24 febrero, 2012

Las armas de Calderón

Los priistas alegan la “judicialización” de los comicios, la exhiben como una guerra sucia.

Francisco Martín Moreno*
Cuando leo o escucho las súplicas dolorosas de los priistas o las encendidas condenas cargadas de amenazas con el objetivo de impedir que se “judicialicen” las campañas electorales, en particular la presidencial, es evidente que están rogando en el fondo de su alma, que el presidente Calderón no se atreva a filtrar a la prensa el comportamiento desaseado y corrupto de muchos militantes del tricolor que se saben amenazados por la afilada guadaña presidencial. Alegan la “judicialización” de los comicios, la denuncian, la exhiben como parte de una guerra sucia en contra del PRI, cuando en realidad se saben tocados de muerte porque no ignoran, como no lo ignoran, que durante sus gestiones aprovecharon su responsabilidad administrativa para enriquecerse impunemente haciéndose de un patrimonio mal habido, un claro enriquecimiento ilegítimo, que ahora les resulta imposible ocultar y que por el otro lado constituye un obstáculo, en algunos casos insalvable, de cara a su carrera política.

La insultante corrupción de una inmensa mayoría de quienes, en su momento, fueron o son funcionarios priistas, constituye el arma idónea, que de saberla utilizar eficientemente el presidente Calderón, puede garantizar el acceso de Josefina Vázquez Mota a la Presidencia de la República. Es evidente que en diferentes círculos del poder se subestima la capacidad operativa electoral de Calderón, se subestima su talento y sus obsesiones que le han arrebatado el sueño en los últimos dos años: se niega a pasar a la historia como el jefe de la nación que regresó el PRI a los Pinos, cuando Fox, un irresponsable advenedizo, con una escasa experiencia política incomparable con la suya, lo sacó de Los Pinos en el año 2000. La otra gran fijación que le impide conciliar el sueño es la de estar presente, como una pesadilla, el primero de diciembre entregándole la banda presidencial a López Obrador. Es claro, clarísimo, que Calderón ha jurado por los cuatro clavos de Cristo, por los cuernos de luz de Moisés, por el tridente de Neptuno y por la túnica de Buda, que él jamás le entregará el poder ni al PRI ni a López Obrador, porque en el primer caso sería etiquetado como un imbécil, calificativo que de ninguna manera encuadra dentro de su perfil político y, en el otro, porque de ganar el tabasqueño, éste ejecutaría una venganza tan inmediata como exquisita para recluir en una presión federal no sólo a Calderón, sino a cualquier otro familiar que ostente el mismo apellido.
Para tratar de demostrar la agudeza política de Calderón, misma que no se le ha reconocido, basta con traer a colación el caso de Moreira. Me explico: de buen tiempo atrás, Calderón sabía los hechos criminales que se habían llevado a cabo en el estado de Coahuila, tales como la falsificación de actas y de otros documentos para obtener créditos y proyectar la deuda pública del estado a niveles que los coahuilenses tardarán más de 30 años para poder amortizar. Calderón lo sabía, sin embargo, esperó el mejor momento para atacar, mismo que se dio cuando el entonces gobernador Moreira de golpe se convirtió en el presidente mismo del PRI, del Comité Ejecutivo Nacional. Si bien es cierto que al venado hay que dispararle cuando se le tiene en la mira, Moreira se puso a tiro cuando fue ungido como el máximo jerarca del tricolor. La debacle fue total. Cuando Calderón logró su renuncia me lo podría imaginar aplaudiendo, hasta con los zapatos, el severo descalabro de sus adversarios políticos. Se supo esperar y supo filtrar las noticias. Se apuntó un éxito apabullante.
¿Hacia dónde orienta en este momento su artillería? Evidentemente que la está dirigiendo hacia la cabeza misma de Enrique Peña Nieto. La distancia que lo separa de su oponente político más peligroso es de más de 20 puntos, por lo que para lograr que Josefina Vázquez Mota acceda a la Presidencia se requiere un golpe devastador en contra del candidato del tricolor mediante el cual quede expuesto su enriquecimiento ilegítimo durante su estancia en el gobierno del Estado de México, si es que aquél no se condujo con probidad y siguió equivocadamente el camino de su antecesor, el gobernador Arturo Montiel. En concreto, si Peña Nieto no observó una conducta escrupulosa y honorable en el manejo de las finanzas públicas y en las personales, evidentemente que habrá puesto en las manos de Calderón, su más feroz oponente electoral, las armas políticas necesarias para destruirlo.
¡Claro que los priistas están asustados y, por supuesto, que el miedo a la exhibición pública les devora las entrañas porque advierten el final, no sólo de sus carreras políticas, sino su destino como futuros inquilinos de cualquier prisión federal! Lo saben, de ahí que muchos rufianes del tricolor sean capaces de dejarse cortar una mano con tal de obtener una diputación o una senaduría plurinominal para poder, en el futuro, gozar de fuero constitucional que les permita no comparecer ante ninguna autoridad acusados de haber cometido delitos del orden común o federal. Por todo ello hablan de la “guerra sucia” o de la “judicialización” del proceso electoral, a sabiendas de que quieren resguardarse del uso eficiente de la guadaña con que Calderón piensa cortar todo tipo de cabezas para privar de enemigos políticos a Josefina Vázquez Mota y garantizarle así su acceso a Los Pinos.
Si estoy equivocado o no, como bien lo dicen en España: poco vivirá quien no lo vea…

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