La mayoría de nosotros, y todos nosotros la mayoría del tiempo, consideramos a la economía de mercado como un tipo definido de orden económico, una especie de “técnica económica” opuesta a la “técnica” socialista. Para este punto de vista es significativo que llamemos a su principio constructivo el “mecanismo de precios”. Aquí nos movemos en el mundo de los precios, de los mercados, de la oferta y la demanda, de la competencia, de los niveles salariales, de los tipos de interés, de los tipos de cambio y demás.
Por supuesto, esto es correcto y adecuado hasta cierto punto. Pero hay un gran peligro de dejar de lado un factor importante: la economía de mercado como un orden económico debe corresponderse con cierta estructura de la sociedad y un ambiente mental definido apropiado para ésta.
El éxito de la economía de mercado allá donde se ha restaurado en nuestro tiempo (en la Alemania Occidental más notablemente) ha resultado, incluso en algunos círculos socialistas, en una tendencia a apropiarse de la economía de mercado como un dispositivo técnico capaz de construirse en una sociedad que, en todos los demás aspectos, es socialista.
Así, la economía de mercado aparece como parte de un sistema social y político integral que, en su concepción, es una maquinaria colosal altamente centralizada. En ese sentido, siempre ha habido un sector de economía de mercado incluso en el sistema soviético, pero todos sabemos que ese sector es un simple aparato, un dispositivo técnico, no algo vivo. ¿Por qué? Porque la economía de mercado como campo de libertad, espontaneidad y libre coordinación no puede prosperar en un sistema social que es justamente lo opuesto.
Esto lleva a mi primera afirmación principal: la economía de mercado descansa en dos pilares esenciales, no en un sólo. No sólo asume la libertad de precios y de competencia (cuyas virtudes los nuevos socialistas adeptos a la economía de mercado ahora aceptan a regañadientes), pero descansa igualmente en la institución de la propiedad privada. La propiedad debe ser genuina. Debe comprender todos los derechos de libre disposición sin que (como ocurría en la Alemania Nacionalsocialista y hoy día en Noruega) sea una cáscara legal vacía. A estos derechos debe añadirse el derecho de legar la propiedad.
La propiedad en una sociedad libre tiene una doble función. No sólo significa que la esfera individual de decisión y responsabilidad esté, como hemos aprendido como abogados, deslindada de la de otros individuos, sino asimismo que la propiedad protege la esfera del individuo contra el gobierno y su constante tendencia a la omnipotencia. Es tanto un límite horizontal como vertical. Y es en esta doble función como debe entenderse la propiedad como condición indispensable para la libertad.
Es curioso y triste ver cuán ciego es el socialista medio con respecto a las funciones económicas, morales y sociológicas de la propiedad y aun más respecto a esa filosofía social particular en que la propiedad debe estar arraigada. En esta tendencia de ignorar el significado de la propiedad, el socialismo ha hecho enormes progresos en nuestro tiempo. Trazas de esto pueden descubrirse incluso en discusiones modernas sobre los problemas de la empresa y la gestión, que a veces dan la impresión de que el dueño de la propiedad es el “hombre olvidado” de nuestra época.
El papel de la propiedad privada
Las construcciones intelectuales del “socialismo de mercado” son un buen ejemplo de cómo sobrevienen las falacias más groseras si olvidamos las funciones de la propiedad privada. Estas falacias pueden ser refutadas a un nivel de análisis económico ordinario. Pero quiero sugerir que es todo el clima social, la forma de vida y los hábitos de planificación para la vida lo que importa.Hay una ideología “izquierdista” definida, inspirada por un excesivo racionalismo social, como opuesta a un “derechismo”, conservador, respetuoso con ciertas cosas que no deben tocarse, pesarse o medirse pero que son de máxima importancia. El papel real de la propiedad no puede entenderse salvo que la veamos como uno de los ejemplos más importantes de algo de mucho mayor significado.
Ilustra el hecho de que la economía de mercado es una forma de orden económico que se relaciona con un concepto de la vida y un patrón socio-moral que, a falta de un término apropiado en otro idioma podemos llamar “buergerliche” en el sentido lato de esta palabra alemana, que está completamente libre de las despectivas asociaciones del adjetivo “burgués”.
Esta fundación en la buergerliche de la economía de mercado debe ser reconocida con franqueza. Aún más porque un siglo de propaganda marxista y romanticismo intelectual ha sido asombroso y alarmantemente exitoso en difundir una parodia de este concepto. De hecho, la economía de mercado sólo puede prosperar como parte de y rodeada por un orden social buergerliche.
Su lugar es una sociedad donde ciertas cosas elementales se respetan y permean toda la vida de la comunidad: responsabilidad individual, respeto a ciertas normas indiscutibles, la honradez individual y un serio esfuerzo por seguir adelante y desarrollar las propias facultades, independencia basada en la propiedad, planificación responsable de la vida propia y de su familia, ahorro, empresa, asumir riesgos bien calculados, sentido del trabajo, la relación correcta con la naturaleza y la comunidad, el sentido de la continuidad y la tradición, el coraje de afrontar las incertidumbres de la vida por uno mismo, el sentido del orden natural de las cosas.
A quienes encuentran todo esto como despreciable y que huele a mentes estrechas y a “reacción” debe pedírseles seriamente que revelen su propia escala de valores y que nos digan qué tipo de valores quieren para defenderse del comunismo sin tomar las ideas de éste.
Es otra manera de decir que la economía de mercado supone una sociedad que es lo opuesto a una sociedad “proletarizada”, lo opuesto a una sociedad de masas, con su falta de estructura necesariamente jerárquica y su correspondiente sentido de desarraigo. Independencia, propiedad, reservas individuales, bases naturales de la vida, ahorro, responsabilidad, planificación razonable de la vida, todo eso está ausente de ese tipo de sociedad. Lo ha destruido al menos hasta el punto de que deja de dar carácter a la sociedad. Pero debemos darnos cuenta de que ésas son precisamente las condiciones para una sociedad libre duradera.
Ha llegado el momento de ver claramente que ésta es la división real entre filosofías sociales. Aquí se produce en definitiva la encrucijada y no puede eludirse el hecho de que los conceptos y patrones de vida que colisionan entre sí en este campo son decisivos para el destino de la sociedad, y que son irreconciliables.
Una vez que admitimos esto, debemos estar preparados para ver su significado en cada campo y realizar las conclusiones correspondientes. Es realmente remarcable ver lo lejos que hemos llegado en el hábito de pensar en un mundo esencialmente no buergerliche. Es un hecho que incluso los economistas han asumido, pues están entre los peores pecadores.
Encantados ante la elegancia de un cierto tipo de análisis, qué a menudo discutimos sobre los problemas del ahorro y la inversión agregados, la hidráulica del flujo de ingresos, la atracción por los grandes planes de estabilización económica o seguridad social, las bellezas de la publicidad o los créditos a plazo, las ventajas de las finanzas públicas “funcionales”, el progreso de la gran empresa y todo lo demás, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, damos por supuesta una sociedad que en buena parte esta privada de esas condiciones buergerliche y de los hábitos que he descrito.
Es chocante pensar cómo nuestras mentes se mueven en torno a una sociedad proletarizada, mecanizada y centralizada. Se ha convertido en algo casi imposible razonar en términos que no sean ingresos y gastos, entradas y salidas, habiendo olvidado pensar en términos de propiedad. Por cierto que esa es la razón principal para mi desconfianza esencial e insuperable de la economía keynesiana y postkeynesiana.
De hecho es altamente significativo que la fama de Keynes venga de su trillada y cínica cita de que “en el largo plazo, todos estaremos muertos”. Y es incluso más significativo que tantos economistas contemporáneos hayan encontrado este lema particularmente espiritual y progresista. Pero déjennos recordar que es sólo un eco del lema de Antiguo Régimen en el siglo XVIII: Apres nous le deluge. Y permítannos preguntar por qué es tan importante. Porque revela decididamente la no buergerliche, el espíritu bohemio de esta tendencia económica y político-económica. Esta retrata la nueva despreocupación pura, la tendencia a vivir al día y a hacer el estilo bohemio el nuevo santo y seña para una generación más ilustrada.
Tener deudas se convierte en una virtud positiva, ahorrar, en un pecado mortal. Vivir por encima de nuestros medios, como individuos y como naciones es la consecuencia lógica. ¿Y esto que es sino Entbuergerlichung, desarraigo, proletarización, nomadización? ¿Y no es esto precisamente lo más opuesto a nuestro concepto de civilización derivado de la civis, el Buerger?
Ingeniárselas cada día, de un trabajo a otro, alardear de que “el dinero no importa”, todo esto es, de hecho, lo opuesto a un concepto y plan de vida honrado, disciplinado y ordenado. Los ingresos de la gente que vive así pueden haberla convertido en buergerliche, pero su estilo de vida sigue siendo proletario.
Un concepto creciente
Está claro que en el espacio de un artículo es imposible estudiar el impacto de todo esto en todos los campos importantes. Me he ocupado de éste en relación con la propiedad privada. Es aún más inquietante ver cómo este concepto ha permeado más y más las políticas económicas y sociales de nuestro tiempo. Un buen ejemplo es el Mitbestimmungsrecht (codeterminación: el derecho de trabajadores y representantes de los sindicatos a participar en la administración de empresas industriales y así asumir algunas funciones propias de la propiedad) en Alemania Occidental.Daré un ejemplo: el director de una gran central energética en Alemania me comentaba lo tonto que se sentía días antes cuando, en las negociaciones salariales con los representantes sindicales, tenía que tratar con las mismas personas que, al mismo tiempo, se sentaban junto a él en reuniones con los miembros del consejo de administración de las mismas centrales. Añadía que la estructura de las empresas en Alemania Occidental se acerca cada vez más a lo que Tito parece tener en mente. ¡Y esto ocurre en el mismo país que hoy está considerado el modelo de una restauración exitosa de la economía del libre mercado!
Otro ejemplo de la gradual disminución del significado de propiedad y de sus normas correspondientes, que puede observarse en muchos países es el debilitamiento de la responsabilidad del deudor. Mediante procedimientos legales laxos en relación con la ejecución y la quiebra, se acaba la mayoría de las veces con la expropiación del acreedor (en nombre de la justicia social). No es muy necesario recordar al respecto la expropiación de la desventurada clase de propietarios de viviendas por el control de rentas y los efectos de la fiscalidad progresiva.
Apliquemos ahora nuestras reflexiones a otro campo importante: el dinero. Reconozcamos que el respecto por el dinero como algo intangible es, como con la propiedad una parte esencial del orden social y de la mentalidad que son los prerrequisitos de la economía de mercado.
Para ejemplificar mi posición, voy a relatar dos historias tomadas de la historia financiera de Francia. A finales de 1870, Gambetta, líder de la Resistencia Francesa después de la derrota del Segundo Imperio, abandona la capital sitiada en globo dirigiéndose a Tours para crear un nuevo ejército republicano. En su desesperada necesidad de dinero, recordó que sus admirados predecesores de la Revolución habían financiado sus guerras imprimiendo asignados. Pidió a los representantes del Banco de Francia imprimir unos pocos cientos de millones en billetes. Pero se encontró con un rechazo de plano e indignado. En ese tiempo, una demanda así era considerada tan monstruosa que Gambetta no insistió. El instigador jacobino y dictador todopoderoso cedió ante la negativa terminante del representante del banco central, que no habría aceptado ni siquiera una emergencia nacional suprema como excusa para el delito de inflación.
Unos pocos meses después, se produjo en París la revuelta socialista conocida como La Comuna. Las reservas de oro y las planchas de billetes del Banco de Francia estuvieron a merced de los revolucionarios. Pero a pesar de su necesidad de dinero y sus pocos escrúpulos políticos, resistieron a la tentación de poner sus manos en ellas. En medio de una guerra civil, el banco central y su dinero les resultaban sacrosantos.
El sentido de estas dos historias lo entiende cualquiera. Sin embargo, sería violento preguntar qué ha pasado con el respeto al dinero en nuestros tiempos, no sólo en Francia. Restaurar este respeto y la correspondiente disciplina en la política monetaria y del crédito es una de las principales condiciones para un éxito perdurable de todos nuestros esfuerzos por restaurar y mantener una economía libre y, por consiguiente, una sociedad libre.
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