5 julio 2011 Financial Times Londres
Tanto la Unión Europea como Estados Unidos han luchado contra crisis económica, aunque cada uno de forma distinta. Según expone Gideon Rachman, se trata de un error garrafal, pues sus problemas son fundamentalmente los mismos.
En Washington debaten sobre un tope de endeudamiento, en Bruselas, observan el abismo de la deuda. Pero el problema básico es el mismo. Las finanzas públicas tanto de Estados Unidos como de la Unión Europea están descontroladas y ambos sistemas políticos son demasiado deficientes como para resolver el problema. Estados Unidos y Europa están en el mismo barco y éste se está hundiendo.
Los debates sobre la deuda que tienen lugar en Estados Unidos y en la Unión Europea son tan introspectivos y están tan alterados que lo sorprendente es que algunas personas lleguen a establecer la conexión. Pero los vínculos que hacen de esta crisis algo generalizado en el mundo occidental deberían ser obvios.
A ambos lados del Atlántico, ya ha quedado claro que gran parte del crecimiento económico de los años anteriores a la crisis estuvo impulsado por un auge insostenible y peligroso del crédito. En Estados Unidos, los propietarios de viviendas eran los que se encontraban en el centro de la crisis; en Europa, eran países enteros como Grecia e Italia los que se aprovechaban de los bajos tipos de interés para pedir préstamos de un modo insostenible.
Mercado laboral americano o bienestar europeo
La crisis financiera de 2008 y sus secuelas supusieron un duro golpe para las finanzas estatales, a medida que se disparaban las deudas públicas. Tanto en Europa como en Estados Unidos, este impacto excepcional se agrava por las presiones demográficas que aumentan a la vez que las presiones presupuestarias, al empezar a jubilarse los nacidos durante el 'baby boom'.
Por último, a ambos lados del Atlántico, la crisis económica divide a los políticos, por lo que resulta mucho más difícil encontrar soluciones racionales al problema de las deudas. Aumentan los movimientos populistas, tanto si se trata del Tea Party en Estados Unidos, como del Partido de la Libertad holandés o los Verdaderos Finlandeses en Europa.
La idea de que Europa y Estados Unidos representan dos caras de la misma crisis ha tardado en captarse porque, durante muchos años, las élites a ambos lados del Atlántico han resaltado las diferencias entre los modelos de Estados Unidos y de Europa. He perdido la cuenta del número de conferencias a las que he asistido en Europa en las que el debate se encontraba entre dos frentes: el que ansiaba adoptar los “mercados laborales flexibles” al estilo estadounidense y el que defendía con pasión el modelo social europeo que se definía en contraposición a Estados Unidos.
La deuda, punto común
El debate político en Europa era parecido. Había un grupo que quería que Bruselas imitara a Washington y se convirtiera en la capital de una auténtica unión federal; y luego estaban aquellos que insistían en que la creación de los Estados Unidos de Europa era imposible. Lo que tenían en común ambas partes era la convicción de que económicamente, políticamente y estratégicamente, Estados Unidos y Europa eran planetas distintos, “como Marte y Venus”, tal y como decía Robert Kagan, un académico estadounidense.
El debate político estadounidense sigue empleando el carácter distinto de “Europa” como punto de referencia. La acusación de que Barack Obama está importando el “socialismo al estilo europeo” se emplea para acusar al presidente de no defender los intereses de Estados Unidos. Algunas personas pertenecientes a la izquierda efectivamente consideran Europa como un lugar que hace las cosas de un modo distinto y mejor en algunos aspectos, como el acceso universal a la sanidad.
Sin embargo, las similitudes entre los dilemas de las dos regiones ahora son más llamativas que las diferencias. Los puntos en común son las deudas crecientes, una economía debilitada, un Estado del bienestar cada vez más costoso e irreformable, miedo al futuro y bloqueo político.
¿Un modelo para Europa?
La lucha en Estados Unidos por controlar el coste de la seguridad social y la asistencia médica les sonarán mucho a los líderes europeos, que también batallan por reducir el coste de las pensiones y la sanidad. Muchos europeos solían pensar que los políticos estadounidenses tenían una gran ventaja porque actuaban en un sistema realmente federal. Algunos aún defienden que la única forma de estabilizar el euro a largo plazo es avanzar hacia un “federalismo fiscal” que siga el modelo de Estados Unidos.
Sin embargo, de momento, la labor de los políticos de Washington es aún más deficiente que la de los que se encuentran en Bruselas. La aparente imposibilidad de mantener un debate serio sobre la deuda y el gasto (por no hablar de resolver realmente el problema) hace que resulte irrisoria la noción de que el sistema político estadounidense sea un modelo para Europa.
Por supuesto que siguen existiendo diferencias marcadas en los debates a ambos lados del Atlántico. El dólar cuenta con un historial sólido de credibilidad. El euro ha estado en circulación durante poco más de una década. La división política que tiene más responsabilidad en la paralización del sistema europeo se produce entre naciones.
Si la enfermedad occidental empeora...
Pero no existe nada que se pueda comparar en el debate de Estados Unidos con la profunda división entre griegos y alemanes. En Europa, la idea de que el aumento de los impuestos podría ser parte de la solución a las elevadas deudas no genera ninguna controversia. En Estados Unidos, la oposición republicana a la mera noción del aumento de impuestos constituye el núcleo de la discusión política.
Enfrascados en sus propios problemas y diferencias, los estadounidenses y los europeos han tardado en ver las conexiones entre sus crisis gemelas. Por eso los analistas del resto del mundo tienen más posibilidades de descubrir la tendencia común. Los líderes e intelectuales chinos últimamente suelen plantear que más les vale a los occidentales dejar de intentar “dar lecciones a China”, dada la profundidad de sus propios problemas políticos y económicos.
Los críticos de Occidente en China ven los dilemas de Europa y Estados Unidos con la cruel claridad que aporta la distancia. Sin embargo, con su orgullo y seguridad corren el riesgo de pasar por alto hasta qué punto el auge de China, India y el resto ha dependido de un Occidente próspero y seguro. Si la enfermedad occidental empeora, surgirá la tentación de probar curas nuevas y más radicales. Entre ellas puede que se incluya un giro hacia el proteccionismo y el control del capital. Si la globalización da marcha atrás, China podría sufrir su propia crisis económica y política.
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