. Y para adiestrarse en el montaje de coches-bomba, contrataron a varios etarras. Una manera de cubrir las bajas es mediante el secuestro de adolescentes a los que manipulan y convierten en soldados. Pero también los miembros de las FARC viven bajo un régimen de terror.
En una operación militar en julio de 2007, el Ejército ocupó un campamento y encontró el diario de una muchacha holandesa, Tanja Nijmeijer, de 29 años entonces, que había dejado su país para unirse a las FARC y luchar por la revolución. La descripción que hace la terrorista holandesa en los campamentos de las FARC es repugnante: sexo con personas infectadas de sida, exigencia de permiso para emparejarse, división en castas, falta de comida, autocríticas en público… Su campamento es “una organización donde una chica con pechos grandes y cara bonita puede desestabilizar”.
La guerra por las almas
Hoy las FARC no controlan ningún municipio y han regresado a la selva. Sin embargo, la victoria se le puede escapar al pueblo colombiano. El periodista Plinio Apuleyo Mendoza, ex embajador de Colombia en Portugal, sostiene que la derrota total es imposible debido a dos factores: lo agreste de la selva y la montaña donde se refugian los restos de las FARC y su vinculación con el negocio de la droga, que les permite obtener gran cantidad de dinero para comprar armas y mercenarios.
Además, señala Mendoza, la guerrilla está ganando la guerra en las ciudades. Uno de los jefes, Alfonso Cano, de nombre verdadero Guillermo León Sáenz, ha elaborado una nueva estrategia. A diferencia de Tirofijo y de Mono Jojoy, que eran campesinos incultos, Cano tiene educación y conoce la sociedad moderna, ya que nació en Bogotá en una familia de clase media alta. Mendoza sostiene que Cano ha procedido a infiltraciones dentro del Poder Judicial, el control de sindicatos de base, el manejo de las comunidades indígenas y la captación de militantes en las universidades, centros académicos, medios de comunicación e incluso en las ONG que suministran informes a las organizaciones internacionales de derechos humanos”. La nueva guerra es por las almas y por la opinión pública, y en ella las FARC no han sido derrotadas.
Un pueblo ‘liberado’
Hace un par de años, Plinio Apuleyo Mendoza estuvo en Remolinos del Caguán, un pueblo en las selvas del Caquetá. Gracias a una Brigada Móvil del Ejército, la guerrilla ha desaparecido, “pero la población ha quedado bajo el control de sus más cercanos parientes políticos, los llamados milicianos bolivarianos”. Los testaferros de las FARC compran las mejores fincas de la región para el cultivo de la coca. “Si un propietario no quiere vender la suya, mueven la cabeza con pesadumbre: «Entonces, tendremos que comprársela a su viuda»”. ¿A que recuerda a más de un pueblo vasco o navarro?

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