por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
Una patada en un nido de cucarachas consigue que las sobreviventes
busquen otros escondrijos. El símil se lo escuché al politólogo alemán Volker Lehr
a propósito del narcotráfico. La presión sobre los carteles ha generado
una forma de crimen tan rentable como la venta de cocaína, pero más
difícil de combatir: la extorsión. Basta un cuchillo, un bate de béisbol
y una gran dosis de maldad.
Todos los días miles de latinoamericanos pagan porque no los maten a
ellos o a sus hijos. Conocí el caso, ocurrido en una cárcel venezolana,
de un joven condenado a pocos años por un delito de fraude. Allí los
matones exigieron que sus parientes les pagaran tres impuestos: el de
vivir, el de comer y el de no ser violado. Sus padres vendieron la casa
para salvarlo.
El martirio continuó. A su bella novia tras una visita, un oficial le
notificó que debía encontrarse con cierta persona. Era un proxeneta:
ella debía prostituirse. Si lo denunciaba, revelaba nombres o huía, lo
mataban a él.
La extorsión abarca a todas las clases sociales. Hay
favelas o caseríos donde cobran peaje para transitar. Muchos
microempresarios, desde taxistas hasta barberos, necesitan pagar para
trabajar. En México hay zonas donde los maestros abonan mensualmente
dinero a bandas mafiosas que los amenazan. Los pobres y las clases
medias, carentes de seguridad privada, están mucho más expuestos que los
ricos.
En una oportunidad, en Guatemala, salía en un taxi de la Universidad
Francisco Marroquín, cuando el chofer recibió una llamada. Era un sujeto
quien, desde la cárcel, amenazaba con hacerle matar a un hijo si la
familia no le entregaba el equivalente de doscientos dólares a un
emisario. El pobre hombre se echó a llorar desesperado.
La extorsión, como todos los crímenes violentos, se combate con
sociedades abiertas en las que existen oportunidades de prosperar
honradamente, educación cívica desde la niñez, colaboración ciudadana,
leyes severas, policías eficientes, tribunales ágiles y sistemas
punitivos modernos que no generen más delitos. Casi ninguno de esos
elementos está presente en media América Latina.
Por el contrario, abunda lo opuesto: ausencia de valores que fomenten
la convivencia civilizada, desconfianza hacia Estados podridos por la corrupción, sistemas judiciales inoperantes y cárceles convertidas en cuarteles generales de delincuentes.
Esa es la atmósfera donde se incuban las dictaduras más crueles. Lo escribió Thomas Hobbes en el siglo XVII: “Cualquier gobierno es mejor que la ausencia de gobierno. El despotismo,
por malo que sea, es preferible al mal mayor de la anarquía, de la
violencia generalizada y del miedo permanente a la muerte violenta”.
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