18 febrero, 2012

Cuando el capital no está a la vista. Por Jeffrey A. Tucker.

Un episodio de No Reservations, un programa centrado en la cocina del Travel Channel presentado por Anthony Bourdain, llevaba a los televidentes a Puerto Príncipe, en Haití. Había oído que el programa mostraba de una forma original el país y sus problemas. No podía imaginar cómo. Pero resultaba ser cierto. A través de la lente de la alimentación, podemos tener una visión de la cultura, y de la cultura a la economía, y de la economía a la política y finalmente a lo que está mal en este país y lo que puede hacerse.
A través de esta pequeña lente, tenemos mayor conocimiento del que habríamos tenido si el programa se hubiera dedicado completamente a asuntos económicos. Un episodio sobre economía habría incluido aburridas entrevistas con funcionarios del tesoro y expertos del FMI y un montón de cháchara acerca de balances comerciales y otros agregados macroeconómicos completamente desviados.

De hecho, al centrarse en la comida y la cocina, podemos ver qué es lo que dirige la vida diaria entre las multitudes haitianas. Y lo que descubrimos es sorprendente en muchos sentidos.
En una escena al principio del programa situada en esta gigantesca ciudad después del terremoto, Bourdain y su equipo se paran a comer comida local de un vendedor. Comenta los ingredientes y enseña algunos ejemplos. Empieza a aparecer una masa de gente hambrienta. Están haciendo más que mirar a las cámaras. Están esperando con la esperanza de conseguir algo que comer.
Bourdain piensa en una forma de hacer algo bueno para todos. Dándose cuenta de que en esta sentada está comiendo una cantidad de alimento que duraría tres días a la mayoría de los haitianos, compra toda la comida restante al vendedor y se la da a los locales.
¡Bonito gesto! Excepto que algo va mal. Una vez que se extiende la voz acerca de la comida gratis (el boca a boca de Haití es más rápido que el chat de Facebook) la gente empieza a acudir. Se forman largas colas. Se genera desorden. Algunos se apuntan a mantener el orden. Traen cinturones y empiezan a dar golpes. Toda la escena se hace desagradable para todos (y el televidente se queda con la sensación de que es peor de lo que se muestra).
Bourdain entiende correctamente la lección de que las soluciones al problema de la pobreza son aquí más complejas de lo que parecerían a primera vista. Las buenas intenciones fracasan. Estaban pensando con el corazón en lugar de con la cabeza y acabaron causando más dolor del que había allí originalmente. A partir de este hecho, empieza a aproximarse a los problemas de este país con un poco más de sofisticación.
El resto del programa nos lleva a través de pueblos de chabolas, mercados, espectáculos artísticos, festivales y desfiles (y entrevistas a todo tipo de gente que conoce el terreno que pisa). No es un programa pensado para conmoverte de la forma habitual. Sí, hay un sufrimiento humano evidente, pero la impresión general que obtuve no fue ésa. Por el contrario, tuve la sensación de que Haití era un lugar muy normal, no distinto de todos los sitios que conocemos por experiencia, pero con una gran diferencia: es muy pobre.
Para cuando se hizo el programa, el glamour de la avalancha de visitantes estadounidenses tras el terremoto tratando de ayudar se había terminado. Uno que queda es el actor Sean Penn. Aunque es conocido por ser un izquierdista de Hollywood, está viviendo realmente allí, yendo arriba y abajo en las colinas de un pueblo de chabolas, sin afeitar y despeinado, haciendo de lo que llama un “funcionario” y consiguiendo cosas para la gente que las necesita. No tenía respuestas sencillas y sí palabras duras para los donantes estadounidenses que piensan que poner dinero en nuevo proyectos vaya a ayudar a alguien.
La gente de Haití se ajusta lo que dicen todos los visitantes. Son maravillosamente amistosos, talentosos, emprendedores, alegres y esperanzados. Como la mayoría de la gente, odian a su gobierno. En realidad, odian a su gobierno más de lo que los estadounidenses odian al suyo. Es verdad que esta es una condición previa para la libertad. Hay viva una sensación real de nosotros contra ellos en Haití, hasta el punto de que cuando se derrumbó el palacio presidencial en el reciente terremoto, las masas se arremolinaron para celebrarlo. Es lo que puede salvarse de una por otro lado terrible tormenta.
Con toda esta gente emprendedora, trabajadora y creativo, millones de ellos, ¿Qué pudo ir mal en este lugar? Bueno, para empezar, el terremoto destruyó la mayoría de las viviendas. Si esto hubiera pasado en Estados Unidos, este seísmo no habría causado el mismo nivel de daños. Esto llevó a mucha gente ajena a pensar que de algo manera la falta de normas de construcción era lo esencial del problema y por tanto la solución es una mayor imposición de control público.
Pero la realidad demuestra que esta idea de las normas de construcción es una especie de broma. La misma idea de que el gobierno pueda de alguna manera aporrear a gente que se busca una vivienda sin obedecer a la planificación centralizada es sencillamente risible. Una coacción de este tipo no produciría resultados positivos y llevaría solo a una enorme corrupción, violencia y carestía de vivienda.
El centro del problema, dice Robert Murphy, no tiene nada que ver con una falta de regulaciones. El problema es la ausencia de riqueza. Evidentemente es cierto que la gente prefiere vivir en lugares más seguros, pero la pregunta es: ¿cuál es el coste y es éste económicamente viable? La respuesta es que no es viable, no en Haití, no con esta población que apenas consigue arreglárselas en absoluto.
¿Dónde está la riqueza? Hay mucho comercio, mucho haciéndose, mucho intercambio y dinero cambiando de manos. ¿Por qué sigue siendo este lugar desesperadamente pobre? Si los economistas del mercado tienen razón y el intercambio y el comercio son la clave de la riqueza y hay mucho de ambos aquí, ¿por qué no se produce riqueza?
Uno puede ver cómo puede verse confundida la gente, porque la respuesta no es evidente hasta que tienes algún entendimiento económico. Un visitante al azar podría concluir fácilmente que Haití es pobre porque de alguna manera la riqueza se la está apropiando su vecino del norte, Estados Unidos. Si no estuviéramos devorando una porción tan grande de la riqueza del mundo, podría distribuirse más equitativamente y llegar también a Haití. U otra teoría podría ser que el puñado de empresas internacionales, o incluso los trabajadores que le socorren, están de alguna forma robando todo el dinero y negándoselo a la gente.
No son teorías estúpidas. Son solo teorías, ni confirmadas ni refutadas solo por los hechos. Solo se muestran como erróneas una vez nos damos cuenta de una idea esencial en economía. Es ésta: el intercambio y el comercio son condiciones necesarias para la acumulación de riqueza, pero no son condiciones suficientes. También es necesaria esa institución preciosa del capital.
¿Qué es el capital? El capital es una cosa (o servicio) que se produce no para el consumo sino para una posterior producción. La existencia de industrias del capital implica varias etapas en la producción o hasta miles y miles de etapas en una estructura larga de producción. El capital es la institución que da lugar al comercio entre empresas, una fuerza laboral extensa, empresas, fábricas, cada vez mayor especialización y generalmente la producción de todo tipo de cosas que por sí mismas no pueden ser útiles en el consumo final pero lo son para la producción de otras cosas.
El capital nos e define tanto como un bien concreto (la mayoría de las cosas tienen muchas variedades de uso), sino más bien el propósito de un bien. Su propósito se extiende por un largo periodo de tiempo con el objetivo de proporcionar algo al consumo final. El capital se emplea en una larga estructura de producción que puede durar un mes, un año, 10 años o 50 años. La inversión en las primeras etapas (las etapas más altas) de la producción tiene que tener lugar mucho antes que las liquidaciones que siguen al consumo final.
Como destacaba Hayek en The Pure Theory of Capital, otra característica definitoria del capital es que es un recurso no permanente que debe sin embargo mantenerse a lo largo del tiempo para proporcionar un flujo continuo de rentas. Eso significa que el propietario debe ser capaz de contar con ser capaz de contratar trabajadores, reemplazar piezas, proporcionar seguridad y en general mantener operaciones a lo largo de un extenso periodo de producción.
En una economía desarrollada, la inmensa mayoría de las actividades productivas consisten en la participación en estos sectores de los bienes de capital y no en los sectores de los bienes de consumo final. De hecho, como escribe Rothbard en El hombre, la economía y el estado:
en cualquier momento, toda esta estructura es propiedad de los capitalistas. Cuando un capitalista posee toda la estructura, estos bienes de capital, debe señalarse, no le generan ningún bien.
¿Y por qué? Porque la prueba del valor de todos los bienes de capital se realiza al nivel del consumo final. El consumidor final es el amo del capitalista más rico.
Mucha gente (yo he estado entre ellos) ataca el término capitalismo porque implica que la libertad solo trata de privilegiar a los propietarios del capital.
Pero hay un sentido en el que el capitalismo es el término perfecto para una economía desarrollada: el desarrollo acumulación y complejidad del sector de bienes de capital es la característica distintiva que lo hace diferente de una economía subdesarrollada.
La prosperidad del sector de bienes de capital fue la gran contribución de la Revolución Industrial al mundo.
De hecho el capitalismo apareció en un momento concreto de la historia, como dijo Mises y este fue el inicio de la democratización masiva de la riqueza.
La creación de riqueza se caracteriza siempre por esos órdenes extendidos de producción. Están casi ausentes en Haití. La mayoría de la gente se dedica a las actividades comerciales del día a día. Intercambian para el día. Planifican para el día. Sus horizontes temporales son necesariamente cortos y sus estructuras económicas lo reflejan. Por esta razón todo el trabajo e intercambio en Haití, parece como pedalear en una bicicleta estática. Trabajas muy duro y mejoras en lo que haces, pero en realidad no avanzas.
Esto me interesa, porque cualquiera puede olvidarlo con solo mirar alrededor en Haití, donde ves a gente trabajando y produciendo como locos y aún así la gente nunca parece recuperarse. Sin entender la economía, es casi imposible ver lo que no se ve: el capital que está ausente y de otro modo permitiría el crecimiento económico. Y es esta misma la razón de la persistencia de la pobreza, que, después de todo, es la condición natural de la humanidad. Descubrirlo requiere algo heroico, algo especial, algo exclusivo históricamente.
Ahora nos ocupamos de la cuestión del porqué de la ausencia de capital.
La respuesta tiene que ver con el régimen político. Es un hecho bien conocido que cualquier acumulación de riqueza en Haití te convierte en objetivo, si no de la población en general (que ha sido educada en la sospecha sobre la riqueza, y probablemente por buenas razones), sin duda del gobierno. El régimen, no importa quien esté al cargo, es como un perro voraz suelto, buscando devorar cualquier riqueza privada que aparezca.
Esto crea algo incluso peor que el problema de la “incertidumbre de régimen” de Higgs. Hay certidumbre en el régimen: certidumbre de que robará todo lo que pueda, cuando que pueda, ahora y siempre. Entonces ¿por qué no vota la gente para acabar con los malos y traer a los buenos? Bueno, quienes tenemos en Estados Unidos alguna experiencia con la democracia sabemos la respuesta: no hay buenos. El propio sistema es propiedad del estado y está enraizado en el mal. El cambio siempre es ilusorio, una ficción pensada para el consumo público.
Éste es un caso interesante de una forma peculiar en la que el gobierno mantiene a raya la prosperidad. No está destrozando el país mediante una aplicación intensa de impuestos y regulaciones o nacionalizaciones. Uno tiene la sensación de que la mayoría de la gente nunca se ha enfrentado con un cargo oficial y nunca ha realizado papeleo o visto ninguna burocracia. El estado solo golpea cuando hay algo que saquear. Y saquea: predecible y constantemente. Y esto solo basta para garantizar un estado permanente de pobreza.
Es verdad que hay muchos estadounidenses que están firmemente convencidos de que todos estaríamos mejor si cultiváramos nuestra propia comida, compráramos solo localmente, mantuviéramos pequeñas las empresas, desdeñáramos comodidades modernas como los electrodomésticos, volviéramos a utilizar solo productos naturales, expropiáramos a los ahorradores ricos, arrasáramos la clase capitalista hasta que se siente mal acogida y se desvanezca. Su paraíso tiene un nombre y es Haití.

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