La mano invisible de los bancos
Bob Diamond fue el primer banquero del Reino Unido que se atrevió a
plantar cara a los parlamentarios en su comparecencia de enero de 2011.
Frente a las acusaciones de “capitalismo de casino” que resumían una
crisis que había obligado al Estado a salvar a dos de los cuatro bancos
más importantes del país, el consejero delegado de Barclays reaccionó
con arrojo, incluso con altanería, según algunos medios británicos:
“Me molesta el hecho de que usted (por un diputado) nos compare con el blackjack”, dijo en la Comisión de Hacienda. “Creo que es un error. Creo que es injusto. Creo que son palabras mal elegidas. Tenemos unas instituciones financieras fantásticas y fuertes en este país, y creo que se merecen algo mejor. No es apropiado hablar de banca de casino en relación a Barclays Capital”.
En cierto modo, Diamond tenía razón. No había nada de casino, de apelación al azar, en el esfuerzo concertado de los bancos británicos para alterar en su beneficio los tipos de préstamos interbancarios (llamados Libor en Londres). Era una historia repetida en muchas ocasiones en la City londinense. La falta de una regulación adecuada deja el campo libre para que la ‘mano invisible’ de los bancos tuerce los mecanismos financieros para que esa supuesta ruleta tenga siempre el mismo destino: la banca siempre gana, los demás hacen la función de primos.
Las grandes entidades financieras de la City acordaban los tipos de los préstamos que se realizan entre sí. Beneficiaba unas veces a unos bancos y otras veces a otros, dependiendo de las necesidades de vencimiento de cada banco.
En una ocasión, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, dijo que el Libor marcaba el precio de los préstamos que los bancos no se concedían entre sí. Era una broma, claro, en relación a la falta de confianza de las entidades financieras en sus respectivos colegas y en la salud de todo el sector. Es de suponer que no estaba pensando en que todo el sistema por el que se regulan estos préstamos estaba manipulado en origen.
Al saberse estos hechos –y hay que recordar que Barclays no es el único banco implicado en la trama–, la entidad recibió una multa de 290 millones de libras, pero necesitaba ofrecer la cabeza de un directivo para aplacar la ira de politicos y medios de comunicación. A diferencia del caso de España con el escándalo de las preferentes vendidas a ancianos y analfabetos, el banco no podía contar con que los medios ocultaran la noticia en sus portadas. Periódicos progresistas y conservadores se lanzaron como fieras a la noticia. Los tabloides que escriben con trazos más gruesos fueron a la yugular, como es habitual en ellos. Querían dimisiones y querían que alguien acabe en prisión.
Lo segundo está por ver que suceda. Lo primero ya ha ocurrido. Inicialmente, Barclays pensó que serviría con forzar la dimisión del presidente (no ejecutivo), Marcus Agius, que no era en realidad el número uno de la compañía. Era una forma de proteger al consejero delegado, Bob Diamond, y el Banco de Inglaterra se ocupó de que no prosperara la treta.
Según Robert Peston, de BBC, Mervyn King llamó directamente a Agius en la noche del lunes para indicarle que su dimisión no era suficiente. Al día siguiente, Diamond renunció a su puesto, así como el director de operaciones del banco.
Diamond ha cobrado no menos de 75 millones de libras en Barclays en los últimos cinco años.
David Cameron ha anunciado una investigación parlamentaria sobre el escándalo. No será una investigación independiente dirigida por un juez, cuyo veredicto tardaría probablemente años en salir a la luz, sino una dirigida por el presidente de la Comisión de Hacienda, un diputado tory, pero en la que los conservadores no tendrán mayoría. Los comparecientes estarán obligados a presentarse y declarar bajo juramento.
La declaración que todo el mundo espera de momento es la que tiene previsto realizar mañana Diamond en la Comisión de Hacienda. Con luz y taquígrafos, y sobre todo cámaras de televisión. También a diferencia de España, este tipo de cosas no se celebran en subcomisiones de Hacienda reunidas a puerta cerrada.
Sin ningún cargo que defender, ¿qué dirá Diamond a los diputados? Ya en enero de 2011 dejó patente lo poco que le afectaban las críticas de los políticos. Siendo de origen estadounidense, muchos pensaban que las técnicas parlamentarias británicas no le había impresionado demasiado. Para Diamond, ya entonces se tenía que poner fin a la época en que los banqueros pedían perdón por los errores que condujeron a la crisis financiera de 2008.
Diamond no carece de armas para una contraofensiva. Se especula con lo que podrá decir sobre una conversación que tuvo en el otoño de 2008 con el vicegobernador del banco central. Barclays ha filtrado que en ese diálogo que no trascendió entonces el Banco de Inglaterra dio de hecho al banco permiso para tomar las medidas que fueran necesarias para bajar el precio de esos préstamos interbancarios y aumentar así las posibilidades de que el crédito volviera a fluir. Evidentemente, esa es la versión de Barclays y también es muy posible que esa filtración interesada provocara la ira de Mervyn King y la llamada telefónica que forzó la dimisión de Diamond.
Pocos banqueros en la City simbolizan mejor que Diamond la fuerza incontenible y el peligro que supone la banca de inversión. Él llegó a la cúpula de Barclays desde ese departamento, que todo el mundo relaciona con inversiones de alto contenido especulativo y grandiosos bonus a sus empleados.
Según Philip Aldrick, jefe de economía del Telegraph, Diamond nunca aceptó que la etapa de máxima expansión bancaria antes de la crisis se debió a la falta de regulación y a la luz verde en cualquier situación que todos los gobiernos británicos conceden a la banca. Gordon Brown alardeó en un recordado discurso de 2007, justo antes de relevar a Blair en el 10 de Downing Street, que él se había opuesto con decisión a todos los intentos de aumentar el control del sector financiero. La desregularización siempre había sido el credo de los políticos y los banqueros no aceptan otra posibilidad.
“Incluso después de que el Estado hubiera inyectado centenares de miles de libras de financiación en el sistema financiero en 2008, y de que el Banco de Inglaterra calculara que la garantía implícita que suponen los fondos de los contribuyentes (para salvar cualquier entidad en problemas) fue equivalente a una bonificación de 10.000 millones, Diamond se negaba a aceptar la contención en el pago de bonos”, ha escrito hoy Aldrick.
Mientras las portadas se llenaban de titulares enfurecidos, Diamond ofrecía bonus millonarios a su personal de la banca de inversiones e incluso de la competencia, lo que provocó contraofertas en otras entidades.
Diamond no tiene por tanto muchos aliados potenciales en la política y los medios de comunicación. Pero en los próximos días sabremos si hay otros bancos implicados en las prácticas ahora denunciadas. Por las propias características de la trama, no es lógico que Barclays fuera el único beneficiado. Algunos bancos más tendrían la oportunidad de sacar un dinero fácil.
¿Quién podría oponerse? La reputación de los bancos británicos en la opinión pública británica no es muy buena, pero eso no es un drama cuando las entidades descubren que pueden alterar las reglas del sistema en su beneficio. Por alguna razón, siempre ocurre que el Gobierno y el Banco de Inglaterra están mirando a otra parte.
“Me molesta el hecho de que usted (por un diputado) nos compare con el blackjack”, dijo en la Comisión de Hacienda. “Creo que es un error. Creo que es injusto. Creo que son palabras mal elegidas. Tenemos unas instituciones financieras fantásticas y fuertes en este país, y creo que se merecen algo mejor. No es apropiado hablar de banca de casino en relación a Barclays Capital”.
En cierto modo, Diamond tenía razón. No había nada de casino, de apelación al azar, en el esfuerzo concertado de los bancos británicos para alterar en su beneficio los tipos de préstamos interbancarios (llamados Libor en Londres). Era una historia repetida en muchas ocasiones en la City londinense. La falta de una regulación adecuada deja el campo libre para que la ‘mano invisible’ de los bancos tuerce los mecanismos financieros para que esa supuesta ruleta tenga siempre el mismo destino: la banca siempre gana, los demás hacen la función de primos.
Las grandes entidades financieras de la City acordaban los tipos de los préstamos que se realizan entre sí. Beneficiaba unas veces a unos bancos y otras veces a otros, dependiendo de las necesidades de vencimiento de cada banco.
En una ocasión, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, dijo que el Libor marcaba el precio de los préstamos que los bancos no se concedían entre sí. Era una broma, claro, en relación a la falta de confianza de las entidades financieras en sus respectivos colegas y en la salud de todo el sector. Es de suponer que no estaba pensando en que todo el sistema por el que se regulan estos préstamos estaba manipulado en origen.
Al saberse estos hechos –y hay que recordar que Barclays no es el único banco implicado en la trama–, la entidad recibió una multa de 290 millones de libras, pero necesitaba ofrecer la cabeza de un directivo para aplacar la ira de politicos y medios de comunicación. A diferencia del caso de España con el escándalo de las preferentes vendidas a ancianos y analfabetos, el banco no podía contar con que los medios ocultaran la noticia en sus portadas. Periódicos progresistas y conservadores se lanzaron como fieras a la noticia. Los tabloides que escriben con trazos más gruesos fueron a la yugular, como es habitual en ellos. Querían dimisiones y querían que alguien acabe en prisión.
Lo segundo está por ver que suceda. Lo primero ya ha ocurrido. Inicialmente, Barclays pensó que serviría con forzar la dimisión del presidente (no ejecutivo), Marcus Agius, que no era en realidad el número uno de la compañía. Era una forma de proteger al consejero delegado, Bob Diamond, y el Banco de Inglaterra se ocupó de que no prosperara la treta.
Según Robert Peston, de BBC, Mervyn King llamó directamente a Agius en la noche del lunes para indicarle que su dimisión no era suficiente. Al día siguiente, Diamond renunció a su puesto, así como el director de operaciones del banco.
Diamond ha cobrado no menos de 75 millones de libras en Barclays en los últimos cinco años.
David Cameron ha anunciado una investigación parlamentaria sobre el escándalo. No será una investigación independiente dirigida por un juez, cuyo veredicto tardaría probablemente años en salir a la luz, sino una dirigida por el presidente de la Comisión de Hacienda, un diputado tory, pero en la que los conservadores no tendrán mayoría. Los comparecientes estarán obligados a presentarse y declarar bajo juramento.
La declaración que todo el mundo espera de momento es la que tiene previsto realizar mañana Diamond en la Comisión de Hacienda. Con luz y taquígrafos, y sobre todo cámaras de televisión. También a diferencia de España, este tipo de cosas no se celebran en subcomisiones de Hacienda reunidas a puerta cerrada.
Sin ningún cargo que defender, ¿qué dirá Diamond a los diputados? Ya en enero de 2011 dejó patente lo poco que le afectaban las críticas de los políticos. Siendo de origen estadounidense, muchos pensaban que las técnicas parlamentarias británicas no le había impresionado demasiado. Para Diamond, ya entonces se tenía que poner fin a la época en que los banqueros pedían perdón por los errores que condujeron a la crisis financiera de 2008.
Diamond no carece de armas para una contraofensiva. Se especula con lo que podrá decir sobre una conversación que tuvo en el otoño de 2008 con el vicegobernador del banco central. Barclays ha filtrado que en ese diálogo que no trascendió entonces el Banco de Inglaterra dio de hecho al banco permiso para tomar las medidas que fueran necesarias para bajar el precio de esos préstamos interbancarios y aumentar así las posibilidades de que el crédito volviera a fluir. Evidentemente, esa es la versión de Barclays y también es muy posible que esa filtración interesada provocara la ira de Mervyn King y la llamada telefónica que forzó la dimisión de Diamond.
Pocos banqueros en la City simbolizan mejor que Diamond la fuerza incontenible y el peligro que supone la banca de inversión. Él llegó a la cúpula de Barclays desde ese departamento, que todo el mundo relaciona con inversiones de alto contenido especulativo y grandiosos bonus a sus empleados.
Según Philip Aldrick, jefe de economía del Telegraph, Diamond nunca aceptó que la etapa de máxima expansión bancaria antes de la crisis se debió a la falta de regulación y a la luz verde en cualquier situación que todos los gobiernos británicos conceden a la banca. Gordon Brown alardeó en un recordado discurso de 2007, justo antes de relevar a Blair en el 10 de Downing Street, que él se había opuesto con decisión a todos los intentos de aumentar el control del sector financiero. La desregularización siempre había sido el credo de los políticos y los banqueros no aceptan otra posibilidad.
“Incluso después de que el Estado hubiera inyectado centenares de miles de libras de financiación en el sistema financiero en 2008, y de que el Banco de Inglaterra calculara que la garantía implícita que suponen los fondos de los contribuyentes (para salvar cualquier entidad en problemas) fue equivalente a una bonificación de 10.000 millones, Diamond se negaba a aceptar la contención en el pago de bonos”, ha escrito hoy Aldrick.
Mientras las portadas se llenaban de titulares enfurecidos, Diamond ofrecía bonus millonarios a su personal de la banca de inversiones e incluso de la competencia, lo que provocó contraofertas en otras entidades.
Diamond no tiene por tanto muchos aliados potenciales en la política y los medios de comunicación. Pero en los próximos días sabremos si hay otros bancos implicados en las prácticas ahora denunciadas. Por las propias características de la trama, no es lógico que Barclays fuera el único beneficiado. Algunos bancos más tendrían la oportunidad de sacar un dinero fácil.
¿Quién podría oponerse? La reputación de los bancos británicos en la opinión pública británica no es muy buena, pero eso no es un drama cuando las entidades descubren que pueden alterar las reglas del sistema en su beneficio. Por alguna razón, siempre ocurre que el Gobierno y el Banco de Inglaterra están mirando a otra parte.
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