Paraguay: Las raíces de nuestra Constitución – por Hugo N. Vera Ojeda
La palabra dictadura en Paraguay, es quizás una de las más utilizadas, sea dentro o fuera del espectro político. La dictadura propiamente, despierta todo tipo de reacciones en su gente, desde quienes lo aprueban y añoran al primero y más duro de todos, como el Dr. Francia, hasta quienes lo desprecian en absoluto. Sin olvidar que quizás estos sean los menos, pues la gran mayoría cree que con mano dura y mucho poder en un mandatario, se llegará a mejores puertos.Eso es lo que se debe entender muy bien de la idiosincrasia paraguaya, antes de entrar a juzgar con mayor claridad lo ocurrido en el juicio político más controvertido que ha conocido el Paraguay, no por poco claro sino por todos los intereses que rodean al caso, mas afuera que dentro del país.
El nacimiento de la Carta Magna de 1992, tiene de cierto modo, aristas similares a la creencia bíblica de Moisés y su pueblo en busca de la tierra prometida, en donde se resalta, que fueron condenados a deambular 40 años en el desierto hasta que vayan muriendo todos los que vivían bajo un régimen tiránico, de modo a que las nuevas generaciones no extrañen al tirano.
Solo que a diferencia de esta anécdota, los constituyentes, en lugar de extraviar en el desierto a toda la población paraguaya, han optado por ponerle una especie de cerrojo democrático a la Carta Magna en caso de que alguien con mucho poder hiciera que se extrañe al tirano.
En efecto, la Constitución paraguaya ha nacido con un candado bajo el brazo, destinado a ser un comodín. Un candado que garantizara la democracia y la institucionalidad, tan extrañas, aun después de la más larga dictadura que conociera el Paraguay, la del Gral. Alfredo Stroessner. La democracia, en la connotación dualista de institucionalismo y poder del pueblo al mismo tiempo, tan usado en el país, era tan frágil, que cualquiera que tenga la suficiente astucia, podría aprovechar esa falta de transición como la vivida por el pueblo de Moisés y restaurar el poder autocrático, guiado por la percepción de la gente basada en que sería la mejor forma de gobierno.
No pocos gobernantes o candidatables, han hecho mención de una u otra forma de este fenómeno. Como olvidar los ejemplos como el slogan del ex Pte. Nicanor Duarte, “firmeza y patriotismo” o las aseveraciones de Gral. Lino Oviedo, que pondría sillas eléctricas para los delincuentes, entre otros.
Sin olvidar a la más agresivas de todas las aseveraciones, que viniera precisamente de manos del propio Lugo, cuando sentencio que la democracia no nos da de comer y que teníamos una democracia de maquillaje.
Pero lo de Lugo no quedaría solo como una anécdota como la de Nicanor y Oviedo, sino que lo convirtió en su eje principal mientras gobernó, es decir el ataque sistemático al parlamento y al Poder Judicial. Comenzaría con una campaña llamada Democracia de Maquillaje en donde jóvenes de la izquierda radical instalaron el debate entre democracia representativa y participativa, utilizando caricaturizaciones de parlamentarios. Desde luego, estos no eran el objetivo, sino la institución misma del Parlamento.
En ese orden de cosas, la más exitosa de todas las campañas de la izquierda, fue el llamado after office revolucionario, en donde, dejando de lado a los jóvenes más radicalizados, optaron por jóvenes astutamente camuflados entre los otrora indiferentes, aprovechando magistralmente, una asignación presupuestaria impopular, dando un golpe orillando el K.o. al parlamento, tanto que el principal legado fue la acuñación de los términos dipuchorros y senaratas, aun hasta estos días.
El otro frente diseñado por la izquierda luguista, fue la campaña contra la Corte Suprema de Justicia, en donde se buscaba literalmente barrer con la justicia, aunque con menos éxito que la campaña contra el parlamento.
Este candado constitucional que convirtió al otrora país autocrático, en un sistema prácticamente parlamentarista, resultó ser muy molesto para quien ejercía el poder desde el Ejecutivo, siendo notoriamente más visible esta situación en el gobierno de Fernando Lugo. Sus acciones, todas muy bien diseñadas y solapadas, han logrado un gran rechazo de parte de la ciudadanía por el parlamentarismo, tanto que no podremos saber, si la verdadera intensión, era lograr la adhesión popular para disolverlo. Eso ya queda, afortunadamente, como una hipótesis histórica.
Los constituyentes del 92, son contestes en que era necesario el despojo del enorme poder que gozaba el Ejecutivo, que se venía trayendo desde la carta fascista del año 1940. Así, el Dr. Armando Espínola, ex constituyente, sostiene “… Los constituyentes de la República, concebimos esta herramienta como un mecanismo de control a los excesos que pudiera tener el Ejecutivo y así consta en los diarios de sesiones de la Convención Nacional Constituyente. Debemos comprender además que la Constitución Paraguaya fue aprobada saliendo de un sangriento periodo de dictadura militar fuertemente presidencialista.
En conclusión, la destitución del otrora Presidente del Paraguay, Fernando Lugo, tiene en si un marcado acervo histórico tras suyo, en donde por primera vez en el país, se ha llegado al punto álgido de la madurez democrática y sirvió para enterrar de una buena vez el miedo a una dictadura, pues los gobernantes futuros, tendrán muy presente de que ya no pueden ser los dueños del Paraguay, sencillamente porque ocupan la Presidencia de la República.
* Hugo Vera Ojeda es Presidente de la Fundación Libertad del Paraguay.
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