por Iván Alonso
Iván Alonso obtuvo su PhD. en Economía de la Universidad de California en Los Ángeles y es miembro de la Mont Pelerin Society.
¿Acaso las falacias viejas alguna vez se mueren?, se preguntaba hace años Milton Friedman.
¿Alguna vez mueren las viejas falacias? Puede ser; pero la capacidad
humana para idear nuevas parece ilimitada. Una de reciente creación es
la pretendida solución a la crisis financiera griega (o de otros países
en una tesitura similar) que consistiría en abandonar el euro,
volver al dracma y devaluarlo. Se supone que de esta manera la economía
griega se haría más competitiva, generando con sus exportaciones un
torrente de divisas para pagar la deuda pública que la agobia. Pero resulta, cuando uno examina el proceso en detalle, que el remedio sería peor que la enfermedad.
Comencemos por reconocer que el cambio de moneda y la devaluación
tendrían que hacerse necesariamente en dos pasos. Este detalle es
esencial para entender cómo funcionaría el plan y también por qué
funcionaría mal. La devaluación no puede ocurrir
simultáneamente con el abandono del euro porque una devaluación implica
una modificación del tipo de cambio entre una moneda y otra. Antes de
que se abandone el euro no existe un tipo de cambio entre el dracma y el
euro que pueda modificarse. Para que haya devaluación, primero tiene
que establecerse un tipo de cambio y luego modificarlo. El tipo de
cambio inicial es arbitrario, y no implica en sí mismo ninguna
devaluación.
Imaginemos un electricista griego que gana 5.000 euros al mes. Si el
tipo de cambio se fija inicialmente en un dracma por euro, nuestro
electricista pasará a ganar 5.000 dracmas al mes, que al tipo de cambio
establecido son precisamente €5.000. Si el tipo de cambio se fija en dos
dracmas por euro, nuestro electricista ganará 10.000 dracmas, que al
tipo de cambio de dos dracmas por euro son, otra vez, exactamente
€5.000. Fíjese inicialmente el tipo de cambio que uno quiera, y nuestro
electricista seguirá ganando el equivalente a €5.000. El abandono del
euro y su reemplazo por el dracma no ha hecho a nuestro electricista ni
más ni menos competitivo en el mercado europeo o mundial.
Para hacerlo más competitivo tenemos que abaratar sus servicios. Primero
fijamos el tipo de cambio en, digamos, un dracma por un euro, de manera
que nuestro electricista gana ahora 5.000 dracmas al mes. Seguidamente
devaluamos el dracma: el gobierno (ya veremos cómo) fija un nuevo tipo
de cambio de dos dracmas por euro. Quiere decir que los ingresos de
nuestro electricista equivalen ahora a €2.500. De un momento a otro, su
trabajo se hizo más barato para el resto de Europa y para el mundo
entero. Nuestro electricista se ha vuelto, como se dice, “más
competitivo”.
Pero el argumento hace corto circuito una y otra vez. Para empezar, si
nuestro electricista hubiera estado dispuesto a trabajar por €2.500 al
mes, podría haberlo hecho sin necesidad de que su país abandonara el
euro. Nadie obligaba a los electricistas griegos a cobrar lo mismo que
un electricista alemán. La moneda única no implica que las cosas cuesten
lo mismo en todos los países de la unión ni que todos los trabajadores
de una misma especialidad tengan que ganar lo mismo. El solo hecho de
que el ingreso promedio en Alemania sea mayor que en Grecia demuestra
que no hay ni tiene que haber necesariamente paridad en los salarios.
Resulta, como dijimos, esencial que el abandono del euro y la
devaluación del dracma se den en dos actos. De otra manera es imposible
que un electricista que no está dispuesto a ofrecer sus servicios por
menos de €5.000 al mes de pronto los ofrezca por €2.500. Se ha vuelto
más competitivo contra su voluntad. No podríamos entender cómo es que se
vuelve más competitivo si no se estableciera sucesivamente dos tipos de
cambio: uno inicial que solamente altera la denominación de sus
ingresos, la escala en la que se miden; y otro posterior que reduce el
valor real de sus ingresos. El paso esencial de un tipo de cambio a otro
nos permite entender también por qué esta solución funciona mal.
Nuestro electricista sabe o sospecha que después de abandonar el euro su
gobierno piensa devaluar el dracma; y si no lo sabe ni sospecha, se
dará cuenta eventualmente que su poder adquisitivo se habrá reducido.
Tarde o temprano aumentará los precios de sus servicios hasta que sus
ingresos lleguen a 10.000 dracmas, que al nuevo tipo de cambio son
equivalentes a los €5.000 que ganaba antes.
Volvamos ahora a la pregunta que dejamos pendiente. ¿Cómo haría el
gobierno griego para devaluar? Supongamos que abandona el euro y fija
inicialmente el tipo de cambio en un dracma por euro, emitiendo
exactamente tantos dracmas como euros hay en circulación en su país.
Nada ha cambiado, en efecto, más que la denominación de la moneda. Se
paga ahora con unos billetes en lugar de otros, pero los precios
numéricamente no han cambiado. Cualquier griego que necesite un euro
para viajar al exterior o importar un producto extranjero va al banco
con un dracma y lo intercambia por un euro.
Para alterar esa paridad, se necesita aumentar la demanda de euros para
que el precio del euro en el mercado suba, digamos, a dos dracmas. El
gobierno no tiene cómo hacer que el público griego aumente su demanda de
euros viajando más o importando más cosas de afuera. Lo único que puede
hacer es comprar él mismo suficiente cantidad de euros hasta que el
precio de mercado suba a dos dracmas. Pero resulta que el gobierno
griego, inmerso como está en una crisis fiscal, no tiene los medios para
comprar más euros. Puede, sin embargo, fabricarlos: puede emitir más
dracmas y con esos dracmas comprar euros para hacer subir su precio. La
devaluación se consigue a costa de inflación. La
inflación, a su turno, hace subir los precios y salarios y regresa la
competitividad de la economía a su nivel real. Cuando el gobierno quiera
devaluar otra vez, para volver a ganar competitividad, generará más
inflación. El esfuerzo, a la larga, es inútil y puede degenerar en
hiperinflación.
La idea de que la devaluación puede ser la solución a los problemas
actuales de las economías europeas está sacada de otro contexto. En una
situación en la que el gobierno trata de mantener el valor de su moneda
por encima del que tendría en un mercado libre, vendiendo sus reservas o
por otros medios, lo que consigue es estimular las importaciones y
penalizar las exportaciones. La economía se vuelve menos competitiva,
pero por efecto de una intervención que distorsiona el mercado
cambiario. La devaluación, en ese caso, tiene como objetivo eliminar la
distorsión. Muy distinto es el caso que se propone, en el que la
devaluación pretende solucionar una crisis introduciendo una distorsión
en el mercado, y no eliminándola.
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