11 octubre, 2012

De pena ajena

José Cárdenas

La enorme pifia en torno a El Lazca exhibe al gobierno como incapaz de resguardar los restos de un enemigo público.
La misteriosa desaparición del cadáver del máximo líder zeta fomenta la sospecha hasta de la muerte misma… y abre la puerta a la suspicacia de un arreglo.
Eso, aunado a la probada inutilidad funcional de la estrategia de descabezar los grupos —pues los capos son sustituidos de inmediato en medio de oleadas de venganza—, genera un fenómeno de transferencia de simpatías. La chacota pone de inmediato a la gente del lado de los delincuentes… cuya capacidad de burla va más allá de la vida.


Ejemplos sobran en las redes sociales: “Se Busca a El Lazca, cadáver prófugo de la justicia”; “Lo que pasa es que El Lazca salió bien de la necropsia y por eso lo dieron de alta”; “El Lazca que mató la Marina es más chaparrito, porque los de la DEA lo midieron ¡con las botas puestas!”; “Es increíble, cuando los buscan no los encuentran, cuando los agarran, se les fugan y cuando los matan, les roban el cuerpo”. “A Vicente Fox se le escapó El Chapo vivo. A Calderón se le escapó El Lazca muerto”; “Lo de El Lazca está del asco”…
Se toma a chunga algo cuya naturaleza es seria… o debería serlo.
Si el Presidente de la República, en uno de sus escasos momentos de humildad ha reconocido las deficiencias en la comunicación de su gobierno, y a esta falla le ha adjudicado parte de su triste impopularidad, ¿cómo, entonces, cometen el error una y otra vez?,  ¿cómo es que confunden a los parientes, cambian hijos por entenados, buscan a El Chapo Jr. y se encuentran con otro joven al cual de todos modos encarcelan?
Parte del cambio de estrategia contra la delincuencia debería ser el cambio de estrategia hacia adentro. Pesan más los autogoles que los goles del adversario… y en eso son campeones en Los Pinos.
No pueden con los delincuentes, pero tampoco con las oficinas de prensa del gobierno.
Cantaba Julio Jaramillo: “Y si los muertos aman, después de muertos amarnos más”.
Los narcos podrían cambiarle la letra: “Y si los muertos burlan, después de muertos, burlarnos más...”
MONJE LOCO: Había una vez… una “paz pactada” entre gobiernos y criminales. Delincuentes y funcionarios, federales, estatales  y municipales encontraban la manera cohabitar sin sobresaltos. Eran acuerdos donde cada cual llevaba su tajada. Quienes defendían con cinismo aquellos “enjuagues” presumían que el arreglo funcionaba. Nadie se metía con nadie. Pero el renglón se torció. Las jugosas ganancias, fruto de tales pactos, desataron más codicia… y más demonios. Aquellos “tejemanejes” tornaron en pactos de guerra. En respuesta, el presidente Calderón hizo del combate al crimen su mayor prioridad. Los resultados de la estrategia fueron contrastantes. Si bien logró tachar de la lista negra los nombres de El Barbas, El Chayo, Nacho Coronel, El Coss y hasta El Lazca, tal éxito también devino en fracaso. La guerra del gobierno desató una violencia inusitada. Las narcomafias se multiplicaron: donde antes operaban siete llegaron a contarse muchas más… Pero este cuento no ha terminado. Primero habría que preguntar a quienes en el presente viven del pasado: ¿Con quién se podría pactar?, ¿con qué elementos los gobiernos podrían negociar para poner fin a la violencia? También son preguntas para los que vienen.

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