07 octubre, 2012

Cristina, Chávez y las cacerolas

Gina Montaner

Cristina Fernández de Kirchner (CFK) suele invocar a su difunto esposo con frecuencia, como si desde el más allá Néstor Kirchner la ayudara a gobernar el destino de los argentinos. De ser cierta esta conexión espiritual que desafía las leyes de la naturaleza, el que fuera su mentor político seguramente se siente complacido entre las nubes por el indudable protagonismo de su viuda.


Kirchner, enmarañado en su afán por aferrarse al poder con un modelo de alternancia dinástica que pretendía compartir con su esposa, pasó por alto los avisos de su precario estado de salud hasta que un mortal ataque al corazón se encargó de abrirle el paso electoral a su consorte. Su triunfo fue una suerte de revival de “No llores por mí, Argentina”. Sólo que en esta ocasión CFK encarnaba a Perón y su marido a la desaparecida y venerada Evita. Desde entonces, cuando la actual presidenta aparece en el balcón, se siente observada desde las alturas y sus arbitrarias decisiones parecen tomadas con la anuencia de un fantasma que la acompaña en todo momento.
Pero no sólo en Argentina CFK manda y mucho. A lo largo de la semana pasada aprovechó su estadía en Nueva York con motivo de la 67 edición de los debates de Naciones Unidas (ONU) para armar un revuelo mediático. Como cabía esperar, se sumó al grupo de mandatarios que anualmente se apoderan del micrófono para renegar de Estados Unidos, aunque el plenario de la ONU esté medio vacío. También se aventuró a pronunciar discursos en Harvard y Georgetown, donde, a diferencia de lo que sucede con los medios de comunicación en su país, el público hizo preguntas libremente.
Bastaba con repasar Twitter para medir el grado de polarización que provoca la mandataria. Sus adeptos la jalearon por plantarles cara a los americanos en su propio patio. Sus adversarios, en cambio, alabaron a quienes les formularon preguntas acerca del amordazamiento de la prensa en Argentina, su mala gestión económica o su intención de cambiar la Constitución buscando la reelección. El diálogo en los dos campus universitarios constituyó una ocasión excepcional a la que no han tenido acceso los periodistas argentinos desde el verano de 2011.
Como la avezada política que es, CKF echó balones fuera haciendo uso del sarcasmo y, sobre todo, de la ambigüedad en lo referente a su deseo de permanecer en la Casa Rosada acompañada del espectro de su esposo. Asimismo, aprovechó el tour universitario para, a una semana de los comicios presidenciales en Venezuela, alabar a su amigo Hugo Chávez, a quien calificó del mayor demócrata del mundo. Ya se sabe que favor (político) con favor (político) se paga y al líder bolivariano le viene bien cualquier gesto de relaciones públicas, en vísperas de unas elecciones que se presentan muy reñidas frente al candidato opositor Henrique Capriles. Al líder venezolano, además, le conviene disipar la mala imagen de un gobierno que incluso está vendiendo sus reservas de oro por falta de liquidez financiera.
Son quebraderos de cabeza que también afectan a CFK. Mientras la presidenta hablaba desde la tribuna de la prestigiosa Harvard, se libraba del cacerolazo que en su país le dedicaba buena parte de la sociedad, producto del creciente descontento que ha generado su política económica estatista. Unas protestas que se multiplican y son el reflejo de que la ofuscación con el binomio Kirchner-Fernández ha llegado a su fin.
Gane o pierda Chávez el próximo domingo, está claro que la demagogia populista, secundada por la propia Cristina Fernández y los socios del ALBA, se ha desgastado en el camino de las promesas rotas y la vocación autoritaria. De regreso a casa a la viuda de Kirchner le esperaba el estruendo de las cacerolas.

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