24 febrero, 2012

Obama y Teddy Roosevelt: Ambos sin comprender la economía

por Jim Powell

Jim Powell es académico titular del Cato Institute y autor de FDR’s Folley, Bully Boy: The Truth About Theodore Roosevelt’s Legacy y Greatest Emancipations.
El presidente Obama es un hombre inteligente que cree que las grandes fortunas son un problema social y que la gente común y corriente estaría mejor si las fortunas fuesen considerablemente reducidas a través de los impuestos. Recientemente se inspiró en Theodore Roosevelt, otro hombre inteligente que tenía una opinión similar, completamente malinterpretó lo que estaba sucediendo en la economía y activamente la perturbó.


Theodore Roosevelt (TR) fue el hombre que, en 1906, alentó a los progresistas a promover un impuesto federal sobre la renta luego de que hubiera sido rechazado por la Corte Suprema y dado por muerto. Declaró que “no se puede decir suficiente en contra de los hombres de grande riqueza”. Prometió “castigar a ciertos maleantes de gran riqueza”.
Tal vez la opinión de TR se basaba en una era pasada en la que las fortunas más grandes se hacían proveyendo lujos a los reyes, como mueblería fina, tapices, porcelanas, obras de plata, oro y piedras preciosas. Sin embargo,  desde el auge del capitalismo industrial, las fortunas más grandes generalmente se han hecho sirviendo a millones de personas ordinarias. A uno se le vienen a la mente la fortuna Wrigley hecha a base de chicle, la fortuna Heinz de pepinillos, la fortuna Havemeyer de azúcar, la fortuna Shields de crema de afeitar, la fortuna Colgate de pasta diente, la fortuna Ford de autos y, más recientemente, la fortuna Jobs de Apple. TR heredó dinero de los negocios de importación de vidrio y banca de su familia y tal vez su hostilidad a la riqueza capitalista se debía a un sentimiento de culpa.
Como Obama, TR era un creyente apasionado en el Estado interventor —de hecho fue el primer presidente en promoverlo desde la Guerra Civil. Él dijo: “Creo en el poder…Si expandí considerablemente el uso del poder ejecutivo…Las cuestiones más importantes las abordé sin consultarle a nadie, ya que cuando una cuestión es de capital importancia, está bien que esta sea abordada solamente por un hombre…No creo que se derive daño alguno de concentrar el poder en las manos de un hombre”.
También como Obama, TR estaba casi totalmente enfocado en la política —las personalidades, los discursos, la publicidad, etc. Parecía estar preocupado acerca de un asunto económico solamente cuando este se convertía en un gran problema, particularmente si era lo suficientemente grande como para afectar su próxima elección. No había evidencia de reflexiones a largo plazo que consideren lo que sucedería más allá de las próximas elecciones. Ciertamente no había una concientización de las consecuencias imprevistas.
Uno de los errores de TR fue el uso del razonamiento anecdótico. Él rápidamente adoptaba opiniones que no representaban de manera precisa lo que estaba sucediendo. Vio como se desarrollaban los grandes negocios y concluyó que debían ser monopolios. Tenía la idea de que la economía estadounidense estaba llena de monopolios y que un gobierno poderoso se necesitaba para detenerlos. Estaba orgulloso de ser llamado un “rompe monopolios”.
Bajo esta óptica, TR confundió el tamaño de los negocios con el tamaño de los mercados. Muchos negocios eran grandes, pero los mercados eran más grandes, estaban creciendo más rápido e incluso los negocios más grandes estaban perdiendo participación en el mercado.
Lejos de ser monopolística, la economía estadounidense de la época de TR era intensamente competitiva. Estaba sacando a millones de personas, incluyendo a inmigrantes sin un centavo, de la pobreza. La tasa de desempleo llegó a ser de 1,7 por ciento (1906). Aún así TR creía que su misión era perturbar la economía. Nunca parecía considerar cómo sus acciones afectarían a las personas comunes y corrientes. Afortunadamente, no logró que se apruebe mucha legislación económica, pero inició una tendencia que se aceleró después, especialmente durante los gobiernos de Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt (primo lejano de TR), Harry Truman, Lyndon Johnson, Richard Nixon e incluso Obama, con sus evidentes consecuencias el día de hoy.
Si la economía estadounidense de verdad estaba llena de monopolios, estos hubiesen restringido la producción para ejercer una presión al alza sobre los precios. Eso es lo que los monopolios hacen, una razón importante por la que a las personas no les gustan. Bueno, en el EE.UU. de TR, la producción estaba aumentando y los precios estaban cayendo: lo contrario de lo que uno esperaría si los monopolios fuesen abundantes.
Por ejemplo, la producción de acero aumentó de 1,3 millones de toneladas en 1880 a 11,2 millones de toneladas en 1900, el año en que la Corporación de Acero de EE.UU. fue establecida. La producción de acero una década después fue de 28,3 millones.
Gracias en parte a los esfuerzos de John D. Rockefeller, la producción de petróleo aumentó de 152 billones de unidades británicas de calor en 1880 a 369 billones en 1990 y a 1.215 billones en 1910, un año antes de que la Corte Suprema de EE.UU. ordenara que su Standard Oil Company fuese desmantelada.
Aunque la refinación de azúcar se decía que estaba en manos de monopolistas, la producción se expandió de 1.900 millones de libras en 1880 a 4.800 millones de libras en 1900 y a 7.300 millones de libras en 1910.
Un índice de la Oficina del Censo para el valor de la producción de alimentos avanzó de 1.679,4 en 1880 a 3.333 en 1900 y a 6.129 en 1910. El índice de la Oficina del Censo para la ropa aumentó de 358,2 en 1880 a 817,4 en 1900 y a 1.408,3 en 1910.
Si los monopolios fuesen abundantes, uno esperaría que hubiesen menos y menos negocios, conforme los sobrevivientes se tragaban a la competencia y se volvían cada vez más grandes.
Pero la Oficina del Censo reportó que el número de empresas comerciales e industriales en EE.UU. aumentó de 1,11 millones en 1890 a 1,17 millones en 1900 y a 1,51 millones en 1910. La tasa de fracaso entre las empresas comerciales  industriales, y la obligación promedio por cada fracaso, de hecho disminuyó entre 1890 y 1910.
Los precios bajaron, bajaron y bajaron —nuevamente, lo opuesto de lo que uno esperaría si los monopolios fuesen abundantes. Como el economista Stanley Lebergott indicó, “El petróleo se vendía entre $12 y $16 el barril en 1860, pero por menos de $1 durante cada año entre 1879 y 1900”. John D. Rockefeller redujo el precio de su producto principal, el kerosene, de 80 centavos el galón a 3 centavos. Fue el vendedor de productos en rebaja más exitoso, el Wal-Mart de su época.
El costo de enviar productos a través de ríos, canales, vagones y ferrocarriles también disminuyó. El Premio Nobel George J. Stigler reportó que “el costo promedio por tonelada de carga enviada por ferrocarriles había caído para 1887 en un 54 por ciento en relación a su nivel de 1873, con todas las rutas tanto en las regiones orientales como occidentales mostrando declives similares”. De igual forma, el costo de enviar productos al extranjero cayó dramáticamente, gracias a un mayor número de poderosos buques a vapor. Como consecuencia, los productores podían ingresar en mercados distantes, socavando a los monopolios locales.
Mientras que los precios caían, la calidad de los productos mejoraba. Las empresas prosperaban estableciendo nombres de marca, porque la gente naturalmente favorecía los productos en los cuales confiaba. Era mucho más barato satisfacer a un cliente y conseguir fáciles negocios que perder a clientes insatisfechos e incurrir en el alto costo de reemplazarlos solamente para mantener las ventas. De esta manera se explica el éxito de las marcas que empezaron a aparecer a finales de los 1800s, como la leche condensada Borden, los frejoles Van Camp, la sopa Campbell, el cereal Kelloggs’, las carnes Swift y el polvo para hornear Royal.
Los almacenes como Macy’s (Nueva York), Wanamaker’s (Philadelphia) y Marshall Field’s (Chicago) prosperaron estableciéndose como comerciantes respetados. Los clientes que tenían una buena experiencia era probable que regresaran.
Las tiendas pertenecientes a una cadena competían de manera similar ofreciendo más valor por el dinero de un cliente. La primera cadena importante, la Atlantic & Pacific Tea Company, empezó a hacer negocios en 1859 y para 1870 se había convertido en una cadena de supermercados. Nueve años después, Frank W. Woolworth estrenó las tiendas de “5 y 10 centavos” ofreciendo una amplia gama de artículos a bajo costo.
Sears Roebuck, Montgomery Ward y otros negocios de ventas por correo competían ofreciendo más opciones para personas que vivían en pequeños pueblos con pocas tiendas. Los comerciantes de ventas por correo descubrieron que los clientes estaban dispuestos a hacer un pedido con personas que ellos nunca habían conocido sólo si había una garantía creíble de que su dinero les sería devuelto si había algún problema. Como era costoso administrar los productos devueltos, los negocios de ventas por correo tenían el incentivo de  tener en su inventario productos de buena calidad que rara vez eran devueltos.
Los negocios basados en tecnologías viejas fueron desafiados por negocios con nuevas tecnologías que hicieron posibles más capacidades, mejor calidad y costos más bajos. El número de patentes emitidas anualmente por la Oficina de Patentes de EE.UU. aumentó de 12.903 en 1880 a 24.644 en 1900 y a 35.141 en 1910, el año en que la patente estadounidense número 1 millón fue emitida. TR vivió durante los buenos tiempos de inventores prolíficos como Thomas Alva Edison, Alexander Graham Bell, George Westinghouse, Gottlieb Daimler, George Eastman, Lee de Forest, George Washington Carver, Charles Steinmetz y Orville y Wilbur Wright.
La industria manufacturera tradicional y los centros financieros en el noreste se enfrentaron a la competencia de las regiones central y occidental de EE.UU. Grandes fortunas se hicieron en la región occidental, proveyendo más competencia con la región oriental. Los comerciantes Mark Hopkins, Collis P. Huntington y Charles Crocker se unieron al abogado/político Leland Stanford e hicieron sus fortunas con ferrocarriles y otros negocios. El empresario nacido en Irlanda John William Mackey hizo su fortuna en las minas de plata de Nevada, la cual utilizó para crear el Banco de Nevada y financiar el posicionamiento de los cables transatlánticos. George Hearst acumuló su fortuna gracias a las minas de plata en Nevada y en Utah, a las minas de oro en Dakota del Sur y a las minas de cobre en Montana.
Las empresas de Wall Street tuvieron mucha competencia. El capital necesario para expandir negocios al occidente del país en su gran mayoría vino de ganancias corporativas retenidas y de fuentes locales. Muchos manufactureros de la región central establecieron bancos que se convirtieron en potencias regionales. Las cámaras de compensación bancaria de Chicago y de St. Louis crecieron cuatro veces más rápido que las empresas de Wall Street.
De manera que una abrumadora evidencia sugiere que a pesar de la guerra de clases de TR y otros progresistas, el monopolio era una ilusión. Ida M. Tarbell, la periodista especializada en escándalos que se convirtió en la enemiga más famosa de John D. Rockefeller, parecía representar la opinión de los productores de costo más alto —como su hermano William Walter Tarbell de Pure Oil Company— frustrados por la habilidad de Rockefeller de vender a precios más bajos que ellos. Seguramente, ni Tarbell ni otros periodistas especializados en escándalos alguna vez parecieron haber solicitado la opinión de los consumidores acerca de los capitalistas que estaban mejorando su calidad de vida.
En todo caso, el argumento de TR en contra de Standard Oil no llegó a comprobarse. Los mejores esfuerzos de Rockefeller no pudieron prevenir que surgieran nuevos competidores, en parte porque eran más rápidos para aprovecharse de los recientemente descubiertos campos petroleros. Entre los competidores estaban Tide-Water Pipeline Company (c. 1880), Sun Oil (1890), Union Oil Company of California (1890), Pure Oil (1895), Associated Oil of California (1901), Texaco (1902) y Gulf Oil (1907).
Conforme Standard Oil se expandió al extranjero, se encontró con más competidores con bolsillos profundos. Durante los 1870s, los hermanos Nobel de Suecia y los Rothschilds de Inglaterra empezaron a desarrollar los ricos campos petroleros en Baku, Rusia. Marcus Samuel, quien empezó su carrera vendiendo conchas de mar en Londres, concibió la idea de construir tanqueros que podrían enviar petróleo ruso de manera segura a través del Canal de Suez hacia Bangkok y Singapur, pudiendo así superar el precio de Standard Oil. Luego ayudó a sacar provecho de los campos petroleros descubiertos en Sumatra —construyó la Shell Oil Company. El petróleo de Sumatra también ayudó a lanzar la empresa petrolera Royal Dutch. Standard Oil perdió participación tanto en el mercado internacional como en el doméstico.
El caso antimonopolio de TR fue presentado en 1906 y la Corte Suprema emitió su decisión en 1911, luego de que él se había ido de la Casa Blanca. Los jueces no presentaron a Standard Oil como un monopolio que explotaba a la gente cobrando precios altos, dado que incluso Tarbell había reconocido que la empresa vendía a precios bajos. Debía ser desmantelada la empresa porque sus subsidiarias no competían entre ellas, pero la subsidiarias y la familia Rockefeller continuaron prosperando.
Desde ese entonces varios estudios han fracasado en encontrar evidencia de tendencia alguna hacia un monopolio en EE.UU. En las industrias automotriz, de acero, de textiles, de moda, de energía, de telecomunicaciones, de computadoras, de electrodomésticos y tantas otras industrias, las principales empresas han perdido su dominio conforme los mercados se expandieron, los gustos de los consumidores cambiaron, nuevas tecnologías se desarrollaron y los proveedores extranjeros ingresaron al mercado. Estos días, uno es más probable que escuche quejas acerca de la globalización —la competencia extranjera— que acerca del monopolio. Ahora el tipo más común de acción antimonopolio es un caso privado, comúnmente iniciado por empresas con costos más altos que están sufriendo en el mercado y esperan extorsionar un acuerdo rentable de sus rivales de costos más bajos.
Tal vez porque TR creció durante uno de los periodos más prósperos de EE.UU., él no lo apreció. Demonizó a los inversionistas y empresarios exitosos, imaginando que no habrían consecuencias adversas. Ese es un lujo que Obama no se puede dar, dado que la economía ha empeorado bajo su liderazgo. Aún así él parece creer que nada malo es culpa suya, una afectación progresista que comparte con TR.
Sería más prudente reconocer que una economía próspera es la mejor manera de mejorar la vida de las personas y una economía puede soportar una serie de golpes políticos antes de que los problemas serios se vuelvan evidentes.

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