18 abril, 2011

¿Se pacta o no se pacta?

¿Se pacta o no se pacta?

¿Usted cree que los encargados de combatir a una delincuencia desbocada no se han sentado nunca a negociar con los capos? ¿Se imagina a esos hombres pragmáticos por antonomasia que pelean contra grupos criminales poderosísimos descartando un acuerdo con uno de ellos para debilitar a otro o para enfriar una plaza?

Agustín Basave*

El asesinato de varios jóvenes en Cuernavaca y las declaraciones del padre de uno de ellos, el poeta Javier Sicilia, han elevado el volumen de un debate que se daba sotto voce. ¿Se debe o no pactar con el crimen organizado en México? Esta pregunta a futuro debe ser antecedida por otra en el presente: ¿se pacta o no? La postura oficial del gobierno es que no, que bajo ninguna circunstancia es aceptable hacerlo, y hay encuestas que señalan que la mayoría de la gente lo respalda. Y sin embargo, yo tengo la impresión de que tras de este apoyo está el sesgo conocido como social desirability bias: la tendencia a expresar lo que se considera socialmente correcto. ¿Cómo oponerse a una lucha sin cuartel contra los malos? ¿Cómo contradecir argumentos lógicamente impecables como el de que no se puede confiar en la palabra de quienes cometen toda suerte de atrocidades y cuya maldad no tiene límites?

Pero en corto se oyen otras cosas. No sé usted, pero yo he escuchado muchísimas voces que afirman en privado que esa guerra no se puede ganar y que tiene que llegarse a un arreglo con los narcos. Hay dos datos duros que indican que esta percepción es generalizada: 1) los más creen que en la época del presidencialismo priista había pactos con los cárteles; 2) los más anuncian su intención de votar por el retorno del priismo a la Presidencia en 2012. La intención de voto mayoritaria a favor del PRI, que parece sustentarse en la premisa de que todos los partidos son corruptos pero el tricolor es además eficaz y puede poner en orden al país, hace pensar que en el terreno de la seguridad los mexicanos se inclinan por volver cabalmente a las reglas no escritas de distribución territorial y de cuotas que se asegura había antes.

El hecho es que en este tema nadie quiere decir la verdad. La simulación es uno de nuestros defectos idiosincráticos, sin duda, pero aquí la brecha entre lo que se piensa y lo que se dice es todavía mayor. Permítame hacerle algunas preguntas. ¿Usted cree que los encargados de combatir a una delincuencia desbocada no se han sentado nunca a negociar con los capos? ¿Se imagina a esos hombres pragmáticos y maquiavélicos por antonomasia que pelean contra grupos criminales poderosísimos descartando un acuerdo con uno de ellos para debilitar a otro o para enfriar una plaza? Y no me refiero a los policías corruptos que trabajan para los narcos, porque nadie niega sus tratos con ellos; hablo de lo mejorcito que tenemos, de quienes realmente quieren salvaguardar a la sociedad pero saben de lo desigual del enfrentamiento y no se tocan el corazón para emparejar el campo de batalla. En suma, ¿usted ve a halcones actuando como palomas?

Hay quienes esconden, detrás de su “no” a los arreglos pactados, un “sí” a los entendimientos impuestos. No rechazan la existencia de un nuevo orden por encima o al margen de la ley; a lo que se oponen es a que el aparato gubernamental negocie con los capos en una posición de debilidad. Quieren que las autoridades recuperen la autoridad para leerles la cartilla, que les ordenen actuar en ciertos territorios y limitarse a ciertos giros y que estén en condiciones de castigarlos cuando no cumplan, como dicen que ocurre en Estados Unidos. Pero eso de que no ha de haber diálogo alguno con ellos, de que ha de atacarse a todos en todo momento, ¿habrá alguien que lo asuma y lo practique? ¿Ni siquiera por consideraciones tácticas se acuerdan treguas o se tejen alianzas? Cierto, es muy difícil hacerlo con la fragmentación que se ha provocado y con la existencia de facciones delincuenciales capaces de cualquier locura, pero algunos cárteles dan la impresión de buscar un ordenamiento que delimite y facilite su negocio. ¿De veras no hay ninguna autoridad que apruebe un acuerdo de esa naturaleza?

En mi opinión, si se le pegara en serio al lavado de dinero, se perfeccionara el trabajo de inteligencia y se realizaran más operativos quirúrgicos, los pactos saldrían sobrando. Pero ante todo hay que hablar con franqueza y discutir abiertamente un tema que nos afecta a todos. ¿Se pacta o no se pacta? Porque si se está haciendo a medias, sin estrategia y coordinación, el remedio está resultando peor que la enfermedad. La espeluznante cifra de muertos y el infierno que se extiende a muchas regiones del país son razones suficientes para desechar todo tabú en la discusión pública, como se hizo en el caso de la legalización de las drogas. El gobierno usa los sondeos que sugieren que la mayoría apoya sus acciones como pretexto para que todo siga igual. Seguramente hay convicción pero también hay cálculo: paradójicamente, la violencia en México es insoportable pero políticamente útil. El miedo hace a la gente apoyar a quien tiene el poder para protegerla, y suele hacerla votar por el statu quo. Es responsabilidad nuestra sacudirnos el temor y el prurito de corrección social y exigir más resultados y menos simulación. Debatamos sin engaños. Sicilia puso el dedo en la llaga: a un combate de semejante gravedad se tiene que ir con la verdad en ristre.

*Director de Posgrado de la Universidad Iberoamericana

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