01 octubre, 2012

Parejas en el poder



Parejas en el poder

Una lección: En nuestro país para llegar a ser el número uno es muy importante saber las distancias, las oscuridades y las capacidades del número dos.

Antonio Navalón

La historia del mundo está llena de parejas en el poder.
 
De hecho Adán y Eva se pueden señalar como la primera pareja del poder en la historia. Desde allí hasta nuestros días viene una evidencia que no se ha conseguido romper: el poder es siempre un asiento para uno y no para dos.
 
En el Imperio Romano las parejas fueron importantísimas. No solamente estoy pensando en Julio César y Cleopatra o César Augusto y el propio Marco Antonio, pienso en todas. Pero en todos los casos sucedió lo mismo: una de las dos partes no pudo seguir adelante y el poder siempre fue ocupado por uno solo.

 
En la Revolución Americana se suele hablar de los siete padres fundadores pero en el fondo siempre actuaron de dos en dos. No hay que olvidar las parejas de Jefferson y Adams o la de Washington y Hamilton; ambas, y en manera consecutiva, dieron el mismo resultado: el poder siempre se ocupó de uno en uno.


En México ha habido parejas en el poder pero todas ellas han tenido una historia similar. El mexiquense Adolfo López Mateos tuvo en Gustavo Díaz Ordaz su pareja, no sólo su familia sino su compañero de poder.


Díaz Ordaz fue un hombre que jamás le hizo sombra en las fotografías –ni en las del espíritu, ni en las de la cámara– al Presidente López Mateos. Siempre supo mantener la media distancia y sobre todo la duda de cuánto de verdad valía.


Al final, una lección. En nuestro país para llegar a ser el número uno es muy importante saber las distancias, las oscuridades y las capacidades del número dos.


Ahora, en la situación que empezará el 1 de diciembre –por méritos propios– habrá una nueva pareja del poder. De la pareja conformada por Enrique Peña Nieto y el Doctor Luis Videgaray surgen las mismas preguntas de la historia de la humanidad.


Las mismas que hicieron que Napoleón partiera siendo miembro de una triada, esa que administró lo que quedaba de la Revolución Francesa, para ser el único que se podía sentar en la silla, en ese caso no del águila sino del emperador, del único emperador Napoleón I.


Como somos tan originales, tan distintos, tal vez la historia del mundo y la tendencia cambia aquí en México. Quizá en esta ocasión no se haga caso del viejo dicho de Maquiavelo: “un príncipe nunca perdona la ayuda que le dieron al llegar”.


Quizá como seguimos siendo un país sorprendente esta vez, como ya pasó con el anterior presidente mexiquense, las cosas terminan saliendo en que el dos sustituye al uno.


Vaya por delante que no tiene nada que ver esta crisis general de las parejas del poder con la valía personal de sus miembros. Es simplemente casi una lección, que como viejo seguidor de historias de la Historia y con una gran curiosidad por la antropología, que en el caso de la política muchas veces solamente se puede entender desde la entomología, me lleva a la duda de si nosotros también en esta ocasión romperemos lo que ha sido una constante o pasará lo de siempre: el poder es un asiento unipersonal que no se comparte.


Porque hay que dejar en claro que la condición divina del poder que convierte al Presidente en único, no tiene nada que ver con lo que pase con la otra parte de la pareja: ni valías, ni condiciones.


En México hay quien comparando la otra pareja del poder, la que formaron Carlos Salinas de Gortari, y el otro doctor, José Córdova Montoya, cometen el error de olvidar que cuando Salinas colocó a su derecha –pero debajo de él– a Córdova, ya era el incuestionado presidente de nuestro país.


Después de una elección conflictiva había conseguido desarrollar todo un enramado de políticas y complicidades que le dieron el control efectivo del país. Ya estaba en la cárcel quien tenía que estar y él ya estaba sentado en el poder de manera incuestionable. 


Porque –como sabría muy bien el Che Guevara– una cosa es estar en el círculo cercano de quienes de verdad gobiernan, o sea los que se sientan en soledad en la silla de la cima del poder, y otra es venir haciendo el camino juntos pero la historia repite que no queda más remedio que uno se sienta y el otro se va a morir a las piernas de Bolívar.


Ya veremos, pero pase lo que pase, los mexicanos seremos, una vez más, capaces de desarrollar un espectáculo fascinante.

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