¿Para qué ser libres?
Por lo pronto hay que decir que el
hombre no puede dejar de ser libre en el sentido de que se ve impedido a
tomar decisiones. Si, paradójicamente se ve forzado a ser libre. No
puede renunciar a su naturaleza, no puede convertirse en un avión ni en
una lapicera, es un ser humano y como tal debe decidir constantemente
entre diversos cursos de acción. Incluso cuando decide quedarse quieto
está eligiendo, prefiriendo y optando. También cuando delega sus
decisiones en otro, está revelando su libertad. En resumen, el ser
humano es libre a pesar suyo.
Ahora bien, esa libertad puede ser ancha
como un campo abierto o puede convertirse en un sendero estrecho,
angosto y oscuro en el que apenas se pasa de perfil. Lo uno o lo otro
dependen de que los hombres entre si no restrinjan la libertad del
prójimo por la fuerza. No dejamos de ser libres porque no podemos volar
por nuestros propios medios, ni dejamos de gozar de la libertad porque
no podemos dejar de sufrir las consecuencias al cometer actos estúpidos,
ni somos menos libres debido a que no podemos desafiar las leyes de
gravedad ni las ineludibles leyes biológicas. Solo tiene sentido la
libertad en el contexto de las relaciones sociales y, como queda dicho,
se disminuye cuando otros hombres se interponen recurriendo a la
violencia.
No debe confundirse libertad con
oportunidad. El que no es un atleta no tiene la oportunidad de ganar el
premio de cien metros llanos y el que no dispone de los recursos
suficientes no cuenta con la oportunidad de adquirir una mansión. Se
trata de dos conceptos distintos. El náufrago en una isla desierta
dispondrá en general de muchas menos oportunidades que el que habita en
una ciudad, pero no por eso es menos libre. La naturaleza impone
restricciones a las oportunidades así como también las imponen las
conductas humanas y las condiciones sociales pero si no media la fuerza,
hay libertad. Solo puede ser restringida si se recurre a la fuerza
lesionando derechos. Lo contrario significaría un uso arbitrario y del
todo inconducente respecto del sentido de la libertad.
Thomas Sowell aclara muy bien las confusiones y los usos inadecuados de conceptos cuando escribe en su Knowledge and Decisions :
“¿Qué libertad tiene un hombre que se está muriendo de hambre? La
respuesta es que el hambre constituye una condición trágica, tal vez más
trágica aun que la pérdida de la libertad. Pero eso no impide que se
trate de dos cosas bien distintas. No es relevante la importancia se le
atribuya a lo desagradable que resulta el endeudamiento y la
constipación pero un laxante no eliminará la deuda y un aumento de
sueldo no permitirá la regularidad del vientre. Del mismo modo, en
cuanto a bienes apetecidos, el oro puede considerarse jerárquicamente
superior que la manteca, pero no puede untarse un sándwich con oro ni
comérselo como nutriente. La jerarquía que se le atribuya a las cosas no
puede confundir las que son distintas. El mero hecho de que algo puede
ser más importante que la libertad no hace que ese algo se convierta en
libertad”.
Cuanto menos margen de libertad se
permita al hombre, ya sea por los manotazos del Leviatán o por la
violencia de otros sustentados en la mera fuerza bruta, más se lo
asemeja al animal no racional y más se lo despoja de sus atributos y
condiciones propiamente humanas. Cuanto más ocurra esta desgracia más
precaria y gaseosa se convierte la vida.
Pensemos en lo que podemos y no podemos
hacer al efecto de medir nuestras libertades. Solo unas poquísimas
preguntas de lo más cercano a la vida diaria despejará el tema. ¿Están
abiertas todas las opciones cuando tomamos un taxi? ¿Ese servicio puede
prestarse sin que el aparato estatal decida el otorgamiento de licencias
especiales, el color del vehículo, la tarifa y los horarios de trabajo ?
¿Cuándo elegimos el colegio de nuestros hijos, la educación está libre
de las imposiciones de ministerios de educación? ¿Puede quien está en
relación de dependencia liberarse de los descuentos compulsivos al fruto
de su trabajo? ¿Puede elegirse la afiliación o desafiliación de un
sindicato o no pertenecer a ninguno sin sufrir las decisiones de los
dirigentes? ¿Puede exportarse e importarse libremente sin padecer
aranceles, tarifas, cuotas y manipulaciones en el tipo de cambio?
¿Pueden elegirse los activos monetarios para realizar transacciones sin
las imposiciones del curso forzoso? ¿Hay realmente libertad de contratar
servicios en condiciones pactadas por las partes sin que el Gran
Hermano se interponga, meta sus narices y constriña? ¿Hay libertad de
prensa sin contar con agencias gubernamentales de noticias, pautas
oficiales, diarios, radios y estaciones televisivas estatales y sin la
propiedad del espectro electromagnético que impone la figura de las
concesiones gubernamentales? ¿Hay mercados libres con pseudoempresarios
que hacen negocios con los gobiernos de turno y las consecuentes
prebendas y privilegios? ¿Puede cada uno elegir la forma en que preverá
su vejez sin que el aparato estatal imponga retenciones al salario?
La decadencia de la libertad no aparece
de un solo golpe. Se va infiltrando de contrabando en las áreas más
pequeñas y se va irrigando de a pocos al efecto de producir estados de
anestesia en los ánimos. Pocos son los que dan la voz de alarma cuando
el cercenamiento de libertades no le toca directamente el bolsillo. Es
como el cuento de aquel que vio como aniquilaban la libertad del
verdulero, pero no decía nada porque no era verdulero, vio como
interferían con la libertad del zapatero pero no dio la voz de alarma
porque no era zapatero y así sucesivamente hasta que entraron a su casa
para amordazarlo pero ya era tarde porque no lo dejaron hablar.
Es como dice el poeta “Me acusa el
corazón de negligente/ por haberme dormido la conciencia/ y engañarme a
mi mismo y a la gente/ por sentir la avalancha de inclemencia/ y no dar
voz de alarma claramente”.
Tocqueville en La democracia en América
nos dice que “Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso
esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la
libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas,
sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”.
No hay nadie que no declame a favor de
la libertad, el asunto es que se quiere decir con esa expresión. Ya
Marie-Jeanne Roland, cuando era conducida a la guillotina en plena
contrarrevolución francesa, exclamó ¡Libertad, cuantos crímenes se
comenten en tu nombre! Por su parte, Anthony de Jasay escribe que
“Amamos la retórica y la palabrería de la libertad a la que damos rienda
suelta más allá de la sobriedad y el buen gusto, pero está abierto a
serias dudas si realmente aceptamos el contenido sustantivo de la
libertad”.
El liberalismo significa el respeto
irrestricto a los proyectos de vida de otros. Nada más y nada menos, la
sociedad abierta significa que cada uno puede hacer lo que le venga en
gana con lo propio sin rendir cuentas a nadie, siempre que no vulnere
igual facultad de otros. Los megalómanos que quieren fabricar el “hombre
nuevo” y demás dislates y sandeces siempre conducen al cadalso. El
antropomorfismo del Estado (siempre con mayúscula, sin que se use el
mismo criterio para el mucho más respetable individuo), hace
que se personifique ese aparato y se le atribuyan todas las virtudes
imaginables y todas las responsabilidades para que la gente sea buena.
Tamaño despropósito niega la idea del agente moral y destruye la noción
más elemental de justicia que, según la clásica definición de Ulpiano,
consiste en “dar a cada uno lo suyo”.
La maximización de la libertad es
indispensable por el oxígeno que brinda para poder vivir humanamente, no
por otra cosa que siempre le estará subordinada. Nada se gana con tener
todo lo demás si se es un esclavo. Además, las naciones libres cuentan
con condiciones de vida infinitamente superiores a las que se encuentran
sumidas por los dictados de autócratas confesos o disimulados, pero
esto es un adicional, que si bien muy importante no reemplaza la dicha
de ser libre, no reemplaza la posibilidad feliz de mantener y celebrar
la situación propiamente humana.
¿Cuántas personas hay que no hacen
absolutamente nada por la libertad? ¿Cuántos hay que creen que son otros
los encargados de asegurarles el respeto a sus libertades? ¿Cuantos son
los indiferentes frente al avasallamiento de la libertad de terceros?
¿Cuántos los que incluso aplauden el entrometimiento insolente del
Leviatán siempre y cuando no les afecte su patrimonio e intereses de
modo directo? Afortunadamente todavía hay quienes se quejan amargamente
de esta situación y proponen soluciones, pero muchas veces es como si
estuvieran gritando desde un pozo profundo, oscuro y con muy mala
acústica. Forman parte del remnant de que nos habla Isaías.
Es en verdad triste observar
documentales en los que se divisan siluetas cadavéricas desplazarse como
zombies en caravanas interminables con algún bultito al hombro,
dirigidos por los bestias totalitarios de cualquier rincón del orbe.
Para las víctimas ya fue tarde, van al despeñadero, dejaron de ser
humanos, no solo se los trata como animales sino que tienen arada el
alma y achurada en tajos y rebanadas de una pavorosa profundidad que se
abren a un vacío ilimitado de dolor y llanto interior.
En otros casos, se ven sujetos bien
vestidos, con portafolios y celulares desplazándose en automóviles de
lujo que albergan en residencias descomunales pero sus vidas y su suerte
están prendidas y atadas a los dictados de funcionarios gubernamentales
sedientos de poder que manejan a estas pseudopersonas como marionetas,
mientras estos títeres que no solo se han dejado violar y dejado que se
masacre espiritualmente a otros, sino que les brindan apoyo irrestricto a
sus carceleros con tal de tener gratificaciones corporales aunque hayan
rematado su espíritu y hayan dejado de ser personas.
Entonces ¿por qué ser libres?, por la
sencilla razón que de ese modo nos elevamos a la categoría de seres
humanos y no nos rebajamos y degradamos en la escala zoológica, por
motivos de dignidad y autoestima, para honrar al libre albedrío del que
estamos dotados, para poder mirarnos al espejo sin que se vea reflejado
un esperpento y, sobre todo, para poder actualizar nuestras únicas e
irrepetibles pontencialidades en busca del bien. Con esto se juega
nuestro destino, ¿puede concebirse algo de mayor importancia?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario