Por: Martín Caparrós
Un viejo amigo, el ensayista y editor Alejandro Katz, me mandó
un texto que intenta una pequeña sociología del kirchnerismo, y que me
dio ganas de retomar otra posibilidad de este blog: la publicación –de
tanto en tanto– de escritos ajenos para su discusión, su desarrollo. Que
dos líneas más arriba diga "por Martín Caparrós" es sólo un problema
técnico: forma parte de la plantilla de este blog y me dicen que
cambiarlo es muy difícil. Pero esta columna, queda dicho, fue escrita
por mi invitado Alejandro Katz. (M.C.)
Un amigo me escribe, entristecido, lo siguiente:
“Sigo impresionado por el fervor patriótico (filo K) que predomina en el medio ambiente progre que suelo frecuentar.
Más me asombra aún esa renovada fe que impera entre muchos ex
combatientes de mis tiempos juveniles, veteranos de varios fracasos,
gente grande que ya cuenta con nietos (y que exhiben, junto a las fotos
de Néstor, Evita y el Che en esa curiosa vidriera llamada facebook).
Hoy leí dos perfiles que me dejaron boquiabierto:
Caso Uno. Señora de sesenta y pico largos, ex comunista, ex novia
de consagrado cantautor popular, ex alumna del Colegio Nacional de
Buenos Aires, hija de un matrimonio de médicos, viejos militantes
bolcheviques que enfrentaron con ahínco al peronismo durante toda su
vida:
(sic) Ideología: nacional, popular y kirchnerista”
Caso Dos. Hermano de señora de sesenta y pico, también sexagenario,
abogado, larga experiencia en uso de cachiporras, manoplas y armas de
bajo calibre durante enfrentamientos y escaramuzas, en la década del 70,
con la JUP, JP y Montoneros:
(sic) Ideología: progre populista.
Algo me perdí en estos años, algo no estoy entendiendo y me lo sigo
perdiendo. Y temo que, ya que todos se ven tan bien, lo que me estoy
perdiendo debe ser importante.”
Me dio tristeza el comentario triste de mi amigo, porque yo también
estoy entristecido: en medio de la miseria argentina –miseria de los
miserables que se mueren de hambre, miseria de los miserables que se
hacen ricos con los dineros públicos– una de las peores cosas que nos
ocurre, creo, es la expropiación de los valores –y de los conceptos en
que esos valores se expresan– para convertirlos en armas de acumulación
de poder y de riqueza. Algo de lo peor que ha hecho el kirchnerismo es
sustraer el sentido a palabras como “justicia”, “igualdad” y “derechos”.
Y, envuelto en esos sentimientos, le respondí, a mi amigo triste:
Creo que hay tres tipos de kirchneristas:
–Los Melancólicos: son aquellos que vivieron, en los sesenta y
setenta, con la sensación épica de un “sentido de la vida”. Que padecían
una mezcla de romanticismo revolucionario y solidaridad adolescente.
Que siempre pensaron que aquel fue el mejor momento de sus vidas, y
creen que lo fue por los “ideales”, sin darse cuenta de que lo fue
porque eran jóvenes, porque en todo fluía un erotismo más bien
incumplido, porque luego no pudieron entender que la vida no es una
sucesión de escenas revolucionarias sino la administración cuidadosa de
la contradictoria complejidad de los afectos, las ideas, las emociones y
la sobrevivencia. Estos, en general, no ocupan puestos públicos ni se
benefician espuriamente de las decisiones del gobierno, lo cual los
condena, por supuesto, a decepcionarse una vez más dentro de un tiempo y
así confirmarse en su posición melancólica ante el mundo.
–Los Cínicos: aquellos que hacen suyo un discurso que no solo les fue
siempre ajeno sino que les es verdaderamente indiferente. Son quienes,
al hablar de las cosas, ignoran que entre los conceptos y el mundo hay
una relación, y que cuanto más estrecha sea esa relación las cosas serán
–éticamente– mejores. Son aquellos para quienes lo dicho por Feinmann
es incomprensible: “Es difícil adherir a un gobierno popular de dos
millonarios que hablan de los pobres”. (En realidad, pobre Feinmann:
quiso acortar la distancia entre los conceptos y el mundo y así le fue.)
Es justamente eso lo que no preocupa a los cínicos: ¿por qué va a ser
difícil hablar de los pobres mientras uno se hace millonario? O,
incluso, si hablar de los pobres es una forma de hacerse millonario, ¿no
es lo mejor hablar –y mucho– de los pobres?
–Los Resentidos: esos son los personajes que en los sesenta y en los
setenta no tenían ideales sino ambiciones. Los que querían ganar la
guerra revolucionaria para convertirse en la nueva clase dominante. Y
que la perdieron. Y quedaron, entonces, frustrados y llenos de rencor.
Alguien les birló el negocio, digamos, y se quedó con el aparato del
estado para hacerse rico, en lugar de permitir que lo hicieran ellos.
Esos, como Kunkel o Conti o como tantos cientos, que solo querían ser
“los dueños de la tierra”. Lo intentaron por la vía de la revolución,
les fue mal, y ahora están en pleno afán compensatorio. Justicia
distributiva, que le llaman a esa forma de hacerse rico con los recursos
públicos, mientras se vengan de los que no les permitieron hacerlo
antes. Estos, creo, son los peores: los melancólicos provocan una cierta
piedad; los cínicos son los oportunistas de siempre; los resentidos
están llenos de odio y no sólo quieren acumular poder y riqueza sino
también dañar: a quienes los dañaron, a quienes piensan distinto, a
quienes actúan guiados por motivaciones menos perversas que las suyas.
Habrá, perdido por allí, algún ingenuo: alguien que cree en un
discurso que ya no sabe cómo ocultar las marcas de la mentira. Mi amigo
–más prudente, más mesurado, más equilibrado, más viejo– me modera: “Los
K tocaron, en la gente honesta, alguna clavija que estaba floja… Es
difícil soportar tanta frustración.” Tiene razón: allí están los
honestos que necesitan ser engañados. La historia da suficiente
testimonio de su conducta.
Son pocos –muy pocos– quienes no pertenecen a ninguna de estas
categorías y, sin recibir ningún beneficio directo –directo: contante y
sonante- del gobierno creen que hay algo bueno en lo que ocurre.
Le escribí a mi amigo, también: si no estás buscando reparar (de un
modo autocomplaciente) la antigua herida de un fracaso (y no es que
tengamos pocos fracasos para intentar curar), ni estás intentando sin
escrúpulos (pero con coartadas ideológicas) acumular poder y riqueza,
sólo te queda la sensación de que te perdiste algo. Efectivamente, la
vida no es el perpetuo campo de batallas del bien contra el mal, sino
simplemente el escenario de un teatro de pueblo en el que desempeñamos
papeles menores de comedias sencillas. Nos perdimos, sí, pelear en la
Guerra Civil Española y ser miembros de la resistencia francesa y bajar
de la Sierra Maestra y hacer barricadas en mayo del 68 (en París) y
resistir a los tanques en Praga y participar de las manifestaciones
contra Vietnam (pero en California y en Washington, no acá) y defender a
Allende en el Palacio de la Moneda. Todo eso nos perdimos. Pero no creo
que nos hayamos perdido la posibilidad de ser progresistas nacionales y
populares, cristinistas y nestoristas, becarios del mega estado
populista…
Siempre es duro estar a la intemperie. Pero creo que prefiero eso que
abrir una cuenta en Facebook y poner –¿cómo era?– “ideología: nacional,
popular y kirchnerista”. Por eso se empieza: una cuenta en Facebook y,
después, una cuenta en Suiza.
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