18 octubre, 2011

De Monterrey a Disneylandia

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Curioso acto de congruencia: empiezo este blog – que, por cierto, me honra y agradezco – mientras visito la ciudad de Monterrey, en el norte de México. Fue aquí donde comencé, hace casi veinte años, mi carrera periodística. César Luis Menotti había sido despedido como técnico del equipo mexicano de futbol (en México lo escribimos así, sin acento) y yo, en mi indignación adolescente, había escrito un texto repudiando la decisión. El Norte, el periódico más importante de esta ciudad, me abrió las puertas en un pequeño espacio de sus páginas deportivas.

Era 1993. Recuerdo bien el ir y venir de la redacción del diario. Y las conversaciones. Había un entusiasmo producto del espíritu de la ciudad, su esencia. Después de todo, Monterrey mismo nació desde el trabajo, desde lo improbable. Como el resto del noreste de México, esta ciudad se fundó en el medio de la nada, asediada no sólo por las tribus locales, las inundaciones que caían desde las montañas que aún la rodean y hasta el desdén de la autoridad central. Monterrey creció aislado, incómodo. Floreció en la aridez solo gracias al esfuerzo, a la terquedad, incluso. Y nada tiene de romántico decir que ese mismo espíritu se percibía en aquellos años cuando por primera vez visité la ciudad. Lo mismo sentí después, cuando tuve la oportunidad de hablar con los empresarios locales. Vaya, hasta en el futbol hay diferencias: no hay afición más impetuosa y leal que la de los dos equipos regiomontanos. En los dos estadios de la ciudad nunca hay asientos vacíos.

Han pasado 18 años de aquello y esta ciudad no es la misma. Por supuesto, sigue teniendo ese espíritu original, pero la violencia lo ha desgastado. Muchos se han ido de la ciudad. En el gesto más sintomático imaginable, el dueño de El Norte ya no vive aquí. Otros empresarios – como el admirable Lorenzo Zambrano, de Cemex – han decidido quedarse y twittean arengas cívicas que, de verdad, conmueven. Pero la ciudad está herida. Y no me sorprende. Después de todo, desde hace un par de años, Monterrey está en el centro de una disputa territorial del narcotráfico. El cártel del Golfo y los Zetas han destrozado el noreste de México, extorsionando, torturando, asesinando con una impunidad prácticamente total. Monterrey está rebasado. La vida nocturna se ha reducido al mínimo. El Barrio Antiguo, orgullo de rescate urbano, se ha hundido en el silencio. Hoy, la página principal de El Norte incluye un mapa de la actividad delictiva en la ciudad. Cada punto rojo identifica un incidente. Sobra decir que el crimen ha hecho metástasis. ¿Y el gobierno? El joven gobernador Rodrigo Medina parece un pez fuera del agua. Sus índices de aprobación, aparecidos también esta semana, no alcanzan el seis puntos entre los ciudadanos. Los líderes de la ciudad le dan menos de tres. Nada ayuda a su causa que, en plena crisis de inseguridad, Medina decidió tomarse unos días para visitar Disneylandia. Un poco de fantasía, supongo, para poder lidiar mejor con el horror. Pobre Monterrey…

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