Manuel Llamas - Libertad Digital
En las filas del Partido Popular se respira un ambiente de pasmoso entusiasmo y alborozo al calor de la mayoría absoluta que otorgan a su líder, Mariano Rajoy, la inmensa mayoría de encuestas electorales el próximo 20-N.
Tales señales de alegría resultarían del todo lógicas en circunstancias más o menos normales, pero no es el caso. Por desgracia, España se enfrenta al mayor desafío económico de su historia reciente: la suspensión de pagos y la posible salida del euro.El tiempo se agota y el nuevo Gobierno salido de las urnas tendrá que enfrentarse cara a cara a la realidad y, por tanto, o bien adopta de forma firme e inmediata uno de los mayores paquetes de reformas y medidas de ajuste fiscal de la historia de este país o bien sufrirá en sus propias carnes las consecuencias derivadas del default (suspensión de pagos) soberano.
De ahí que a alguno sorprenda hasta el extremo la complacencia y el optimismo que desprende el discurso del líder popular. O Rajoy, como buen gallego, oculta su verdadera preocupación en lo más hondo de su fuero interno al tiempo que es plenamente consciente de lo que hay que hacer o, simplemente, vive en una ignorancia supina exacerbada por la orgía electoral que reina en sus filas. Y es que el mero cambio de Gobierno no solventa absolutamente nada, ya que lo importante no es quién gobierne sino cómo se gobierne.
Sin embargo, al menos dos factores hacen temer lo peor. En primer lugar, el propio programa electoral del PP, que si bien presenta indudables ventajas y mejoras respecto al del PSOE, resulta del todo insuficiente para lidiar con la actual situación económica. Así, de entre todas sus medidas, destaca sobremanera el hecho de que prometa, por encima de todo, garantizar el actual Estado del Bienestar. Según Rajoy, esta tarea es posible siempre y cuando España logre crecer y crear empleo nuevamente. Pero el PP se equivoca de plano: el enorme tamaño que presenta hoy el Estado es resultado directo de la pasada burbuja crediticia, y ésta llegó a su fin hace ahora casi cinco años. Es decir, por mucho que recorte en otras partidas, es esencial que, de una u otra forma, acometa reformas de calado en el mal llamado Estado del Bienestar.
En segundo lugar, según admiten en privado algunos altos cargos del PP, el equipo económico del partido ostenta la ilusoria idea de que la crisis que sufre España es casi exclusivamente una cuestión de confianza. Muerto -políticamente- Zapatero, acabada la rabia. Si Rajoy confía en dicho diagnóstico su chasco será monumental. La economía española registra graves problemas estructurales que impiden su crecimiento; el sector financiero aún no se ha saneado, y la tarea a realizar en este ámbito será ardua y complicada hasta el punto de que, muy posiblemente, aún haciendo las cosas bien, el Gobierno tendrá que solicitar ayuda externa para reestructurar el sistema; por si fuera poco, las cuentas públicas cerrarán este año con un déficit superior al 7% del PIB, y eso sin contar las ingentes facturas pendientes sin contabilizar que dejarán los socialistas; y todo ello, en un contexto internacional que se debate entre la recesión y el estancamiento de cara a 2012.
En definitiva, no es tiempo para alborozos ni patéticas soflamas partidistas al más puro estilo hooligan. Rajoy se juega el futuro del país durante su mandato. Cosas de la vida, ya que si bien Aznar logró introducir a España en el euro, una mala o insuficiente gestión por parte de Rajoy bien nos podría conducir de nuevo a la peseta o a un euro de segunda división, cuyos efectos no sólo serán dramáticos para el conjunto de los españoles sino para el devenir de su propio partido. Yo que usted, señor Rajoy, dejaría de botar tanto...
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