22 febrero, 2012

Recuperando el lenguaje

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En mi último artículo, yo afirmaba que el lenguaje es importante en la batalla ideológica por una sociedad libre. Si permitimos a nuestros “amigos” de la izquierda estatista apropiarse del puesto elevado de la lingüística, haremos más difícil nuestra batalla. Debemos usar palabras que nos permitan defender el capitalismo de laissez faire, no aquellas en las que insiste el otro bando. Continuemos con este proceso de “deconstruir” el lenguaje para estos fines con algunos ejemplos más.


Indecentemente ricos

Esta expresión se pronuncia con una mueca de disgusto. La implicación es que la riqueza siempre se obtiene ilegítimamente.
Por supuesto, esto a veces es verdad, pero indudablemente no siempre. Es decir, es verdad que hay medios ilícitos para conseguir riquezas, como a través del robo, de Asesinatos S.A., del fraude o de un montón de otras formas de violar el axioma libertario de no agresión contra no agresores y los derechos a la persona y la propiedad en los que se basa.
Pero los destinatarios habituales de este odioso epíteto no son los sinvergüenzas o asesinos, ni la abrumadora mayoría de ladrones ricos.
Por el contrario, los destinatarios son empresarios que han ganado una enorme riqueza enriqueciendo las vidas de sus clientes. Por tanto la presunción es que si una persona es acomodada, obtuvo sus posesiones honradamente. En lugar de denigrar a los ricos deberíamos hacer desfiles en su honor.
Y tendríamos que considerar usar la frase opuesta “indecentemente pobres”, no para identificar a quienes sin culpa se han empobrecido, sino más bien a aquellos, los “inmerecidamente pobres” de una era anterior, que son capaces físicamente, pero hacen poco para ganarse la vida y todo lo que pueden para rebajarnos a todos los demás hasta su nivel.

Privilegiados

Adecuadamente utilizado, este término se aplica a aquéllos a quienes se ha dado ventajas especiales negadas a la persona corriente. En tiempos antiguos, esta palabra se usaría, por ejemplo, para describir a un miembro de un gremio que se pudiera dedicar a un comercio prohibido a los que no eran igual de privilegiados.
Hoy en día, “privilegiado” puede aplicarse adecuadamente a los beneficiarios de la acción afirmativa impuesta por el gobierno: a esa gente se la dan contratos, trabajos, admisiones a la universidad, etc. negados a otros con cualificaciones idénticas e incluso superiores, pero con un incorrecto color de piel, género o tendencia sexual.
Pero ésta no es en absoluto la forma en que se usa la palabra en la ignorante época moderna por parte de nuestros expertos, maestros, clérigos y editorialistas de izquierdas. En su lugar, se utiliza esta palabra para los hijos de los ricos.
“Este niño viene de una familia rica de Scarsdale”, se dice. “Es un privilegiado”.
Esto es una tontería como una catedral. Si los padres del niño de Scarsdale han ganado honradamente su dinero, no se da a sus hijos ninguna ventaja injusta. Usar “privilegiados” para referirse sólo a los hijos de los ricos es sólo otra manera de afirmar que la riqueza es por sí misma una explotación.
Sin embargo esto son paparruchas marxistas y tendría que hacerse caso omiso de ellas. También podríamos denigrar como “privilegiados” a todos los niños con padres cariñosos, porque estos niños disfrutan de algo que no tienen las víctimas del abuso infantil.

Ingresos inmerecidos

De acuerdo con los árbitros del lenguaje en la amable oficina de Hacienda, el ingreso merecido proviene del trabajo. En un contraste muy marcado, el “ingreso inmerecido” lo generan beneficios, inversiones, intereses, etc.
Supuestamente esto es porque trabajar sudando la camiseta es noble, edificante y beneficioso públicamente, mientras que arriesgar el capital propio para obtener un beneficio beneficiando a los consumidores es precisamente lo opuesto.
¿Desde cuándo los marxistas han invadido Hacienda? Si la URSS pudo librarse de sus marxistas, ¿no podemos hacer lo mismo con nuestra Hacienda en los viejos y buenos EEUU?

Freeman

Recientemente, la publicación de bandera de la Fundación para la Educación Económica cambió su nombre de “Freeman” [“Hombre libre”] a “Ideas on Liberty”. Se dijo que era para distinguir esta revista de una milicia que se hacía llamar a sí misma “The Freemen” e iba contra la ley federal. (Para la historia completa de este grupo, ver Who Are The Freemen?).
Pero el Freeman de la FEE se había venido publicando durante décadas. Hacía mucho que era un periódico honorable, pero esta decisión ejemplifica exactamente lo que no debería hacerse en la batalla de las ideas. Sin duda hubiera sido mejor presentar una demanda por apropiación de nombre.
Debemos proteger nuestros propios estandartes, emblemas y herencia, no entregarlos a la primera señal de dificultad. ¿A este ritmo, algún día evitaremos “libertad”, “propiedad”, “libre empresa”, “libertarismo”? Lo haremos si este tipo de negación se convierte en un precedente.

Ultra

Hay ultraconservadores, pero, asombrosamente, no hay ultraprogresistas. ¿Dónde han ido todos los ultraprogresistas?
“Ultra” se refiere a una persona con cuyas ideas está en desacuerdo quien habla. Por eso la Madre Teresa no era ultragenerosa, pero cualquier persona a la derecha de George Bush se convierte en ultraconservador. Es hora, hace mucho que es hora, de empezar a buscar ultraprogresistas debajo de cada cama o mejor dejar de usar esa expresión de ultra, que se aplica sólo a un lado del pasillo.

Eer

Pasa casi lo mismo con el sufijo inglés “eer”. Hay “profiteers” [especuladores, derivado de la palabra inglesa “profit” (beneficio)], porque los beneficios son indudablemente malos y detestables. Pregunta a Fidel, él te lo dirá. Pero no existe un “wageer” [sería una derivación de “wage” (salario)], a pesar de que los salarios de algunos de nuestros principales deportistas y actores se han disparado últimamente. Es porque los trabajadores están siempre oprimidos y nunca son avariciosos, al menos según nuestro cuarto poder.

Una defensa de la quema de libros

En un artículo reciente, “The Comstocks Try for a Comeback on Long Island”, Gregory Bresiger se ocupaba de un grupo de irlandeses que había planeado quemar 700 ejemplares del libro Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt. Es un relato de la infancia del autor, que no deja en buen lugar a la cultura irlandesa.
Bresiger ha recurrido a todos los argumentos en su oposición. Cita la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury e incluso recurre a una cita de Malachy McCourt, hermano de Frank, respecto de esta práctica en la Alemania de Hitler. Insinúa que quemar libros no es sino el primer paso en un camino que lleva a quemar gente, a la intolerancia y al “aplastamiento de las ideas”.
Un argumento contra la quema de libros es el de sus consecuencias no pretendidas: quienes realizan estos actos a veces sólo consiguen popularizar aún más el objeto de su desprecio y odio. Pero esto difícilmente justifica que se les llame “hienas” o “torpes payasos”.
Tampoco aquí puede justificarse acudir a los grandes de la tolerancia: Erasmo, Spinoza, John Stuart Mill y John Milton. Pues aquí la clave, ignorada por Bresiger, es la distinción entre quema de libros pública y privada.
Con respecto a la primera, soy un entusiasta seguidor de Bresiger. El gobierno sencillamente no tiene que quemar libros, ni tampoco hacer mucho más por cierto.
Sin embargo la quema privada de libros del tipo que proponen los opositores irlandeses a Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt es algo completamente distinto. Quemar libros propios forma parte de los derechos de propiedad privada. Al oponerse a la quema privada de libros, calumniando a los que realizan esta actividad, Bresiger está al borde de violar los derechos de la propiedad privada.
Si poseo un libro, tengo derecho a quemarlo. Punto. Aunque Bresiger nunca queda al descubierto y dice que la quema de libros tendría que ser ilegal, se sugiere con fuerza por su enlace de esta práctica con Hitler, hienas y quema de personas.
Me pregunto cuál es su opinión sobre la quema de banderas. Aquí, como en la quema de libros, la postura libertaria tendría que estar clara: la gente tiene derecho a quemar o destruir cualquier propiedad privada suya. Cualquier que lo prohíba es ilícita.

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