Por Gabriela Pousa
Más de tres horas de discurso
se resumen en dos palabras: “Necesitamos Caja”. Hablar mucho es decir
poco, y el recitado monótono es un artilugio para lograr el efecto deseado: que
nada se comprenda demasiado. En ese contexto, la Presidente ratificó el rumbo
del “modelo”, que no es otro que hacer del gobierno un negociado perpetuo.
(En breve analizaremos en profundidad el relato y el contexto, conviene separar
política de oratoria y percepción errónea a conveniencia de semiótica)
En apenas una semana,
tantos acontecimientos simultáneos parecen haber modificado el escenario. Sin
embargo, cuando el ruido es tanto, conviene apelar a la cautela, y no
entusiasmarse creyendo que en breve sobrevendrán grandes cambios.
Para empezar habría que
preguntarse qué cambios esperar, y en segundo término analizar el modo como se
podrían dar. De esa forma, la algarabía de un panorama distinto en el corto,
mediano plazo vuelve a tornarse utopía. No hay en Argentina un consenso
mancomunado hacia adónde dirigir los pasos.
Un mismo acontecimiento
se ramifica en un sinfín de alternativas. Basta observar como ejemplo, el
conflicto desatado con YPF para advertir hasta qué punto se diversifican las
alternativas para resolver el caso. Mientras algunos bregan por un Estado
alejado de la petrolera, otros propagan la idea de estatizarlo. Para los
primeros, la privatización con un contralor que funcione sin grietas es la
solución. Para los segundos, en cambio, la optimización de recursos pasa por “devolver
al pueblo lo que es del pueblo”, parafraseando a una canción.
Así es como vuelve a
dividirse la sociedad, creando simultáneamente más antagonismos que empatías.
El kirchnerismo maneja esta dialéctica con indiscutible destreza. Más allá de
los beneficios e intereses personales, subyace por detrás el interés en
preservar un escenario de rivales.
Desde que llegaron al
poder, los Kirchner han entendido la política como una batalla perpetua. Su
concepción del poder se plasma en forma de guerra. Si no hay enemigos, se los
crea. De ese modo aparecieron adversarios impensados como lo fueron los
uniformados, el clero, el empresariado, la clase media, el campo, o mismo
individualidades como Francisco De Narváez -a quién se trató de ensuciar con la
causa de la efedrina-, y ahora el jefe de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio
Macri.
En el trayecto, se
ahondan o se suavizan las diferencias según convenga. En los últimos meses,
el gobierno ha ratificado una característica que acarrea desde el vamos: en
política no hay lealtades sino intereses que se comparten o se enfrentan. El
mentado “capitalismo de amigos” no existe tal como se lo ha entendido, según
algunos analistas, en los años 90. Y es que la amistad es una anatema. En todo
caso es más real y concreto hablar de un “capitalismo de testaferros”
A tal punto es así que,
hoy en día, hasta es dable creer que esa figura es la que sucedió a Néstor
Kirchner en el Ejecutivo. Cristina cuidaba las espaldas y negocios del
santacruceño en una suerte de sociedad política. Era su salvaguarda para volver
y asegurar la manutención del poder.
No hay que ser muy
suspicaz para darse cuenta cuáles pueden ser las semejanzas entre los Kirchner
y el menemismo. Sin embargo, hay una diferencia de base: durante la presidencia
de Carlos Menem se han hecho negocios importantes delante y detrás de
bambalinas. El gobierno fue utilizado como telón para esconder o disimular esos
negociados. El kirchnerismo, por el contrario, no lo usa a este como medio,
sino que ha hecho un negocio del mismísimo gobierno.
EL GOBIERNO EN OFERTA
PERPETUA
Es por ello que todo es
puesto en tela de juicio. Sin ir más lejos, la tarjeta SUBE irrumpe como
derivado de aquello. Lo mismo ocurre con YPF, las mineras, los subtes y
tantos otros temas que andan sueltos. Ninguno de ellos son fines, todos son
medios a través de los cuales, Cristina Fernández cuida o cree cuidar su
comercio.
No es políticamente
correcto decirlo, pero este repentino interés en poner en portadas la causa
Malvinas, responde también a la necesidad de mantener el negocio kirchnerista,
que esta vez no es un kiosco, ni una petrolera, etc. El negocio es,
sin eufemismos, la administración del país a través de sus tres cabezas: el
Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Los tres poderes del Estado
pierden independencia al aparecer como un todo, propiedad de quién gobierna. En
cada uno de ellos hay un testaferro que acata al verdadero dueño.
La metodología a través
de la cual, la Presidente comercia radica precisamente, en plantear
estadios de guerra. La diferencia por antonomasia con su antecesor en
el cargo, está en la cantidad de adversarios que enfrenta en una misma
contienda. Néstor Kirchner situaba su atención y sus fuerzas en una sola presa,
Cristina ataca en forma indiscriminada: abre fuego caiga quien caiga. Tiene en
mira varios centros, y los atiende sin dosificarlos en tiempo y espacio.
Es por ello que tanto la
CGT como los barones del conurbano bonaerense, Mauricio Macri, los Eskenazi, el
grupo Clarín y en especial su CEO, Héctor Magnetto son atacados al mismo
tiempo. Para cualquiera medianamente lógico, este modus operandi es altamente
peligroso. No es igual que le devuelvan el tiro desde una trinchera, que
recibir respuestas, al unísono, desde varias de ellas.
Un detalle: si bien se
mira, se verá además que quienes hoy están en la vereda de enfrente, son los
mismos que antes apañaron sus gritos de guerra.
La ingenuidad, la angurria o la benevolencia de la obsecuencia no otorgan
impunidad eterna. Le convendría a ciertas figuras del gabinete entender esta
metodología antes que pasen a ser nuevos blancos en futuras contiendas.
Abiertos varios frentes
simultáneamente, se incrementa la posibilidad de recibir alguna bala suelta. Tener
cintura para esquivarlas en una primera hondonada, no implica que las balas no
vayan a entrarle en el momento que menos se espera. Probablemente eso explique
también la aparición de La Cámpora cuya función, precisamente, es cuidar
las espaldas de la Presidente, a la vez que obra cual testaferro menor,
atendiendo algunas cajas sueltas.
Lo cierto, finalmente es
que no hay políticas de Estado porque el Estado se resume en la figura de
una jefa que no cesa en ofertarlo, para que sean otros los que caigan si acaso,
de repente, sucede el milagro y alguien empieza a demandarlo.
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