29 diciembre, 2011

Deshonestidad valiente

Nunca la literatura latinoamericana acabará de escarbar la personalidad del caudillo y del hombre autoritario.

Juan José Rodríguez Prats
Mi largo bregar político me lleva a una conclusión: pesan más las bajas pasiones y las enfermedades que los principios y los ideales en los grandes personajes de la vida pública y en las decisiones trascendentes tomadas desde el poder. En la antigua Grecia se desarrolló el concepto hybris, cuyo significado básico es la descripción de un acto por el cual un personaje poderoso, hinchado de desmesurado orgullo y confianza en sí mismo, trata a los demás con insolencia y desprecio. A su vez, némesis es el nombre de la diosa del castigo que se aplica al perpetrador de la hybris por desafiar a la realidad impuesta por ellos.


El intelectual liberal James Reston escribe: “Esquilo y sus contemporáneos griegos creían que los dioses envidiaban el éxito humano y mandaban la maldición de la hybris, aquel que estaba en la cumbre de su poder, una pérdida de la cordura que acabaría por provocar su caída. Hoy concedemos menos crédito a los dioses. Preferimos llamarlo autodestrucción”.
La izquierda ha sido contradictoria desde su nacimiento, fijado por muchos el 11 de septiembre de 1789, cuando se discutían en la asamblea francesa las atribuciones del rey, en específico su capacidad de veto. La izquierda, representada en “la montaña”, quería limitarlo; por tanto, en su origen, fue liberal. En el transcurso del siglo XIX, influenciada por las corrientes socialistas, en el afán de alcanzar la igualdad, la izquierda justificó la centralización del poder y el autoritarismo y despreció al parlamento por considerar que mermaba la lucha de clases y tachó a la democracia formal del voto de práctica burguesa. El reformista alemán Eduard Berstein, con su socialdemocracia, la reencausó para que incursionara en la contienda electoral. Después de un largo debate durante el siglo XX, la izquierda se ha refugiado en una política social amortiguadora de la economía de mercado y sus injusticias, propiciando una mayor igualdad.
En México, esta evolución no se ha dado. La izquierda aún está atrapada por la inercia del nacionalismo revolucionario y por telarañas mentales que no logra sacudir. Su exponente más conspicuo, Andrés Manuel López Obrador, se define como juarista y cardenista, corrientes ubicadas en los extremos ideológicos. Lo sorprendente es que las tesis conservadoras de Lucas Alamán tendrían hoy grandes coincidencias con la actual izquierda.
Lo anterior viene a cuento por el nuevo discurso de López Obrador, quien al parecer asimila los errores de hace seis años y da un giro notable en su pensamiento y en sus actitudes. Según el pensamiento griego, aparentemente se alejó de la hybris; de acuerdo con la historia de la izquierda, ha dado un nuevo giro. Lo más probable es que sean meras poses electoreras. Ahora ya no hay mafias en el poder. Ahora hay deshonestidad valiente, traducida en desfachatez para postular a quien sea con tal de obtener votos. Se disfraza con un discurso amoroso y con ofrecimientos irresponsables como la generación de millones de empleos en pocos meses. En el colmo de los contrastes, va en búsqueda de panistas, priistas, políticos desprestigiados, empresarios, imponiendo siempre su voluntad para poder preservar una remota posibilidad de triunfo. Sorprendente es la sumisión de los partidos que se dicen de izquierda: un PT creado por los Salinas, como lo reconoce su líder, un Movimiento Ciudadano encabezado por Dante Delgado que tiene de izquierdista lo que yo tengo de astronauta y un PRD en que la más vieja tradición perredista se margina, dejando hacer, dejando pasar.
Nunca la literatura latinoamericana acabará de escarbar la personalidad del caudillo y del hombre autoritario y su inmensa habilidad para someter a sus compañeros de viaje. Se reta a nuestra menguada capacidad de asombro cómo gente de cierto nivel y de cierto talento crea todavía que esta es una opción viable para México. Ojalá la ciudadanía tenga la capacidad serena y mesurada para inclinarse por la mejor opción en el próximo proceso electoral.

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