Colombia: La nada santa Inquisición – por Fernando Londoño Hoyos
Se
la llamó santa porque era su propósito defender la fe, la única
verdadera, de tantas herejías y de tantos enemigos que amenazaban
destruirla. Pero la historia nunca la perdonó. La Inquisición es una
institución vencida, sin que importen a salvarla sus propósitos y la
buena voluntad de muchos de sus impulsores. Sus métodos, nada piadosos, sus excesos, su rudeza, su fanatismo la condenaron.
Pues la Inquisición ha vuelto y mora entre nosotros. Y
tiene de aquella todos sus defectos y ninguna de sus virtudes. Porque
no la alumbran la sabiduría de sus miembros, ni el carácter sagrado de
lo que quiere imponer como dogma. Es una Inquisición que de santa no
tiene nada. Pero que tiene toda su intransigencia y toda la ferocidad
para imponer sus dogmas, lo que quiere decir que es esencialmente
dogmática. Nos referimos, querido lector, a la Corte Constitucional.
El incidente con el Procurador General de la Nación
es revelador de todas estas extravagancias. Para la Corte el aborto se
volvió una obsesión. Solo le falta hacerlo obligatorio. Pero ese no es
el punto de debate. Ya abrió las compuertas para el asesinato de miles o
millones de criaturas que no verán nunca la luz del día, porque han
sido concebidas condenadas a muerte. Allá ellos con su conciencia, que
cada uno carga con sus pecados y lleva a cuestas sus consecuencias. Las
Erinias griegas jugaban ese papel hace más de 25 siglos. Pero
insistimos, ese no es el tema.
El tema es que la Corte Constitucional pregona sus
dogmas y nadie puede pensar distinto. Y el que se atreva, queda lanzado a
las tinieblas exteriores.
La Corte, en un evidente y brutal abuso de sus
atribuciones, se ha tomado el derecho a decir la verdad. Lo contrario de
lo que la Corte dice es necesaria e irreparablemente falso. Y el que lo
dice falta a sus deberes, porque el primero y fundamental de un
ciudadano es dar por válidas y únicas verdaderas las proposiciones de la
Corte. Y ahí sí está el tema.
Porque independientemente del valor de una sentencia
de la Corte Constitucional, asunto que está por discutir, queda el
derecho de los funcionarios y de los ciudadanos a pensar como la Corte, a
pensar solo parcialmente como la Corte piensa, o a pensar de manera
opuesta a como la Corte piensa. La Corte Constitucional tiene razones,
pero no siempre tiene la razón.
La sentencia de los magistrados Sierra, Calle y
Vargas contra el procurador, es un monumento a la intransigencia
absoluta, a la creencia ciega de que no hay razón como la suya y de que
no hay poder como el que ostentan. Y la han dictado sobre una de las
posiciones más absurdas de cuantas han asumido, más dañinas socialmente,
menos sostenibles en el campo de la Filosofía y de la Moral.
Ya nos condenarán por irrespetuosos, porque no se
pude decir aborto. El Dogma nuevo es la Interrupción Voluntaria del
Embarazo. ¿Quién habló de aborto? Pues el procurador lo dijo y es reo de
las llamas del infierno.
Una famosa píldora, la del día después, con la cual
una de las acusadoras del procurador quiere hacer el más fantástico
negocio, no es abortiva. Es solo anticonceptiva. El problema es que si
se toma el día después, es porque ya empezó, el día antes, el proceso de
la gestación de la criatura. Pero el dogma consiste en que el
“misoprostol” como se llama esa pepa mágica que tomada después es
anticonceptiva, no es abortiva. ¿Por qué? Porque ya lo dijo una
sentencia ejecutoriada. A obedecer y callar.
La otra belleza de la sentencia, es que revive al Superhombre de
Nietzche. La sociedad no debe contaminarse con seres inferiores. Cuando
el feto muestre imperfecciones, hay que eliminarlo. La roca Tarpeya
existió hace más de 20 siglos. Por ella se lanzaban las criaturas que
ofendían la naturaleza con sus defectos. Y fue revivida por Hitler. Con
métodos tan modernos como los que ahora se proponen. Una pastilla de
misoprostol basta. Nos quita la molestia de convivir con seres que no
sean tan espléndidos como los magistrados Sierra, Calle y Vargas.
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