MURRAY ROTHBARD
El libertarianismo es la corriente
política de más auge hoy en América. Antes de juzgarla y evaluarla, es de vital
importancia dilucidar precisamente en qué consiste la doctrina y, más en
concreto, en qué no consiste. Es especialmente relevante aclarar unos cuantos
malentendidos que la mayoría de gente tiene acerca del libertarianismo, en
particular los conservadores. En este ensayo enumeraré y analizaré críticamente
los mitos más comunes en relación con el libertarianismo. Cuando nos hayamos
deshecho de éstos, entonces la gente será capaz de discutir sobre el
libertarianismo sin fábulas, mitos y malentendidos, y tratar con éste tal y
como corresponde: de acuerdo con sus verdaderos méritos y deméritos.
Mito
#1: Los libertarianos creen que cada individuo es un átomo aislado,
herméticamente sellado, actuando en un vacío sin influenciarse con los
demás.
Ésta es una acusación habitual, pero harto curiosa. En toda una vida de
lector de literatura libertariana no me he topado con un solo teórico o
autor que sostuviera algo parecido a esta posición. La única posible
excepción es el fanático Max Stirner, un alemán individualista de
mediados del siglo XIX quien, sin embargo, tuvo una repercusión mínima
en el libertarianismo de su tiempo y posterior. Además, la explícita
filosofía “la fuerza hace el derecho” de Stirner y su rechazo de todo
principio moral incluyendo los derechos individuales, tenidos por
“fantasmas mentales”, dudosamente le acreditan como libertariano en
cualquier sentido. Aparte de Stirner no hay nadie con una opinión
siquiera remotamente similar a la que sugiere esta acusación.
Los libertarianos son metodológica y políticamente individualistas,
desde luego. Ellos creen que sólo los individuos piensan, valoran y
eligen. Creen que cada individuo tiene derecho a la propiedad sobre su
cuerpo, libre de interferencias coercitivas. Pero ningún individualista
niega que la gente se influencia mutuamente de forma constante en sus
objetivos, en sus valores, en sus iniciativas y en sus ocupaciones. Como
Friedrich A. Hayek mencionó en su notable artículo “The Non-Sequitur of
the ‘Dependence Effect’”, el asalto de John Kenneth Galbraith a la
economía de libre mercado en su best-seller “The Affluent Society” se
cimentaba en esta premisa: la economía asume que cada individuo llega a
su escala de valores de un modo totalmente independiente, sin estar
sujeto a la influencia de nadie más.
Por el contrario, como responde Hayek, todos saben que la mayoría de
gente no produce sus propios valores, sino que es instigada a adoptarlos
de otras personas.1 Ningún individualista o libertariano niega que la
gente se influencie mutuamente todo el tiempo, y por supuesto no hay
nada de nocivo en este ineludible proceso. A lo que los libertarianos se
oponen no es a la persuasión voluntaria, sino a la imposición
coercitiva de valores mediante el uso de la fuerza y el poder policial.
Los libertarianos no están en modo alguno en contra de la cooperación
voluntaria y la colaboración entre individuos; sólo en contra de la
obligatoria pseudo-cooperación impuesta por el Estado.
Mito #2: Los libertarianos son libertinos: son hedonistas que anhelan estilos de vida alternativos.
Este mito ha sido planteado recientemente por Irving Kristol, quien
identifica la ética libertariana con el hedonismo y asevera que los
libertarianos “veneran el catálogo de Sears Roebuck y todos los estilos
de vida alternativa que la afluencia capitalista permite elegir al
individuo”.2 El hecho es que el libertarianismo no es ni pretende ser
una completa guía moral o ascética, sino sólo una teoría política, esto
es, el importante subconjunto de la teoría moral que versa sobre el uso
legítimo de la violencia en la vida social. La teoría política se
refiere a aquello que es apropiado o inapropiado que el gobierno haga, y
el gobierno se distingue de cualquier otro grupo social como la
institución de la violencia organizada. El libertarianismo sostiene que
el único papel legítimo de la violencia es la defensa de la persona y su
propiedad contra la agresión, que cualquier uso de la violencia que
vaya más allá de esta legítima defensa resulta agresiva en sí misma,
injusta y criminal. El libertarianismo, por tanto, es una teoría que
afirma que cada individuo debe estar libre invasiones violentas, debe
tener derecho para hacer lo que quiera excepto agredir a otra persona o
la propiedad ajena. Lo que haga una persona con su vida es esencial y de
suma importancia, pero es simplemente irrelevante para el
libertarianismo.
Luego no debe sorprender que haya libertarianos que sean de hecho
hedonistas y devotos de estilos de vida alternativos, y que haya también
libertarianos que sean firmes adherentes de la moralidad burguesa
convencional o religiosa. Hay libertarianos libertinos y hay
libertarianos vinculados firmemente a la disciplina de la ley natural o
religiosa. Hay otros libertarianos que no tienen ninguna teoría moral en
absoluto aparte del imperativo de la no-violación de derechos. Esto es
así porque el libertarianismo per se no pregona ninguna teoría moral
general o personal. El libertarianismo no ofrece un estilo de vida;
ofrece libertad, para que cada persona sea libre de adoptar y actuar de
acuerdo con sus propios valores y principios morales. Los libertarianos
convienen con Lord Acton en que “la libertad es fin político más alto”,
pero no necesariamente el fin más alto en la escala de valores de cada
uno.
No hay ninguna duda acerca del hecho, sin embargo, de que el subgrupo de
libertarianos que son economistas pro-mercado tienden a mostrarse
complacidos cuando el libre mercado dispensa más posibilidades de
elección a los consumidores, elevando así su nivel de vida.
Incuestionablemente, la idea de que la prosperidad es mejor que la
miseria absoluta es una proposición moral, y nos conduce al ámbito de la
teoría moral general, pero no es una proposición por la que crea que
deba disculparme.
Mito
#3: Los libertarianos no creen en los principios morales; se limitan al
análisis de costes-beneficios asumiendo que el hombre es siempre
racional.
Este mito está desde luego relacionado con la precedente acusación de
hedonismo, y en parte puede responderse en la misma línea. Hay
libertarianos, particularmente los economistas de la escuela de Chicago,
que rechazan la libertad y los derechos individuales como principios
morales, y en su lugar intentan llegar a conclusiones de política
pública sopesando presuntos costes y beneficios sociales.
En primer lugar, la mayoría de libertarianos son “subjetivistas” en
economía, esto es, creen que las utilidades y los costes de los
distintos individuos no pueden ser sumados o mesurados. Por tanto, el
concepto mismo de costes y beneficios sociales es ilegítimo. Pero, más
importante, la mayoría de libertarianos fundamentan su postura en
principios morales, en la convicción en los derechos naturales de cada
individuo sobre su persona o propiedad. Ellos creen entonces en la
absoluta inmoralidad de la violencia agresiva, de la invasión de los
derechos sobre la propia persona y propiedad, independientemente de qué
individuo o grupo ejerce dicha violencia.
Lejos de ser inmorales, los libertarianos simplemente aplican una ética
humana universal al gobierno del mismo modo que cualquier otro aplicaría
esta ética a cada persona o institución social. En concreto, como he
apuntado antes, el libertarianismo en tanto que filosofía política que
versa sobre el uso legítimo de la violencia, toma la ética universal a
la que la mayoría de nosotros nos acogemos y la aplica llanamente al
gobierno. Los libertarianos no hacen ninguna excepción a la regla de oro
y no dejan ninguna laguna moral, no aplican ninguna vara de medir
distinta al gobierno. Es decir, los libertarianos creen que un asesinato
es un asesinato y que no deviene santificado por razones de estado si
es perpetrado por el gobierno. Nosotros creemos que el robo es un robo y
que no queda legitimado porque una organización de ladrones decida
llamarlo “impuestos”. Nosotros creemos que la esclavitud es esclavitud
incluso si la institución que la ejerce la denomina “servicio militar”.
En síntesis, la clave en la teoría libertariana es que no concede
excepción alguna al gobierno en su ética universal.
Por tanto, lejos de ser indiferentes u hostiles a los principios
morales, los libertarianos los consuman siendo el único grupo dispuesto a
extender estos principios por todo el espectro hasta al gobierno mismo.
3
Es cierto que los libertarianos permitirían a cada individuo elegir sus
valores y actuar acorde con ellos, y reconocerían en suma a cada
individuo el derecho a ser moral o inmoral según su juicio particular.
El libetarianismo se opone firmemente a la imposición de todo credo
moral a cualquier persona o grupo mediante el uso de la violencia –
excepto, por supuesto, la prohibición moral de la violencia agresiva en
sí misma. Pero debemos percatarnos de que ninguna acción puede
considerarse virtuosa a menos que sea emprendida en libertad, habiendo
consentido voluntariamente la persona. Como dijera Frank Meyer:
“No puede forzarse a los hombres a ser libres, ni puede forzárseles a
ser virtuosos. Hasta cierto punto, es verdad, pueden ser obligados a
actuar como si fueran virtuosos. Pero la virtud es el fruto de la
libertad bien empleada. Y ningún acto, en la medida en que sea
coaccionado, puede implicar virtud – o vicio”4.
Si una persona es obligada por la fuerza o la amenaza de la misma a
llevar a cabo una determinada acción, entonces ésta ya no supone una
elección moral por su parte. La moralidad de una acción sólo puede ser
el resultado de una decisión libremente adoptada; una acción
difícilmente puede tildarse de moral si uno la acomete a punta de
pistola. Imponer las acciones morales o prohibir la acciones inmorales,
por tanto, no fomenta la moral o la virtud. Por el contrario, la
coerción atrofia la moralidad porque priva al individuo de la libertad
para ser moral o inmoral, y entonces necesariamente despoja a la gente
de la posibilidad de ser virtuosa. Paradójicamente, pues, la moral
obligatoria nos sustrae la oportunidad misma de actuar moralmente.
Es además especialmente grotesco dejar la salvaguarda de la moralidad en
manos del aparato estatal, es decir, ni más ni menos que la
organización de policías, gendarmes y soldados. Poner al Estado a cargo
de los principios morales equivale a poner al zorro al cuidado del
gallinero. Prescindiendo de otras consideraciones, los responsables de
la violencia organizada en la sociedad jamás se han distinguido por su
superior estatura moral o por la rectitud con la que sostienen los
principios morales.
Mito #4: El libertarianismo es ateísta y materialista, y desdeña la dimensión espiritual de la vida.
No hay ninguna conexión necesaria entre las adscripción al
libertarianismo y la posición religiosa de cada uno. Es verdad que
muchos si no la mayoría de los libertarianos en la actualidad son ateos,
pero esto tiene que ver con el hecho de que la mayoría de los
intelectuales, de la mayoría de credos políticos, son ateos también. Hay
muchos libertarianos que son ateos, judíos o cristianos. Entre los
liberales clásicos precursores del libertarianismo moderno en una época
más religiosa que ésta encontramos una miríada de cristianos: desde John
Lilburne, Roger Williams, Anne Hutchinson y John Locke en el siglo XVII
hasta Cobden y Bright, Fréderic Bastiat y los liberales franceses del
laissez-faire y el gran Lord Acton.
Los libertarianos creen que la libertad es un derecho inserto en una ley
natural sobre lo que es adecuado para la humanidad, en conformidad con
la naturaleza del hombre. De dónde emanan este conjunto de leyes
naturales, si son puramente naturales o fueron prescritas por un
creador, es una cuestión ontológica importante pero irrelevante desde el
punto de vista de la filosofía política o social. Como el padre Thomas
Davitt señaló:
“Si la palabra ‘natural’ significa algo en absoluto se refiere a la
naturaleza del hombre, y en conjunción con la palabra ‘ley’, ‘natural’
remite al orden que es manifestado por las inclinaciones de la
naturaleza humana y nada más. Por tanto, tomada en sí misma, no hay nada
de religioso o teológico en la ‘Ley Natural’ de Aquino”5.
O, como d’Entrèves escribió en el siglo XVII aludiendo al jurista protestante holandés Hugo Grotius:
“La definición de ley natural [de Grotius] no tiene nada de
revolucionaria. Cuando mantiene que la ley natural es el cuerpo de
normas que el hombre es capaz de descubrir mediante el uso de su razón,
no hace otra cosa que reafirmar la noción escolástica de una
fundamentación racional de la ética. De hecho, su intención es más bien
la de restaurar esta noción debilitada por el augustianismo radical de
ciertas corrientes protestantes de pensamiento. Cuando asevera que estas
normas son válidas en sí mismas, independientemente de que Dios las
dispusiera, repite el aserto que ya fue proclamado por algunos de los
escolásticos…”6
El libertarianismo ha sido acusado de ignorar la naturaleza espiritual
del hombre. Pero uno fácilmente puede llegar al libertarianismo desde
posiciones religiosas o cristianas: enfatizando la importancia del
individuo, de su libre voluntad, de sus derechos naturales y de su
propiedad privada. Uno puede igualmente llegar al libertarianismo
mediante una aproximación secular a los derechos naturales, con la
convicción de que el hombre puede alcanzar la comprensión racional de la
ley natural.
Atendiendo a la historia, además, no está claro en absoluto que la
religión sea un fundamento más sólido del libertarianismo que la ley
natural secular. Como Karl Wittfogel nos recuerda en su Oriental
Despotism, la unión del trono y el altar ha sido una constante durante
décadas que ha facilitado el imperio del despotismo en la sociedad7.
Históricamente, la unión de la Iglesia y el Estado ha sido en muchos
casos una coalición mutuamente alentadora de la tiranía. El Estado se
servía de la Iglesia para santificar sus actos y llamar a la obediencia
de su mando, presuntamente sancionado por Dios, y la Iglesia se servía
del Estado para obtener ingresos y privilegios. Los Anabaptistas
colectivizaron y tiranizaron Münster en nombre de la religión
cristiana8. Y, más cerca de nuestro siglo, el socialismo cristiano y el
evangelio social jugaron un importante papel en la marcha hacia el
estatismo, y el proceder condescendiente de la Iglesia Ortodoxa en la
Rusia soviética habla por sí mismo. Algunos obispos católicos en
Latinoamérica han proclamado que la única vía hacía el reino de los
cielos pasa por el marxismo, y si quisiera ser grosero diría que el
reverendo Jim Jones, además de considerarse un leninista, se presentó a
sí mismo como la reencarnación de Jesús.
Por otra parte, ahora que el socialismo ha fracasado de un modo
manifiesto, política y económicamente, sus valedores han recurrido a la
“moral” y a la “espiritualidad” como último argumento en pro de su
causa. El socialista Robert Heilbroner, arguyendo que el socialismo debe
ser coactivo y tiene que imponer una “moral colectiva” a la sociedad,
opina que: “La cultura burguesa está centrada en los logros materiales
del individuo. La cultura socialista debe centrarse en sus logros
morales o espirituales”. Lo curioso es que esta tesis de Heilbroner fue
elogiada por el escritor conservador y religioso de National Review Dale
Vree, que dijo:
“Heilbroner está… diciendo lo que muchos colaboradores del NR han dicho
en el último cuarto de siglo: no puedes tener libertad y virtud al mismo
tiempo. Tomad nota, tradicionalistas. A pesar de su terminología
disonante, Heilbroner está interesado en lo mismo que vosotros: la
virtud9.
Vree también está fascinado con la visión de Heilbroner de que una
cultura socialista “promueva la primacía de la colectividad” antes que
la “primacía del individuo”. Cita a Heilbroner con relación a los logros
“morales y espirituales” bajo socialismo en oposición a los burgueses
logros “materiales”, y añade acertadamente: “contiene un timbre
tradicionalista esta afirmación”. Vree prosigue aplaudiendo el ataque de
Heilbroner al capitalismo por no tener “ningún sentido de ‘lo
correcto’” y permitir a los “adultos que consienten” hacer aquello que
les plazca. En contraste con este retrato de la libertad y la diversidad
tolerada, Vree escribe: “Heilbroner dice seductoramente que debido a
que la sociedad socialista debe tener un sentido de ‘lo correcto’, no
todo estará permitido”. Para Vree, es imposible “tener colectivismo
económico junto con individualismo cultural”, y por tanto él está
inclinado hacia un nueva fusión socialista-tradicionalista – hacia un
colectivismo omnicompresivo.
Cabe apuntar aquí que el socialismo deviene especialmente despótico
cuando reemplaza los incentivos “económicos” o “materiales” por los
incentivos pretendidamente “morales” o “espirituales”, cuando aparenta
promover una indefinible “calidad de vida” antes que la prosperidad
económica. Si las remuneraciones son ajustadas a la productividad hay
considerablemente más libertad así como estándares de vida más altos.
Pero si se fundamentan en la devoción altruista a la madre patria
socialista, la devoción tiene que ser regularmente reforzada a golpe de
látigo. Un creciente énfasis en los incentivos materiales del individuo
suponen ineluctablemente un mayor acento en la propiedad privada y en la
preservación de lo que uno gana, y trae consigo una libertad personal
superior, como atestigua Yugoslavia en las últimas décadas en contraste
con la Rusia soviética. El despotismo más horrible en la faz de la
Tierra en los años recientes ha sido sin duda el de Pol Pot en Camboya,
donde el “materialismo” fue hasta tal punto desterrado que el dinero fue
abolido por el régimen. Habiendo suprimido el dinero y la propiedad
privada, cada individuo era totalmente dependiente de las cartillas de
racionamiento de subsistencia del Estado y la vida no era sino un
completo infierno. Debemos ser prudentes, pues, antes de despreciar los
objetivos o incentivos “meramente materiales”.
El cargo de “materialismo” dirigido contra el libre mercado ignora el
hecho de que cada acción envuelve la transformación de objetos
materiales mediante el uso de la energía humana conforme a ideas y
propósitos sostenidos por los actores. Es inaceptable separar lo
“mental” o lo “espiritual” de lo “material”. En todas las grandes obras
de arte, extraordinarias emanaciones del espíritu humano, se han
empleado objetos materiales: ya fueran lienzos, pinceles y pintura,
papel e instrumentos musicales, o la construcción de bloques y materia
primas para las iglesias. No hay ninguna escisión real entre lo
“espiritual” y lo “material” y por tanto cualquier despotismo sobre
aquello material sojuzgará también aquello espiritual.
Jean-Jacques Rousseau |
Mito
#5: Los libertarianos son utópicos que creen que toda la gente es buena
por naturaleza y que por tanto el control del Estado es innecesario.
Los conservadores tienden a añadir que, puesto que el hombre es vil por
naturaleza parcial o totalmente, se hace precisa una severa regulación
estatal de la sociedad.
Esta es una opinión muy común acerca de los libertarianos, si bien es
difícil identificar la fuente de semejante malentendido. Rousseau, el
locus classicus de la idea de que el hombre es bueno pero es corrompido
por sus instituciones no era precisamente un libertariano. Aparte de
algunos escritos románticos de unos pocos anarco-comunistas, que en
ningún caso consideraría libertarianos, no conozco a un solo autor
libertariano o liberal clásico que haya defendido esta postura. Por el
contrario, la mayoría de escritores libertarianos sostiene que el hombre
es una mezcla de bondad y maldad y que lo importante para las
instituciones sociales es fomentar lo primero y mitigar lo segundo. El
Estado es la única institución social capaz de extraer sus ingresos y su
riqueza mediante coerción; todos los demás deben obtener sus rentas o
bien vendiendo un producto o servicio a sus clientes o bien recibiendo
una donación voluntaria. Y el Estado es la única institución social que
puede emplear sus ingresos provinentes del robo organizado para intentar
controlar y regular la vida y la propiedad de la gente. Por tanto, la
institución del Estado establece un canal socialmente legitimado y
santificado para que las personas malvadas cometan sus fechorías,
emprendan el robo organizado y manejen poderes dictatoriales. El
estatismo, así pues, alienta la maldad, o como mínimo los aspectos
criminales de la naturaleza humana.
Como Frank H. Knight mordazmente resalta: “La probabilidad de que los
titulares del poder sean individuos que detestan su posesión y su
ejercicio es análoga a la probabilidad de que una persona de corazón
extremadamente benévolo devenga el patrono de una plantación de
esclavos”10.
Una sociedad libre, por el hecho de no instituir un canal legitimado
para el robo y la tiranía, desalienta las tendencias criminales de la
naturaleza humana y aviva aquéllas que son pacíficas y voluntarias. La
libertad y el libre mercado desincentivan la agresión y la compulsión y
fomentan la armonía y el beneficio mutuo del intercambio voluntario, en
la esfera económica, social y cultural.
Puesto que un sistema de libertad promovería la voluntariedad y
desalentaría la criminalidad, además de deponer el único canal
legitimado de crimen y agresión, cabe esperar que una sociedad libre
padeciera de hecho menos violencia criminal y agresiones de las que
padecemos actualmente, aunque no hay razón alguna para asumir que
desaparecerían por completo. Esto no es utópico, sino una implicación de
sentido común del cambio de lo que socialmente se tiene por legítimo y
del cambio de la estructura de premio y castigo en la sociedad.
Podemos aproximarnos a nuestra tesis desde otro ángulo. Si todos los
hombres fueran buenos y ninguna tuviera tendencias criminales, entonces
no habría ninguna necesidad de un Estado, tal y como conceden los
conservadores. Pero si por otro lado todos los hombres son malvados,
entonces el caso a favor del Estado es igualmente débil, pues ¿por qué
tiene uno que asumir que aquellos hombres que componen el gobierno y
retienen todas las armas y el poder para coaccionar a los demás están
mágicamente exentos de la maldad que afecta a todas las otras personas
que se hallan fuera del gobierno?
Tom Paine, un libertariano clásico a menudo considerado ingenuamente
optimista acerca de la naturaleza humana, rebate el argumento
conservador de la maldad humana en pro del Estado fuerte como sigue:
“si toda la naturaleza humana fuera corrupta, estaría infundado
fortalecer la corrupción instituyendo una sucesión de reyes, a quienes
debiera rendirse obediencia aun cuando fueran siempre tan viles…” Paine
añadió que “ningún hombre desde el principio de los tiempos ha merecido
que se le confiase el poder sobre todos los demás”11.
Y como el libertariano F.A. Harper escribió una vez:
“De acuerdo con el principio de que la autoridad política debe imponerse
en proporción a la maldad del hombre, tendremos entonces una sociedad
en la cual se demandará una autoridad política completa sobre todos los
asuntos humanos… Un hombre gobernará a todos. ¿Pero quién ejercerá de
dictador? Quienquiera que sea el elegido para el trono con seguridad
será una persona enteramente malvada, puesto que todos los hombres lo
son. Y esta sociedad será entonces regida por un dictador absolutamente
malvado en posesión de todo el poder político. ¿Y cómo, en nombre de la
lógica, puede emanar de ahí algo que no sea pura maldad? ¿Cómo puede ser
esto mejor que el que no haya autoridad política alguna en la
sociedad?”12
Por último, como hemos visto, puesto que los hombres son en realidad una
mezcla de virtud y maldad, un régimen de libertad sirve para alentar la
virtud y desalentar la maldad, al menos en el sentido de que la
voluntariedad y lo mutuamente beneficioso es bueno y lo criminal es
malo. En ninguna teoría de la naturaleza humana, por tanto, ya
establezca que el hombre es bueno, malo, o una combinación de ambos, se
justifica el estatismo. En el curso de negar que es un conservador, el
liberal clásico Friedrich Hayek apuntó:
“El principal mérito del individualismo [que Adam Smith y sus
contemporáneos defendieron] es que es un sistema bajo el cual los
hombres malvados pueden hacer menos daño. Es un sistema social que no
depende para su funcionamiento de que encontremos hombres buenos que lo
dirijan, o de que todos los hombres devengan más buenos de lo que son
ahora, sino que toma al hombre en su variedad y complejidad dada…”[13]
Es importante señalar qué es lo que diferencia a los libertarianos de
los utópicos en el sentido peyorativo. El libertarianismo no se propone
remodelar la naturaleza humana. Uno de los objetivos centrales del
socialismo fue crear, lo cual en la práctica supone emplear métodos
totalitarios, un Hombre Socialista Nuevo, un individuo cuyo primer fin
fuera trabajar diligente y altruistamente por la colectividad. El
libertarianismo es una filosofía política que dice: dada cualquier
naturaleza humana, la libertad es el único sistema político moral y el
más efectivo. Obviamente, el libertarianismo – como los demás sistemas
sociales – funcionará mejor cuanto más pacíficos y menos agresivos sean
los individuos y menos criminales haya. Y los libertarianos, como la
mayoría de la otra gente, querrían alcanzar un mundo donde más personas
fueran “buenas” y menos criminales hubiera. Pero esta no es la doctrina
del libertarianismo per se, que dice que cualesquiera sea la composición
de la naturaleza humana en un momento dado, la libertad es lo más
deseable.
Mito #6: Los libertarianos creen que cada persona conoce mejor sus propios intereses.
Del mismo modo que la acusación precedente sugería que los libertarianos
creen que todos los hombres son perfectamente buenos, este mito les
acusa de creer que todos son perfectamente sabios. Pero como esto no es
cierto con respecto a mucha gente, se dice, el Estado debe intervenir.
Pero los libertarianos no asumimos la perfecta sabiduría del hombre más
de lo que asumimos su perfecta bondad. Hay algo de sentido común en la
afirmación de que la mayoría de los hombres conoce mejor que cualquier
otro sus propias necesidades e intereses. Pero no se asume en absoluto
que todos siempre conocen mejor sus intereses. El libertarianismo
propugna que cada uno debe tener el derecho a perseguir sus propios
fines como estime oportuno. Lo que se defiende es el derecho a actuar
libremente, no la necesaria sensatez de dicha acción.
Es cierto también, no obstante, que el libre mercado – en contraste con
el gobierno – ha articulado mecanismos que permiten a las personas
acudir a expertos que pueden aconsejar sensatamente acerca de cómo
alcanzar los fines propios de la mejor manera posible. Como hemos visto
antes, los individuos libres no están separados los unos de los otros.
En el libre mercado cualquier individuo, si tiene dudas sobre sus
verdaderos intereses, es libre de contratar o consultar a un experto que
le ofrezca consejo en base a su conocimiento presumiblemente superior.
El individuo puede contratar a este experto y, en el libre mercado,
testar continuamente su competencia y su utilidad. Las personas en el
mercado, por tanto, pueden patrocinar aquellos expertos cuyos consejos
estimen más provechosos. Los buenos doctores, abogados o arquitectos
serán recompensados en el libre mercado, mientras que los malos tenderán
a ser desplazados. Pero cuando el gobierno interviene, el experto del
gobierno obtiene sus ingresos mediante la coacción sobre los
contribuyentes. No hay ninguna fórmula de mercado para testar su éxito
informando a la gene de sus verdaderos intereses. Sólo necesita tener
habilidad para adquirir el apoyo político de la maquinaria coercitiva
del Estado.
Por tanto, el experto privado tenderá a florecer en proporción a su
habilidad, mientras que el experto del gobierno florecerá en proporción a
su destreza en obtener prebendas políticas. Además, el experto del
gobierno no será más virtuoso que el privado; su única superioridad
radica en el arte de conseguir favores de aquellos que retienen el poder
político. Pero una diferencia crucial entre ambos es que el experto
privado tiene todos los incentivos para velar por sus clientes o
pacientes, obrando del mejor modo posible. El experto del gobierno
carece por completo de semejantes incentivos; él obtiene sus ingresos de
todos modos. Luego el libre mercado tenderá a satisfacer mejor al
consumidor.
Espero que este artículo haya contribuido a limpiar el libertarianismo
de mitos y malentendidos. Los conservadores y todos los demás deben ser
educadamente advertidos de que los libertarianos no creemos que los
hombres son buenos por naturaleza, ni que todos están perfectamente
informados acerca de sus propios intereses, ni que cada individuo es un
átomo aislado y herméticamente sellado. Los libertarianos no son
necesariamente libertinos o hedonistas, ni son necesariamente ateos; y
los libertarianos enfáticamente creen en principios morales. Dejemos
ahora que cada uno de nosotros se disponga a examinar el libertarianismo
tal cual es, sin temor ni partidismos. Yo estoy seguro de que, allí
donde este examen tenga lugar, el libertarianismo gozará de un auge
impresionante en el número de sus seguidores.
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