26 febrero, 2012

Mankiw frente a Rothbard sobre la reforma impositiva

Por Robert P. Murphy. .


En un reciente artículo en el New York Times, el autor superventas de libros de texto, profesor de Harvard y asesor de Mitt Romney, Greg Mankiw, ofrecía cuatro principios de reforma impositiva que están apoyados casi universalmente por los economistas profesionales, incluso los extremadamente pro-mercado.
En el presente artículo, criticaré las opiniones de Mankiw desde una perspectiva rothbardiana. El evidente punto de vista de consenso entre los economistas en la disposición del código impositivo muestra los peligros del pensamiento grupal.

Falsa unanimidad

Desde el principio, Mankiw se asienta poco firmemente cuando declara: “Los economistas que estudian las finanzas públicas están de acuerdo desde hace mucho con la William E. Simon, el anterior secretario del Tesoro, que decía que ‘la nación debería tener un sistema impositivo que parezca que alguien lo hubiera diseñado a propósito’”.
Esta declaración, aunque bastante inocente, produce bastante confusión. Mankiw escribe como si la situación en economía fuera equivalente a decir: “Los doctores que estudian el cáncer de pulmón están de acuerdo en que la gente no debería de fumar”. La declaración de Mankiw suena como si solo un no economista (o al menos solo un tipo muy raro) pudiera pensar que a los legisladores les gusta al actual código impositivo. Por el contrario, se supone que hemos de preocuparnos sobre cómo aparecen de la nada esos agujeros y absurdas minucias. La cita de Simon por Mankiw evoca una imagen de los legisladores (guiados por economistas expertos, por supuesto) sacando periódicamente las tijeras para podar los arbustos que crecen alrededor de Hacienda.
Todo en esta opinión es erróneo. Al contrario que el dinero o el idioma inglés, el sistema impositivo estaba diseñado a propósito. Es verdad que no lo diseñó una sola persona, pero el código impositivo del gobierno federal de EEUU está lejos de un “orden espontáneo” en el sentido hayekiano.
La razón de la perplejidad de los economistas de las finanzas públicas con el código impositivo es que ignoran las ideas de los economistas de la elección pública. Es verdad, si aceptamos las palabras de los políticos, entonces el actual código impositivo es inexplicable. ¿Por qué, durante bastante tiempo, los federales (a) dieron exenciones fiscales para estimular a las refinerías a usar etanol pero (b) impusieron un arancel al etanol de caña de azúcar hecho en Brasil? ¿Qué es esto? ¿Quieren los políticos salvar el planeta o no?
La respuesta es evidente: a los políticos les gustaban ambas normas, porque se trataba de ganarse el favor de los cultivadores nacionales de maíz. Los granjeros brasileños no pueden votar en la elecciones de EEUU (al menos, no por ahora), así que no tenía sentido dar a las refinerías un gravamen impositivo hasta el grado de que usaran etanol importado.
Antes de ocuparnos de sus principios de la reforma impositiva, deberíamos también mencionar que incluso en sus propios términos, al cita de Simon por Mankiw no impresionaría a Murray Rothbard. En lugar de anhelar un código impositivo que pareciera ser diseñado coherentemente con algún propósito (indeterminado) en mente, Rothbard preferiría un código impositivo que no violara los derechos de nadie. (De verdad que sería un código mínimo).

Concediendo la cantidad que el gobierno quiere gastar

El primer principio de Mankiw toma el gasto público como algo dado:
AMPLIAR LA BASE Y REBAJAR LOS TIPOS. El código impositivo de EEUU está lleno de deducciones y exclusiones que encogen la base impositiva. La menor base requiere a su vez tipos impositivos más altos para aumentar los ingresos necesarios para financiar el gobierno. El punto inicial de la reforma es invertir este proceso.
Éste es siempre el peligro cuando los economistas actúan como meros tecnócratas, asesorando al gobierno sobre la mejor manera de exprimir a los contribuyentes que viven en el territorio del gobierno. (¡Puedo decir esto con autoridad, porque yo mismo he escrito un manual similar!)
Aún así, un rothbardiano puede razonar en sentido contrario. Si suponemos que vamos a tener cualquier impuesto, ¿cómo deberíamos clasificarlo? El rothbardiano da una nota alta a una categoría impositiva que haga difícil al gobierno obtener ingresos, ya que un gobierno bien financiado es en sí mismo, hostil a la libertad, el crecimiento económico y cualquier otro objetivo que adopte un pueblo civilizado.
De hecho una de las razones por las que el propio Rothbard alababa el “impuesto por cabeza” (en el que todos los ciudadanos pagan una cantidad fija en dólares al gobierno y punto) es que sería necesariamente muy baja (de otra forma, algunos ciudadanos no podrían pagarlo). No hace falta decir que uno no escucha esas opiniones en la típica discusión de la reforma impositiva.

Impuestos al consumo

Mankiw procede a recomendar algo que es bastante normal en la doctrina de la corriente principal:
GRAVAR EL CONSUMO EN LUGAR DE LA RENTA. Hace casi cuatro siglos, el filósofo Thomas Hobbes sugería que los impuestos deberían basarse en el consumo, no en la renta. La renta mide la contribución de trabajo y capital de una persona a la producción de bienes y servicios de la sociedad. El consumo mide la cantidad de esos bienes y servicios que obtiene para disfrutarlos. Hobbes razonaba que como el consumo refleja mejor los beneficios que recibe una persona como miembro de una sociedad, es la base apropiada para los impuestos.
Mucha de la teoría económica moderna confirma esta conclusión. En los modelos normales, un impuesto al consumo permite a la economía alcanzar la mejor asignación de recursos con el tiempo, mientras que un impuesto a la renta  desanima innecesariamente el ahorro, la inversión y el crecimiento económico.
Rothbard fue uno de los pocos economistas que atacó sistemáticamente la opinión típica de que (al menos teóricamente) era eficiente gravar el consumo, pero no la renta. Es verdad que un impuesto a las rentas (si se aplica no solo a los salarios, sino asimismo a intereses, dividendos y ganancias de capital) distorsionará el equilibrio entre consumo presente y futuro y que en este sentido los economistas de la corriente principal tienen razón en que introduce otra fuente de ineficiencia, más allá de la extracción del propio pago del impuesto.
Sin embargo, Rothbard lamentaba que a menudo los economistas de la oferta trataran el ahorro y la inversión como algo bueno en sí mismo, cuando realmente el objetivo debería ser que los individuos decidan qué hacer con su propiedad. (Por ejemplo, si el gobierno amenazara con encarcelar a quien ahorrara menos del 50% de su renta cada año, eso indudablemente “estimularía el ahorro y el crecimiento económico”, pero dañaría el verdadero bienestar, adecuadamente definido).
Rothbard (aunque no usara estos términos) también apuntaba que en la típica literatura fiscal, los economistas de la corriente principal a menudo se dedicaban a un análisis de equilibrio parcial, en lugar de del equilibrio general. En otras palabras, Rothbard decía que para evaluar el impacto de un impuesto, realmente tendríamos que dejar que todo el sistema se asentara en la nueva situación y ver lo que pasaba. Ese razonamiento podría invertir nuestra opinión inicial:
Por tanto, la opinión aparentemente de sentido común de que un impuesto a las ventas al por menor se dirigirá al consumidor es totalmente incorrecta. Por el contrario, el impacto inicial del impuesto será en las rentas netas de las empresas de venta al por menor. Sus severas pérdidas llevarán a un rápido cambio hacia abajo en las curvas de demanda, remontándose a la tierra y la mano de obra, es decir a los salarios y rentas de los terrenos. Por tanto, los impuestos a las ventas al por menor, en lugar de trasladarse rápida e inocuamente hacia abajo, a largo plazo se trasladarán hacia arriba a las rentas del trabajo y las tierras. De nuevo un supuesto impuesto al consumo se ha transmutado por el proceso del mercado en un impuesto a las rentas.
Para quienes estén interesados en una exposición numérica, he escrito un largo post que se ocupa de otras dos defensas recientes de la idea de “gravar el consumo y no la renta”. Entre otros problemas, apunto que podemos darle la vuelta a la lógica: igual que los típicos economistas del libre mercado dicen que un impuesto a la renta es “realmente” un impuesto al ahorro y por tanto ilegítimo, lo mismo puedo decir que el impuesto al consumo es “realmente” un impuesto al trabajo y por tanto ilegítimo.
La razón para este resultado es que cuando se defiende un impuesto al “consumo”, los economistas nunca incluyen el ocio como uno de los bienes de consumo. Por tanto, la existencia de una ineficiencia en el impuesto al consumo distorsiona el equilibro ocio/trabajo y lleva a la gente a trabajar menos de lo que harían en otro caso. Es algo exactamente análogo al problema del impuesto de la renta que hace que la gente ahorre demasiado poco.

¿Simplicidad?

El último principio de Mankiw suena bastante inocuo:
HAZLO SENCILLO, IDIOTA. Este aforismo de la ingeniería se basa en la eterna idea de que los sistemas complejos son más fáciles de destruir, a menudo de formas que el diseñador no anticipó. Se aplica con fuerza a los sistemas impositivos.
En realidad, al contrario que los sistemas de ingeniería, los sistemas impositivos complejos fracasan debido a que un ejército de contables y abogados fiscales muy bien pagados está listo para aprovechar cualquier agujero que pueda encontrar. ¿Recuerdan cuando el plan de estímulo del presidente Obama ofreció exenciones fiscales para automóviles eléctricos? Repentinamente, se disparó la venta de cochecitos de golf.
Es verdad que cualquier sistema impositivo estará sujeto a interpretación y por eso siempre necesitaremos a Hacienda. Pero cuanto más utilicemos impuestos y exenciones con objetivos bien definidos, más interpretaciones habrá.
Rellenar impresos para pagar impuestos nunca será agradable. Pero si la reforma incluyera una simplificación, la tarea podría hacerse un poco menos onerosa. Y si se indujera a algunos contables y abogados fiscales a convertirse en su lugar en ingenieros y doctores, la sociedad habrá dado un gran paso en la dirección correcta.
Dejando aparte la extraña referencia de Mankiw respecto a la “necesidad” de Hacienda (¿cómo sobrevivió la nación antes de 1913?) es un tema repetitivo de libre mercado. El iconoclasta Rothbard reclamaría disentir:
Hay (…) una buena razón para que paguemos a abogados fiscales y contables. Gastar dinero en ellos no es un desperdicio social mayor que nuestras compras de candados, cajas fuertes o vallas. Si no hubiera delito, el gasto en esas medias de seguridad sería un desperdicio, pero hay delito. Igualmente, pagamos dinero a abogados y contables, porque, igual que las cajas fuertes o los candados, son nuestra defensa, nuestro escudo contra el recaudador de impuestos.

Conclusión

Todos saben que el actual sistema impositivo en Estados Unidos (o en cualquier otro país) es una enorme fuente de ineficiencia económica. Sin embargo, una perspectiva rothbardiana demuestra que incluso mucho de los economistas actuales del libre mercado conceden demasiado al gobierno cuando discuten la reforma impositiva.

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