Análisis & Opinión
Entre México y Estados Unidos, una frontera porosa
Fernando Chávez
Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.
- Vie, 08/19/2011 - 11:28
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La creciente presencia de mexicanos en los Estados Unidos (EE.UU.), fruto de una añeja emigración masiva, es y será algo muy controvertido, dadas sus fuertes implicaciones políticas y sociales de largo plazo para toda América del Norte. Los últimos datos dan cuenta del indiscutible punto de giro demográfico por el que atraviesa esta zona. Las cifras son pasmosas y están muy lejos de ser inadmisibles.
Según el censo norteamericano, los EE.UU. en 2010 tenían 309 millones de habitantes, de los cuales 32 eran de origen mexicano (nativos e inmigrantes). Entre 2000 y 2010 la presencia azteca creció 54%: un poco más de 11 millones. Del aumento total de 27 millones de habitantes registrado en EE.UU., el 41% se originó en el incremento de la población mexicana. Y algo también relevante: el incremento de la población latina (de origen no mexicano) “sólo” aumentó 27% (cuatro millones más en tal década).
¿Estamos frente a una colosal incursión mexica, silenciosa, pacífica e irreversible en la gran potencia económica? Sí, pero hay que matizar. La migración mexicana ha crecido aceleradamente y, por lo mismo, es escandalosa para un sector político de Norteamérica, sobre todo en los años de vacas flacas de su economía. Las últimas reformas legales de algunos estados, para frenar y criminalizar el flujo migratorio ilegal, han sido sesgadas medidas en contra de la población de origen hispano (donde los aztecas son mayoría con 10,3%), una reacción xenofóbica y torpe que encabezada por una derecha histérica que apunta a los mexicanos como un peligro.
Que es pacífica esta corriente migratoria, de eso no puede haber duda: los migrantes son hombres y mujeres en busca de empleo, a la noble caza de un futuro económico mejor, el que su país no les garantiza. Y de que es irreversible, pues aquí hay una certidumbre histórica y cultural : en vastas regiones de México, “irse al otro lado” es desde hace muchas décadas algo natural y atractivo para millones de familias. Desde hace un siglo ésta ha sido la tendencia, y en un horizonte de mediano plazo las cosas no van a ser muy distintas, aunque se vislumbren otra vez nubarrones en el futuro económico norteamericano.
La tendencia económica declinante de México es decisiva para entender su diáspora poblacional en las últimas décadas, pero no todo se explica por ella. La compleja geopolítica de la zona tiene su lugar en esto. La frontera porosa, de casi tres mil kilómetros, también ha dejado pasar en años recientes a muchos mexicanos, una minoría, que salen huyendo del clima de guerra imperante en el norte del país.
El mercado laboral mexicano arrastra desde hace dos décadas (a pesar del éxito exportador del NAFTA) un déficit anual de empleos cercano al millón, que se reparte entre el desempleo abierto, la subocupación y, claro, la emigración; sin esta “válvula de escape”, muy probablemente ya hubiera estallado desde hace años una protesta social de signo rebelde. Las falanges juveniles del poder narco y los “ninis” (ni estudian, ni trabajan) son asimismo una parte insoslayable y dramática de este saldo laboral deficitario.
En diez entidades de EE.UU. (entre las más ricas) los mexicanos tienen allí su destino favorito, aunque también incrementaron su volumen en las restantes 41. En Texas, California, Nuevo México, Arizona y Nevada tienen un gran peso, en un intervalo de 20% a 32%; su tamaño absoluto es de 22 millones. Los 11 millones restantes se distribuyen en su gran mayoría sólo en 15 estados.
California merece un escrutinio aparte, que es el estado más rico de EE.UU. Allí la población aumentó entre 2000 y 2010 en 3,4 millones, de los cuales el 88% fue de origen mexicano. En el 2000, ésta representaba el 24% de la población y en el 2010 su peso llegó al 32%. En Los Ángeles nuestros paisanos son el 36%. Y algo muy llamativo, tanto para el análisis académico como para preocupaciones políticas de corto plazo: California es la segunda entidad de América del Norte más poblada por mexicanos (11,4 millones), sólo abajo del estado de México (15,2 millones), la entidad más poblada de la república mexicana.
En 1993, Salinas de Gortari prometió que el NAFTA, suscrito pomposamente con EE.UU. y Canadá, derramaría empleos sin precedente en el lado mexicano. Fue una promesa vana. En su año de estreno, 1994, el NAFTA fue ensombrecido por graves sucedidos políticos mexicanos que dificultaron no sólo su buen arranque, sino que además fueron el epílogo trágico de la arrogante tecnocracia salinista. El “error de diciembre” del 94 provocó en lo inmediato un caudaloso torrente migratorio, sostenido hasta hoy con altibajos, ciertamente, y a pesar de los cercos que Washington ha levantado para frenarlo.
La tendencia económica declinante de México es decisiva para entender su diáspora poblacional en las últimas décadas, pero no todo se explica por ella. La compleja geopolítica de la zona tiene su lugar en esto. La frontera porosa, de casi tres mil kilómetros, también ha dejado pasar en años recientes a muchos mexicanos, una minoría, que salen huyendo del clima de guerra imperante en el norte del país. Este es un hecho nuevo y adverso que drena capitales y habilidades empresariales. Igual se han estado yendo profesionales calificados y otros tantos que sí cuentan con empleos, pero precarios e inestables. Este panorama migratorio novedoso da cuenta de cambios cualitativos alarmantes y, por lo mismo, desafiantes para ambos países.
La masiva movilidad laboral hacia el exterior, legal e ilegal, seguirá su destino tradicional por muchos años más. El éxito exportador del NAFTA, sin eslabones internos firmes, ha tenido como agregado un mercado laboral chato, sin cabida para generar los empleos requeridos. La porosidad demográfica de la frontera norte compensa en parte la anemia de un mercado interno estrecho, por lo sus efectos son paradójicos y reveladores. En efecto, las remesas que envían nuestros paisanos son una importante fuente de divisas, compitiendo con la inversión extranjera y el turismo, que socorren el raquítico mercado interno de un país que los expulsó. Y por otro lado, la magnitud de esas olas migratorias de los últimas décadas denuncian las debilidades endémicas de una economía excluyente y desigual.
La leyenda atribuye al dictador mexicano Porfirio Díaz una frase sumaria y quejumbrosa respecto a nuestros vecinos cercanos, jamás distantes: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Los mexicanos que han encontrado allí genuinas oportunidades oirán esto con asombro, sino es que con una mueca de contrariedad.
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