30 julio, 2012

La batalla por el PAN


La batalla por el PAN

Luis M Cruz


1.            La batalla por el PAN.

En el Partido Acción Nacional se está dando una lucha sorda y contundente por la dirección del partido, entre el calderonismo y quienes se le opusieron, acusados de haber perdido la elección y postulado candidatos enanos.

En el fondo, lo que se está dando es una catarsis interna, para asimilar el duro golpe de haber perdido la elección presidencial, dos gubernaturas (Jalisco y Morelos) y pasado al segundo lugar en las Cámaras legislativas, esto es, una derrota en toda la línea. 



Para los calderonistas, sería necesaria una refundación del partido, mientras que los maderistas, empeñados en continuar en la dirigencia, se trataría sólo de propiciar un reencuentro.

En el calderonismo quizá se siga viviendo una ilusión: que las elecciones no las perdió el presidente Calderón ni su gobierno, sino las malas candidaturas (crítica velada a Josefina Vázquez Mota), insinuando que quizá el delfín presidencial que fue Ernesto Cordero hubiera hecho un mejor papel. 


De hecho, al enconarse la elección presidencial entre el PRI-Verde y las izquierdas, el presidente Calderón se ufanaba de que la contienda electoral les estaba saliendo barata, pues no se enjuiciaba a su gestión ni los magros resultados entregados.


Pero esto puede ser una ilusión peligrosa, pues los electores ya habían sacado para entonces al PAN de la jugada, lanzándolo a un lejano tercer lugar, y sólo estaban decidiendo quién le sustituiría entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador.

De ahí que suponer que quien perdió las elecciones fue sólo Josefina Vázquez Mota puede ser otro gran error.  Las elecciones las perdieron ambos, la gestión presidencial, percibida como la peor de los últimos tiempos, y una candidatura que no encontró apoyo ni en el gobierno ni entre los panistas ni en la ciudadanía.


¿Por qué? Porque, como sucede en todo el mundo, los ciudadanos votan conforme a la percepción que tienen de las cosas públicas y la percepción de los resultados del gobierno de Felipe Calderón nunca fue buena a lo largo de su sexenio:


Más de 60 mil muertos como epígrafe de una larga guerra contra los narcos; un crecimiento económico pírrico, de 1.8% en promedio durante los últimos cincos años, no obstante las pingües reservas internacionales que estoicamente hemos sostenido; generación de empleos prácticamente cero, si se consideran las pérdidas de buenos puestos laborales y miles de empresas durante la crisis global de 2009; elevación de impuestos sin más resultado que la expansión de la alta burocracia y el gasto corriente, sin que hubiesen mejorado los servicios públicos ni la calidad de los mismos; una inflación galopante, que ha puesto en duda no sólo la soberanía alimentaria sino que desplomó el ingreso familiar, gestando casi 10 millones de pobres, con el 57% de la población en situación de pobreza y 20% en pobreza extrema.


Tenemos, ahora sí, a los ricos más ricos del mundo, con más de la mitad de la población con ingresos muy disminuidos.

¿Cómo podría haber ganado el PAN las elecciones con estos resultados? ¿Con las ocurrencias geniales del delfín, Ernesto Cordero, de que una familia podía vivir bien y pagar hipoteca, colegiaturas y coche con ingresos de 6 mil pesos mensuales, lo que de suyo ofende al sentido común, más a sabiendas de que el ingreso familiar promedio es de 3 mil 500 pesos?


¿O con el dicho ese de que el gobierno federal le va ganando la guerra a los delincuentes? ¿O quizá con las crecientes cifras de cobertura, por ejemplo, de servicios de salud con el seguro popular, cuando no hay médicos, medicinas ni hospitales suficientes? ¿Quizá con la elevación de la calidad de la educación, tras los pactos revelados con la titular eterna de los derechos magisteriales, Elba Esther Gordillo, quien públicamente le reclamara a un ex director del ISSSTE y hasta al presidente mismo la entrega de puestos y canonjías millonarias?

No obstante, pasado el trago amargo de los resultados electorales desfavorables, la disputa por el PAN es lo que está sucediendo tras bambalinas. Habrá un Consejo Nacional el 11 de agosto, y el presidente Calderón, abiertamente, está cabildeando entre los consejeros la salida del presidente Madero.  Ahí sí, pareciera que inspirándose en los mitos de la izquierda, en el PAN estaría haciéndose realidad la exigencia por un presidente interino, hasta que, en convocatoria a Asamblea Extraordinaria, se eligiera a una nueva dirigencia que condujera la reconstrucción del partido.



2.            Legalidad a prueba.

Continuando con la cadena de absurdos en que se ha convertido la impugnación de validez de la elección presidencial presentada por la coalición de izquierdas, ahora el ex candidato presidencial de la misma, el proverbial señor López, propone una solución última: invalidar la elección, y que el Congreso (que también proviene de esa misma elección) designe a un presidente interino para que éste convoque a una nueva elección en la que ahora sí pudiera ganar.

Vaya cosa.  La impugnación sobre la validez de los comicios fue presentada sobre tres supuestos valorativos sobre los que las pruebas han sido más bien incidentales, con escaso valor jurídico. La primera línea argumental es la compra de votos, que luego se quiso transformar en coacción del voto.


La segunda, una pretendida manipulación de las encuestas, donde las casas encuestadoras se habrían confabulado para construir un perfil ganador (“set ganador” como se conoce en estadística inferencial). La tercera, que las televisoras, sobre todo Televisa, se confabularon para construir la candidatura del candidato de la coalición PRI-Verde.

En el tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se integró una comisión de tres ponentes para revisar la validez de la elección, entre quienes no figuran, por cierto, los magistrados impugnados por el PRD, María del Carmen Alanís y el presidente del mismo, Alejandro Luna Ramos, que está procediendo a desahogar los recursos interpuestos. 


Al momento, ha sido posible atisbar la debilidad de las probanzas, porque no bastan los shows mediáticos o la exhibición de listas de nombres que dicen haber recibido tarjetas, monederos o artículos de propaganda, sino que se requeriría demostrar la manera en que tales cuestiones influyeron en la votación, lo que no es evidente al presentar un listado o algunas declaraciones intencionadas que bien pueden ser escenificadas.


Lo cierto es que si estas prácticas hubieran sido masivas, ya serían perceptibles por todo el país, no únicamente en algunas zonas de influencia de las izquierdas, como Iztapalapa o Tabasco. Si se dice que se compraron tres millones de votos, los que hicieron la diferencia entre los números del señor López y el candidato ganador, ¿dónde están los tres millones de pruebas en contrario, como sí están los tres millones de votos, contados y recontados por el IFE, que le hicieron falta para ganar?

Así, en la feria de ocurrencias del señor López, primero propuso “limpiar” la elección y eliminar los tres millones de votos que hacían la diferencia entre el primero y segundo lugares; tras el recuento de la mitad de las casillas que hiciera el IFE durante los cómputos distritales, cambió el enfoque e hizo cuentas alegres para sostener que con las tarjetas de Monex se habían infiltrado recursos a la campaña del PRI que rebasaban el tope de gasto establecido por la ley. 


Ya el PRI, ante la entidad fiscalizadora del IFE, ha dejado claro que las tarjetas de Monex fueron contratadas mediante un intermediario para bancarizar los recursos destinadas a los representantes electorales, correspondiendo al gasto ordinario del partido y no fueron erogados para actividades de propaganda, lo que es legal y en todo caso le corresponderá al IFE y al propio Tribunal Electoral el discernir si efectivamente este gasto puede considerarse ordinario o figuraría dentro del techo de la campaña presidencial. Esto último sería imposible puesto que los representantes del partido lo fueron para la elección presidencial, de senadores y de diputados.

Pero, como si todo lo que se le ocurre al señor López fuera válido, ahora quiere que se invalide la elección presidencial (sólo esa) porque él no ganó y que se nombre a un Presidente interino conforme a su capricho.

Si esto no sucede, pues ahí está el amago del Plan por la defensa de la Democracia y la Dignidad, con el que habrá de secuestrar otra vez a la ciudad de México (en donde bien se le protege) ya no tomando el Paseo de la Reforma pero sí sitiando su vialidad, edificios públicos y empresas como Televisa,TV Azteca y Soriana. 


El objetivo es el mismo de 2006: poner en duda la legitimidad y la legalidad electoral, buscar la polarización y la división y enconar la gestión pública y la actividad legislativa. 


¿Hasta cuándo los “defensores de la democracia” pondrán a prueba a la propia democracia? ¿Se pretenderá, como en las repúblicas de Kerenski o de Weimar, que con los recursos de la democracia se instale la dictadura de un conductor iluminado en el poder?

Por fortuna, los votos se contaron el día de la elección y se recontaron bien en los cómputos distritales; el rol de las encuestas no fue el que le quieren suponer, porque todas coincidieron en lo fundamental, en predecir quién ganaría la elección, quién se ubicaría en segundo y quién en tercer lugar, situándose la diferencia, como se había estado discutiendo con antelación a la jornada electoral, en por cuánto sería la distancia entre el primero y segundo lugares, si por nocaut o por un puntaje menor, como finalmente sucedió.


Sobre la influencia del dinero en los comicios, éste será sin duda uno de los puntos a analizar en una próxima reforma electoral, pues es obvio que todos, todos los partidos y candidatos, realizan acciones de clientelismo y propaganda electoral para condicionar apoyos a cambio de votos.


Quien lo dude, ahí están los 188 programa sociales del gobierno del Distrito Federal, y las tarjetas cumplidora, efectiva y duradera con las que se promovieron candidatos de izquierda, centro y derecha.

En el balance final, nada de esto podrá negar la contundencia de una votación global de 50 millones de votos, de los cuales, en números redondos, 19 fueron para el candidato ganador, Enrique Peña Nieto, 15 para el segundo lugar de las izquierdas y 12 para la candidatura oficial, distribuyéndose el resto entre el Panal y los votos nulos.

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