Parejas en el poder
Una
lección: En nuestro país para llegar a ser el número uno es muy importante
saber las distancias, las oscuridades y las capacidades del número dos.
Antonio Navalón
La
historia del mundo está llena de parejas en el poder.
De
hecho Adán y Eva se pueden señalar como la primera pareja del poder en la
historia. Desde allí hasta nuestros días viene una evidencia que no se ha
conseguido romper: el poder es siempre un asiento para uno y no para dos.
En
el Imperio Romano las parejas fueron importantísimas. No solamente estoy
pensando en Julio César y Cleopatra o César Augusto y el propio Marco Antonio,
pienso en todas. Pero en todos los casos sucedió lo mismo: una de las dos
partes no pudo seguir adelante y el poder siempre fue ocupado por uno solo.
En
la Revolución Americana se suele hablar de los siete padres fundadores pero en
el fondo siempre actuaron de dos en dos. No hay que olvidar las parejas de
Jefferson y Adams o la de Washington y Hamilton; ambas, y en manera
consecutiva, dieron el mismo resultado: el poder siempre se ocupó de uno en
uno.
En
México ha habido parejas en el poder pero todas ellas han tenido una historia
similar. El mexiquense Adolfo López Mateos tuvo en Gustavo Díaz Ordaz su
pareja, no sólo su familia sino su compañero de poder.
Díaz
Ordaz fue un hombre que jamás le hizo sombra en las fotografías –ni en las del
espíritu, ni en las de la cámara– al Presidente López Mateos. Siempre supo
mantener la media distancia y sobre todo la duda de cuánto de verdad valía.
Al
final, una lección. En nuestro país para llegar a ser el número uno es muy
importante saber las distancias, las oscuridades y las capacidades del número
dos.
Ahora,
en la situación que empezará el 1 de diciembre –por méritos propios– habrá una
nueva pareja del poder. De la pareja conformada por Enrique Peña Nieto y el
Doctor Luis Videgaray surgen las mismas preguntas de la historia de la
humanidad.
Las
mismas que hicieron que Napoleón partiera siendo miembro de una triada, esa que
administró lo que quedaba de la Revolución Francesa, para ser el único que se
podía sentar en la silla, en ese caso no del águila sino del emperador, del
único emperador Napoleón I.
Como
somos tan originales, tan distintos, tal vez la historia del mundo y la
tendencia cambia aquí en México. Quizá en esta ocasión no se haga caso del
viejo dicho de Maquiavelo: “un príncipe nunca perdona la ayuda que le dieron al
llegar”.
Quizá
como seguimos siendo un país sorprendente esta vez, como ya pasó con el
anterior presidente mexiquense, las cosas terminan saliendo en que el dos
sustituye al uno.
Vaya
por delante que no tiene nada que ver esta crisis general de las parejas del
poder con la valía personal de sus miembros. Es simplemente casi una lección,
que como viejo seguidor de historias de la Historia y con una gran curiosidad
por la antropología, que en el caso de la política muchas veces solamente se
puede entender desde la entomología, me lleva a la duda de si nosotros también
en esta ocasión romperemos lo que ha sido una constante o pasará lo de siempre:
el poder es un asiento unipersonal que no se comparte.
Porque
hay que dejar en claro que la condición divina del poder que convierte al
Presidente en único, no tiene nada que ver con lo que pase con la otra parte de
la pareja: ni valías, ni condiciones.
En
México hay quien comparando la otra pareja del poder, la que formaron Carlos
Salinas de Gortari, y el otro doctor, José Córdova Montoya, cometen el error de
olvidar que cuando Salinas colocó a su derecha –pero debajo de él– a Córdova, ya era el incuestionado presidente de
nuestro país.
Después
de una elección conflictiva había conseguido desarrollar todo un enramado de
políticas y complicidades que le dieron el control efectivo del país. Ya estaba
en la cárcel quien tenía que estar y él ya estaba sentado en el poder de manera
incuestionable.
Porque
–como sabría muy bien el Che Guevara– una cosa es estar en el círculo cercano
de quienes de verdad gobiernan, o sea los que se sientan en soledad en la silla
de la cima del poder, y otra es venir haciendo el camino juntos pero la
historia repite que no queda más remedio que uno se sienta y el otro se va a
morir a las piernas de Bolívar.
Ya
veremos, pero pase lo que pase, los mexicanos seremos, una vez más, capaces de
desarrollar un espectáculo fascinante.
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