15 abril, 2011

Libertad frente a democracia

Libertad frente a democracia

Por Rose Wilder Lane.

Introducción de Jörg Guido Hülsmann

Los años de la guerra habían traído dificultades económicas a Mises y si alguna vez se hizo ilusiones acerca del estado del pensamiento estadounidenses antes de venir a Estados Unidos en 1940, sin duda las perdió al acabar la guerra. La opinión pública estadounidense estaba completamente bajo el influjo del estatismo. Y como consecuencia las viejas libertades estadounidenses estaban en el punto más bajo de su historia.

Pero las fuerzas de la resistencia estaban emergiendo lentamente. Había un semillero de oposición libertaria, una red de líderes (pensadores y organizadores, a veces en unión personal) que estaban preparando el contraataque. Un historiador ha calificado a esos años “el nadir de del pensamiento individualista y jeffersoniano en Estados Unidos”.[1] Aún así el nadir existía solo en la práctica política. El pensamiento ya no estaba desorganizado, sino en la fase inicial de un resurgimiento a largo plazo. Es verdad que estos pensadores y organizadores estaban aún dispersos. Solo tenían que encontrarse.

Con el seminario de la NYU, la FEE y los organizadores y editores individuales como Frederick Nymeyer, Mises disfrutó por primera vez en su vida de una red verdaderamente agradable de alumnos y patrocinadores. Siempre había sido un intelectual respetado, pero pocos de sus lectores y socios apreciaban realmente el tono antiestatista radical de sus teorías. Esto resultaba particularmente cierto en el caso de los neo-liberales, que se enorgullecían de sus posturas pragmáticas y de sus buen sentido por querer que el gobierno se hiciera cargo de crear competencia.

Las cosas eran completamente distintas en el círculo de sus nuevos amigos. Mucha de la gente que llegaba a Mises a través de su seminario en la NYU y la FEEE eran incluso más libertarios que él. De repente era Mises quien en varias ocasiones resultaba representar la postura más estatista en su seminario. Libertarios estadounidenses como Leonard Read y R.C. Hoiles ponían un gran énfasis en la definición de la libertad política en términos de no iniciación de fuerza.

Esta perspectiva quedaba completamente fuera de la aproximación utilitaria de Mises a los problemas políticos. Creía que la cuestión de quién iniciaba la fuerza era políticamente irrelevante porque difícilmente podría llegarse nunca a un acuerdo sobre ello. La única cuestión relevante era si la iniciación de la fuera era apropiada para alcanzar el fin de la persona actuante, incluso si su acción era de alguna forma incorrecta desde un punto de vista ético.

Otro punto de desacuerdo, aún más sustancial, entre Mises y muchos libertarios estadounidenses era la cuestión de la democracia. Mises llegaría a probar el gusto particular estadounidense de hostilidad a la democracia en un intercambio de cartas en 1947 con Rose Wilder Lane. Aparentemente habían quedado a comer y Lane tenía la impresión de que Mises creía que compartían la misma opinión sobre los fundamentos. En la reunión ella no sintió que fuera el momento correcto para empezar una discusión sobre el asunto, pero le escribió más tarde para aclarar las cosas:

(…) como estadounidense, por supuesto me opongo esencialmente a la democracia y a cualquiera se abogue o defienda la democracia, que en la teoría y la práctica es la base del socialismo.

Es precisamente la democracia la que está destruyendo la estructura política, la ley y la economía estadounidenses, como dijo Madison que haría y como profetizó Macauley que haría de hecho en el siglo XX.[2]

Mises ni siquiera se preocupó del asunto, pero observó que nunca había conocido a gente que calificara a sus escritos como “cosas” y “sinsentidos”, como había hecho Lane en una crítica de sus libros. Y por eso durante más de dos años, después de los cuales se reanudó el debate en términos más civilizados, probablemente a causa de la amistad de Lane con Howard Pew. La principal objeción de Mises a Lane era que ella le había entendido mal. Él nunca había defendido ningún régimen concreto de democracia parlamentaria. Simplemente destacaba el hecho de que todos los sistemas políticos dependen en último término de la opinión de la masa.[3]

Los amigos estadounidenses de Mises estaban en desacuerdo y la discusión y correspondencia entre ellos quedó inconclusa. Pero la confrontación entre el intelectual austriaco y sus lectores y alumnos estadounidenses sería una fuerza motora en el desarrollo de la teoría libertaria.

La postura de Mises sobre la importancia de la democracia liberal puede encontrarse en su libro Liberalismo.

Rose Wilder Lane resume sus objeciones a la democracia en su libro The Discovery of Freedom:

“Democracia”, por Rose Wilder Lane

Washington, Jefferson, Franklin, John Adams, Madison y Monroe temían a la democracia.

Eran hombres cultos, Excepto Franklin (autodidacta), todos tuvieron la educación de un caballero inglés. Es decir, la filosofía y la historia de todo el pasado europeo se había instalado en su cabeza antes de que tuvieran doce años. Por tanto eran suficientemente mayores como para pensar por sí mismos, tenían miles de años de experiencia con todas las formas de gobierno en las que pensar.

Este conocimiento se consideraba entonces necesario para cualquier hombre cuyo nacimiento le diera derecho a tomar parte en el gobierno de su país.

También conocían el significado de cada palabra que usaban: conocían su raíz griega, latina o anglosajona. Hasta hace cuarenta años, este conocimiento se consideraba aún de primera importancia en las escuelas estadounidenses. Todo alumno, con trece y catorce años, aprendía etimología como había aprendido a deletrear con seis, repitiendo incesantemente hasta que los hechos se fijaban en su mente.

Hoy la confusión del significado de las palabras en estaos Estados Unidos es un peligro para el mundo entero. Pocas escuelas estadounidenses ya obligan a un alumno a diseccionar sus palabras hasta sus raíces y saber qué quiere decir cuando habla. Y durante veinte años los disciplinados miembros del Partido Comunista en estos estados han estado siguiendo deliberadamente la orden de Lenin: “En primer lugar, haced confuso el vocabulario”.

El pensamiento solo puede realizarse con palabras. Un pensamiento adecuado requiere palabras de significado preciso. La comunicación entre seres humanos es imposible sin palabras cuyo sentido preciso se entienda de forma generalizada.

Haced confuso el vocabulario y la gente no sabrá lo que pasa: no podrá comunicar una alarma, no podrá lograr ningún fin común. Haced confuso el vocabulario y millones se verán indefensos contra un número pequeño y disciplinado que saben que quienren decir cuando hablan. Lenin tenía cerebro.

Hoy, cuando oímos la palabra “democracia” ¿qué significa?

Estados Unidos, por supuesto; e Inglaterra, la Commonwealth británica, el imperio británico, Noruega, Suecia, Dinamarca y Bélgica, parte de Francia, Finlandia cuando los rusos atacan a los fineses, pero no cuando los fineses atacan a Rusia; Rusia cuando los rusos atacan a los alemanes pero no cuando Stalin firma un pacto con Hitler; los reinos y dictaduras de los Balcanes; y la seguridad económica y seguro obligatorio y el sistema de retención de recoger las cuotas de los sindicatos; y la vecindad y el sentido único estadounidense de la igualdad humana y un voto para todos y el socialismo y el comunismo y la causa española por la que lucharon republicanos, demócratas, socialistas, sindicalistas, anarquistas y comunistas rusos y estadounidenses, y la libertad y los derechos humanos y la dignidad humana y la decencia común.

Es decir, la palabra no tiene significado. Su significado se ha destruido.

Fue en un tiempo una palabra sólida. Es una palabra necesaria, porque ninguna otra tiene su significado real. Demo-cracia significa el gobierno del Pueblo; mientras que la monarquía significa el gobierno de uno (una persona).

El demos, el Pueblo, era una fantasía imaginada por los antiguos griegos en su búsqueda de la Autoridad que (imaginaban) controlaba a los hombres. A esta fantasía le asociaron el significado de Dios, que siempre se asocia a toda forma de Autoridad y aún hay gente que cree que “la voz del Pueblo es la voz de Dios”.

El Pueblo no existe. Todo grupo de personas estás compuesto por personas individuales.

Así que, en la práctica, cualquier intento de establecer la democracia es un intento de hacer que una mayoría de personas en un grupo actúe como gobernante de ese grupo.

Piensen en ello por un momento, no en abstracto, sino aplicado a su propia experiencia en grupos de personas vivas que conozcan y entenderán por qué ha fracasado todo intento de establecer una democracia.

Por supuesto, no hay razón para suponer que la regla de la mayoría sea deseable, incluso si fuera posible. No hay moralidad o eficacia en simples números. No es más probable que noventa y nueve personas tengan razón que una.

En los Papeles Federalistas, Madison exponía la razón por la que cualquier intento de establecer una democracia crea rápidamente un tirano:

Una democracia pura puede no tener solución para los males de la facción. Una pasión o interés común puede sentirse por la mayoría y no hay nada para controlar la inducciones al sacrificio de la parte más débil. Por esto las democracias siempre han resultado incompatibles con la seguridad personal o los derechos de propiedad y, en general, han sido tan breves en sus vidas como violentas en sus muertes.

El caballero que tomó la responsabilidad de salvar la Revolución Americana temía que la democracia acabara con ella. Los estadounidenses desconocidos, los Ebenezer Fox, habían estado luchando contra la Autoridad durante años; cada uno estaba determinado a “hacer lo que era justo a mis propios ojos”. Pero no sabían latín o griego, no sabían nada de los trabajos anteriores para hacer que la democracia funcionara y gritaban democracia.

Por otro lado, los grandes terratenientes, banqueros, ricos mercaderes y un una cosecha que creía fuerte de corruptos y especuladores rapaces, liderada por Alexander Hamilton, el ilegítimo aventurero de las Indias occidentales que también era un genio, demandaban una monarquía estadounidense.

Lo revolucionarios reales, cuando firmaron la Declaración de Independencia y de libertad individual, estaban actuando no solo para ganar una guerra contra todo pronóstico, sino para crear un tipo de Gobierno completamente nuevo.

Se enfrentaban al poder armado del Imperio Británico, con trece colonias desorganizadas y enfrentadas a sus espaldas y dos peligros amenazándoles: la monarquía y la democracia.

No decían nada acerca del Pueblo. No repetían ninguna tontería acerca de la Ciencia y la Ley Natural y la Edad de la Razón. No se entusiasmaban con la naturaleza noble del Hombre Natural. Conocían a los hombres. Eran realistas. No se hacían ilusiones sobre los hombres, pero sí sabían que todos los hombres son libres.

Se oponían tanto a la monarquía como a la democracia, porque sabían que cuando los hombres establecen una Autoridad imaginaria armada con la fuerza, destruyen toda oportunidad de ejercitar su libertad natural.

Hombres cultos, habían estudiado los muchos intentos de establecer la democracia. Los resultados se conocían hace dos mil quinientos años en Grecia. La democracia no funciona. No puede funcionar, porque todos los hombres son libres. No pueden transferir su inalienable vida y libertad a nada ni a nadie fuera de sí mismos. Cuando tratan de hacerlo, tratan de obedecer a una Autoridad que no existe.

No importa qué se imaginan que es la Autoridad: Ra o Baal o Zeus o Júpiter; Cleopatra o el Mikado; o la Necesidad Económica o la Voluntad de las Masas o la Voz del Pueblo; el hecho terco es que no hay Autoridad de ningún tipo que controle a los individuos. Éstos se controlan a sí mismos.

Cualquiera en un grupo libre puede decidir renunciar a su propia idea y unirse a la mayoría. Si no quiere hacerlo, puede salirse del grupo. Es un uso de la libertad, un ejercicio de responsabilidad autocontrolada.

Pero cuando un gran número de individuos cree falsamente que la mayoría es una Autoridad que tiene derecho a controlar a los individuos, deben dejar que una mayoría elija a un hombre (o unos pocos hombres) para que actúe como Gobierno. Creerán que la mayoría ha transferido a eso hombre el derecho mayoritario a controlar a todos los individuos que viven bajo ese gobierno. Pero el Gobierno no es una Autoridad controladora: el Gobierno es un uso de la fuerza, es la policía, el ejército; no puede controlar a nadie, solo puede entorpecer, restringir o detener a quien use su energía.

Como dice Madison, alguna pasión o interés dominará a una mayoría. Y como una mayoría apoya al gobernante que elija una mayoría, nada controla su uso de la fuerza contra la minoría. Así que el gobernante de una democracia se convierte rápidamente en tirano. Y ése es el cambio y muerte violenta de la democracia.

Ocurre siempre, invariablemente. Es tan seguro como la muerte y los impuestos. Ocurrió en Atenas hace veinticinco siglos. Ocurrió en Francia en 1804, cuando una abrumadora mayoría eligió al Emperador Napoleón. Ocurrió en Alemania en 1932, cuando una mayoría de alemanes (dominados por una pasión común por la comida y el orden social) eligió a Hitler.

Madison explicó el hecho histórico: en democracia no hay nada que controle las inducciones al sacrificio de la parte más débil. No hay protección a la libertad. Por esto las democracias siempre destruyen la seguridad personal (la Gestapo, los campos de concentración) y los derechos de propiedad (¿qué derechos de propiedad hay ahora en Europa?) y son tan breves en sus vidas como violentas en sus muertes.

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