28 septiembre, 2012

Colombia: La nada santa Inquisición

Colombia: La nada santa Inquisición – por Fernando Londoño Hoyos

Se la llamó santa porque era su propósito defender la fe, la única verdadera, de tantas herejías y de tantos enemigos que amenazaban destruirla. Pero la historia nunca la perdonó. La Inquisición es una institución vencida, sin que importen a salvarla sus propósitos y la buena voluntad de muchos de sus impulsores. Sus métodos, nada piadosos, sus excesos, su rudeza, su fanatismo la condenaron.
Pues la Inquisición ha vuelto y mora entre nosotros. Y tiene de aquella todos sus defectos y ninguna de sus virtudes. Porque no la alumbran la sabiduría de sus miembros, ni el carácter sagrado de lo que quiere imponer como dogma. Es una Inquisición que de santa no tiene nada. Pero que tiene toda su intransigencia y toda la ferocidad para imponer sus dogmas, lo que quiere decir que es esencialmente dogmática. Nos referimos, querido lector, a la Corte Constitucional.

El incidente con el Procurador General de la Nación es revelador de todas estas extravagancias. Para la Corte el aborto se volvió una obsesión. Solo le falta hacerlo obligatorio. Pero ese no es el punto de debate. Ya abrió las compuertas para el asesinato de miles o millones de criaturas que no verán nunca la luz del día, porque han sido concebidas condenadas a muerte. Allá ellos con su conciencia, que cada uno carga con sus pecados y lleva a cuestas sus consecuencias. Las Erinias griegas jugaban ese papel hace más de 25 siglos. Pero insistimos, ese no es el tema.
El tema es que la Corte Constitucional pregona sus dogmas y nadie puede pensar distinto. Y el que se atreva, queda lanzado a las tinieblas exteriores.
La Corte, en un evidente y brutal abuso de sus atribuciones, se ha tomado el derecho a decir la verdad. Lo contrario de lo que la Corte dice es necesaria e irreparablemente falso. Y el que lo dice falta a sus deberes, porque el primero y fundamental de un ciudadano es dar por válidas y únicas verdaderas las proposiciones de la Corte. Y ahí sí está el tema.
Porque independientemente del valor de una sentencia de la Corte Constitucional, asunto que está por discutir, queda el derecho de los funcionarios y de los ciudadanos a pensar como la Corte, a pensar solo parcialmente como la Corte piensa, o a pensar de manera opuesta a como la Corte piensa. La Corte Constitucional tiene razones, pero no siempre tiene la razón.
La sentencia de los magistrados Sierra, Calle y Vargas contra el procurador, es un monumento a la intransigencia absoluta, a la creencia ciega de que no hay razón como la suya y de que no hay poder como el que ostentan. Y la han dictado sobre una de las posiciones más absurdas de cuantas han asumido, más dañinas socialmente, menos sostenibles en el campo de la Filosofía y de la Moral.
Ya nos condenarán por irrespetuosos, porque no se pude decir aborto. El Dogma nuevo es la Interrupción Voluntaria del Embarazo. ¿Quién habló de aborto? Pues el procurador lo dijo y es reo de las llamas del infierno.
Una famosa píldora, la del día después, con la cual una de las acusadoras del procurador quiere hacer el más fantástico negocio, no es abortiva. Es solo anticonceptiva. El problema es que si se toma el día después, es porque ya empezó, el día antes, el proceso de la gestación de la criatura. Pero el dogma consiste en que el “misoprostol” como se llama esa pepa mágica que tomada después es anticonceptiva, no es abortiva. ¿Por qué? Porque ya lo dijo una sentencia ejecutoriada. A obedecer y callar.
La otra belleza de la sentencia, es que revive al Superhombre de Nietzche. La sociedad no debe contaminarse con seres inferiores. Cuando el feto muestre imperfecciones, hay que eliminarlo. La roca Tarpeya existió hace más de 20 siglos. Por ella se lanzaban las criaturas que ofendían la naturaleza con sus defectos. Y fue revivida por Hitler. Con métodos tan modernos como los que ahora se proponen. Una pastilla de misoprostol basta. Nos quita la molestia de convivir con seres que no sean tan espléndidos como los magistrados Sierra, Calle y Vargas.

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