26 septiembre, 2012

Colombia: Los dos años perdidos de Santos

Colombia: Los dos años perdidos de Santos – por Ricardo Angoso

Santos, a la busca de aliados que no encuentra, ya solo dispone de un balón de oxígeno, el que le están ofreciendo la conversaciones con la guerrilla de las FARC. A pesar de lo cual insiste en que no van a cesar las operaciones militares en tanto no se logren avances reales en el diálogo que lleven a la terminación del conflicto armado.
Asegura el periodista y ex ministro Fernando Londoño, recientemente víctima de un atentado por el procedimiento etarra de la bomba lapa, del que salió milagrosamente ileso, que el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, no tiene base ni apoyos para volver a ser reelegido, “no tiene con qué”, pontifica. Con el país a punto de entrar en recesión económica y con el regreso de terror e insegurida a las calles de Colombia, Santos lo tiene realmente difícil para lograr ese objetivo nunca ocultado, a pesar de las conversaciones iniciadas con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para alcanzar posibles y finales acuerdos de paz.


Habiendo quemado el apoyo popular de su antecesor, el ahora oponente y expresidente Alvaro Uribe, y sin haber puesto en marcha sus famosas (y fallidas) “locomotoras”, que anunció para el país durante su campaña electoral, Colombia no está para bromas. El presidente Santos, como diría el premio Nobel de Literatura, su paisano Gabriel García Marquez, ya no tiene nadie quien le escriba algo a su favor y su proyecto está agotado en sí mismo antes de haber comenzado. Ya no hay mimbres con los que armar el cesto, según se dice en un colombiano castizo. También, tal como señalaba con entidad el periodista Eduardo Sarmiento, “la idea fuerza de las locomotoras no pasó de la enumeración de los sectores y no avanzó en un análisis sobre sus interrelaciones y objetivos. Nunca se establecieron medios para impulsarlas”. El resultado de las políticas desarrolladas durante estos dos años por Santos no admite discusiones. Casi todos los analistas señalan su escasa concreción en sus objetivos, el exhibicionismo retórico carente de contenidos prácticos y un manejo mediático con un entorno favorable destinado a vender puro humo, tan solo eso. Nulos resultados, mucho marketing. Al final, un cero patatero.
Fracaso internacional
Ni siquiera la agenda internacional, de la que tanto alardea el presidente Santos, para regusto de una oligarquía anclada en el pasado y que parece vivir en otro planeta, tampoco ha conseguido los objetivos deseados. Pese a haber recompuesto las relaciones con sus siempre conflictivos vecinos, especialmente Venezuela y Ecuador, estos dos países siguen siendo un refugio seguro para los terroristas de las FARC y una plataforma placentera para organizar los secuestros de civiles y atacar a los soldados colombianos.
El malestar es creciente en un país que se percibe estancado, camino a la recesión. Los líderes de ambos países, además, ni siquiera se presentaron a la estrafalaria y fracasada cumbre de Cartagena de Indias que organizó con todo boato y bombo, no exento de cierto patetismo histriónico, el presidente Santos. Rafael Correa y Hugo Chávez, presidentes de Ecuador y Venezuela, respectivamente, tenían otras cosas mejores que hacer que atender el llamado de su “nuevo mejor amigo”, el gran maestro en organizar eventos sociales de cara a la galería.
Sin embargo, el presidente Santos sigue muy optimista, vendiendo éxitos que solo existen sobre el papel, eludiendo sus responsabilidades con cortinas de humo destinadas a satisfacer al corifeo mediático que siempre aplaude su bien ensayado show. Pero la realidad es otra. El país no está para saraos al gusto del presidente y son ya muchos los que cuestionan las desafortunadas políticas de aquel que fuera designado en su momento como el delfín de Uribe.
“El presidente Santos, en los dos años que cumple, no ha sabido jerarquizar su agenda, se ha dedicado a inflar las expectativas con respecto a su Gobierno y ha fallado, como en su obsesión por sacar adelante una reforma a la justicia que a todas luces era una perversa negociación con los congresistas y las Cortes; tomó el camino equivocado”, aseguraba recientemente un editorial del santista diario ‘El Espectador’. La realidad de un país que no encuentra su horizonte y que se abate, tras unos años de ciertas expectativas de éxito, en una crisis profunda.
Colombia está a la deriva, sin que parezca que haya nadie al frente del timón gubernamental, abandonada a la improvisación, cuando no en manos de dirigentes absolutamente negligentes e ignorantes, sino ambas cosas al mismo tiempo, si se puede.
Los altos mandos militares y policiales, por ejemplo, se han mostrado muy disconformes con que se les haya retirado el llamado fuero militar, un procedimiento administrativo-jurídico por el que no tenían que responder ante la justicia ordinaria y explicar unas acciones que consideran que se producen en una situación de guerra o, cuando menos, de conflicto. ¿Cómo es posible que hayan sido colocados a la altura moral de auténticos sádicos y criminales, como los cabecillas de las FARC?, es lo que suelen preguntarse los observadores de tanta anomalía.
Sin nervio político
Nadie confía en el presidente Santos, como se seguía comentando desde el diario ‘El Espectador’: “Al llegar a la mitad de su mandato, el presidente Santos tiene, pues, la tarea fundamental de recuperar la confianza en su Gobierno. Y eso no lo logrará simplemente llenándonos de discursos sobre lo maravilloso que va a ser el país con sus anuncios”. Hace falta nervio político, pero, sobre todo, resultados sobre el terreno que sean tangibles, en todos los ámbitos.
Tampoco las cosas han ido mejor en lo económico y ese estado de estancamiento, cada vez más constatado en los indicadores macroeconómicos y en las fuentes objetivas que miden el estado del país, como los informes de la CEPAL y las Naciones Unidas, muestran a las claras que el país no avanza ni en desarrollo social, ni en la salud, quizá el peor modelo de toda América Latina en este sentido, ni en educación, el motor del futuro.
“En Colombia”, señala el senador de izquierda Jorge Enrique Robledo, “no cabe un pobre más”. Un 45 por ciento de la población o más padece la pobreza o la pobreza extrema, es decir, malvive con dos dólares al día o menos. Otro desastre sin paliativos que no aguanta maquillajes maquiavélicos del ‘presidente sonrisas’, como llaman despectivamente los taxistas de Bogotá al máximo líder colombiano.
La supuesta bonanza inversionista es una farsa más del Gobierno de Santos, experto en vender trucos de magia en el exterior y en presentar como pantallas de éxito lo que no son más que rotundos fiascos en el plano interno. Recibió una generosa herencia en seguridad y crecimiento de su antecesor, el exitoso Uribe, que ha despreciado y derrochado en sus fallidas y malogradas políticas de “unidad nacional”.
Las inversiones en la minería y en otros sectores relacionados con las materias primas no han redundado en el beneficio general y no son más que datos y datos a añadir a una supuesta gestión cada día más cuestionada, puro esperpentismo destinado a los escribidores a sueldo del Gobierno y demás acólitos a la causa. Y que los colombianos, a tenor de las encuestas, juzgan cada día que pasa como una dirección más errática, y eso a pesar del esfuerzo que se hace desde Casa de Nariño, la sede la presidencia colombiana, por presentar como un mundo de color de rosa lo que no es más que un decorado de cartón piedra que no aguanta el riguroso análisis de lo que es la dura realidad.
Suspenso en seguridad
En lo que peor sale parado este presidente destinado a la nómina de los peores mandatarios del último medio siglo, junto con el conservador Andrés Pastrana y el liberal Enrique Samper, es en materia de seguridad. Las FARC, quizá conocedoras por su larga experiencia de su debilidad ante un establecimiento que ve con preocupación su mal desempeño presidencial, no dudaron en intensificar sus ataques, se volvieron a hacer presentes en los núcleos urbanos y rurales y regresaron a sus prácticas habituales del secuestro, las extorsiones y los ataques a las infraestructuras e instalaciones petroleras y mineras, hasta que se forzaron las negociaciones actuales.
Nada qué hacer, mientras que el presidente Santos, como si fuera un Nerón del siglo XXI, se  muestra soberbio, optimista y pletórico. Los ataques terroristas se habían reproducido por el país y en lo que va de año hubo más de 300 acciones violentas de las FARC y el ELN, el otro grupo terrorista alzado en armas.
¿Es que no tendrá asesores que le informen de lo que pasa en el país? ¿Se cree realmente lo que dice o es un vulgar comediante? Uno de sus principales apoyos, el columnista de la revista ‘Semana’ Daniel Samper, escribía: “Yo adoro a Uribe, pero le critico su obsesión por desprestigiar al Gobierno como si el Gobierno no fuera capaz de  desprestigiarse por si solo”. A dos años de las elecciones, con la espadas en alto, la batalla por el poder acaba de comenzar, aunque cada día que pasa queda más claro que las posibilidades de Santos en su camino hacia la reelección se agotan y se abren nuevos espacios, tanto hacia la derecha como a la izquierda

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