01 agosto, 2012

Grandes reformas por hacer, poco poder para hacerlas

Grandes reformas por hacer, poco poder para hacerlas

Héctor Aguilar Camín

Para ser un país próspero, equitativo y democrático, un país emergente creíble, México necesita todavía grandes reformas.

Desde el punto de vista de la fortaleza económica del Estado, es necesaria una reforma fiscal que mejore las rentas del Estado, suspenda los regímenes especiales y tome por los cuernos el tabú del IVA.



Desde el punto de vista del desarrollo y la equidad, es necesaria una reforma laboral, que flexibilice el mercado de trabajo, y una reforma educativa, que garantice un piso común de calidad en las escuelas públicas. También una ampliación sustantiva de la red de seguridad social.


Desde el punto de vista de la prosperidad, hacen falta reformas que abran a la competencia grandes espacios económicos dominados hoy por monopolios y oligopolios públicos y privados.


Desde el punto de vista de la gobernabilidad, hace falta legislar en sentido contrario a lo que hemos hecho hasta ahora, legislar para que puedan formarse mayorías claras en el Congreso, las cuales puedan dar paso a gobiernos capaces de proyectos ambiciosos, con hambre de futuro y capacidad de ejecución en el presente.


Todas estas reformas son caras políticamente y de rendimientos diferidos. Nadie puede emprenderlas o proponerlas sin perder en el camino más de lo que gana. En el estado de empate democrático que México vive desde su última reforma política, del año 1996, todas las reformas de fondo que el país necesita son inviables. De ahí la falta de ambición en los gobiernos democráticos de México, su espíritu posibilista.


La lógica de la democracia mexicana fue quitarle poderes al presidente. Se puso el acento en evitar la sobrerrepresentación de algún partido, limitando la posibilidad de constituir mayorías claras. ¿Por qué? Porque había que evitar que se repitiera la hegemonía del PRI y que hubiera presidentes todopoderosos, situados por encima de la ley.


A fuerza de insistir en ese rumbo y de acotar el poder del presidente, tenemos ahora una Presidencia débil, con minoría en el Congreso desde 1997, con escasos poderes de veto y de decreto, y poco poder efectivo sobre los gobiernos locales.


En el Congreso es mayoritaria la oposición. Tiene la mayoría absoluta en las dos cámaras. Es lógico que piense más como oposición que como gobierno, que piense sobre todo en cómo derrotar al gobierno y a su presidente, no en cómo acompañarlo en la construcción de las políticas públicas necesarias para la modernidad que buscamos.


En suma, hay grandes reformas por hacer, y poco poder otorgado para llevarlas adelante.

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