30 septiembre, 2012

La verdadera mayoría

La verdadera mayoría
Por Gabriel Boragina ©

El FPV (Frente para la Victoria) agrupación política que llevara al gobierno argentino al matrimonio Kirchner en el año 2003, alega como pretendida "justificación" a su creciente autoritarismo haber "obtenido" en los últimos comicios un "54 %"de los votos. Sin embargo, este resultado no se compadece con la realidad de lo sucedido. Dejando de lado las numerosísimas denuncias de fraude que se sucedieron durante y después del acto eleccionario (las que incluyeron adulteración de padrones, persecución de fiscales e incendios de urnas incluido, entre muchas otras irregularidades) hay que considerar que, el escrutinio del sistema electoral argentino excluye de su cómputo los votos negativos, entendiendo por tales los denominados votos en blanco, nulos, impugnados, y las abstenciones o ausentismo al acto eleccionario. Ahora bien, esta última categoría de votos (o no votos) representó en las últimas elecciones aproximadamente un total del 25 % aproximadamente del padrón electoral que, de ser incluidos en el recuento final de sufragios, da un resultado sustancialmente diferente al que se obtiene haciendo desaparecer literalmente esa masa de votos. De tal suerte que, los verdaderos resultados de las elecciones en las cuales el FPV esgrime haber "obtenido" un ficticio "54 %" fueron los siguientes: votos "negativos" 25 %, votos para otros candidatos opositores 34,5 %, votos para el oficialismo 40,5 %. 
 
En consecuencia, el partido gobernante obtuvo realmente el 40,5 % de los votos y no el número inflado que recurrentemente esgrime. ¿Dónde está pues la trampa? La trampa reside en la defectuosa y antojadiza interpretación que se hace de la frase "votos afirmativos", obviando que todo voto emitido tiene dos caras o facetas, ya que es afirmativo respecto de un solo candidato pero -al mismo tiempo- negativo para todos los restantes. Y viceversa, el voto negativo lo es respecto de uno, algunos o de todos los candidatos y afirmativo en relación a otro. Este otro puede ser un candidato no oficializado o directamente excluido por la burocracia electoral (por ejemplo, quien aspira a formar un partido político o presentarse como candidato independiente sin subordinarse a estructura partidaria alguna, pero que no cuenta con el sinfín de requisitos burocráticos y pseudo legales que exige el tribunal electoral y que -por tales barreras burocráticas- es excluido de la contienda  política).
De allí que hayamos sostenido reiteradamente que, el recuento final de los sufragios debe hacerse computando en el cálculo todos los votos (afirmativos -o "positivos"- y los negativos) ya que esta distinción es ficticia, porque todo voto (o no voto) reúne ambas características (afirmatividad y negatividad).
Por lo pronto, a los efectos de este tema, lo que interesa es que el FPV no obtuvo el "54 %" de los votos, sino solamente un 40,5 % reales, y que el rechazo a su fórmula no fue del "46 %" sino del 59,5 % real del total del padrón, lo que hace una diferencia redonda de un 60 % opositor contra un escaso 40 % oficialista y que –a su turno- demuestra que en aquella oportunidad, el FPV no tuvo la mayoría que alega. Por supuesto, es aun más dudoso que con posterioridad a dicha elección la haya tenido, resaltando que cosa similar sucedió en los comicios presidenciales anteriores al que estamos considerando ahora.
Desde luego que, aunque la situación hubiera sido la inversa o fuera "cierta" la falaz versión del oficialismo, ninguna "mayoría" podría disculpar las políticas autoritarias encaradas vigorosamente por el gobierno del FPV. Ninguna "mayoría" (real o -como en el caso examinado- inventada) justifica el continuo y tenaz avasallamiento de los Principios, Derechos y Garantías que consagra la Constitución nacional, como tampoco la subversión de los valores institucionales en los cuales se apoya el sistema político que la Carta Magna reconoce.
Por otra parte, nada indica que el resultado circunstancial de un acto eleccionario se mantenga o se prolongue en el tiempo más allá de la fecha en el cual el mismo fue registrado. Nada hay más variable y voluble que las decisiones humanas, inestables por su propia naturaleza, y sujetas e influidas diariamente por innúmeros factores, tanto políticos como extra políticos. Máxime si se tiene en cuenta que, la mayor parte del electorado al votar lo hace basado más en factores emocionales y menos en los racionales. La circunstancia que, apenas minutos antes de emitir el sufragio exista -en toda elección- una masa considerable de los llamados indecisos habla a las claras de lo que venimos expresando. Un indeciso antes del comicio y que durante el sufragio vota en un determinado sentido, luego de finalizado el acto eleccionario podría haber votado en el sentido exactamente contrario. Ello no se revela, por la sencilla razón de que no se vota todos los días sino en forma muy espaciada en el tiempo; peor aún: varios años después. Sin embargo, nada autoriza a pensar que la "decisión" adoptada en un día y hora determinada al votar, se debe o se hubiera mantenido invariada en los meses o años siguientes. Ni siquiera se puede decir que sea inmodificable en los segundos posteriores al acto de introducir el sobre en la urna.  De allí que sea absurdo -por pueril y contrario a la lógica humana- el insistir de las modernas demagogias disfrazadas de "populismo" que un resultado manejado como favorable el día de la votación vaya a ser inmutable los días, meses y años subsiguientes. Por el contrario, la lógica humana debería conducirlas a pensar que, a un mayor paso del tiempo, menos sostenible en su transcurso son las "decisiones" adoptadas en el pasado. La psicología y la sociología han revelado que la mayoría de la gente cambia de opinión acerca de un mismo tema sin darse cuenta de ello y mucho mas rápido de lo que pudiera creerse en contrario. Y ello naturalmente es perfectamente extensible a las decisiones políticas.


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