03 octubre, 2012

Reforma laboral: casi todos ganan

Jorge Fernández Menéndez

Con la aprobación de las dos reformas preferentes impulsadas por el presidente Calderón en el Congreso, sin duda el actual mandatario logró un triunfo político, quizá postrero, pero significativo. Sin embargo, no fue el único. Como siempre, en este tipo de cosas hay ganadores y perdedores.
Ganó Calderón porque estas dos reformas, la laboral y la de transparencia de las finanzas gubernamentales, eran objetivos largamente acariciados de su administración que, por una u otra causa, básicamente porque no hubo en su momento voluntad política, sólo pudieron salir adelante con la iniciativa preferente, una propuesta de la reforma política, también, originalmente impulsada por el presidente Calderón y que había tenido algo más que apoyo en la anterior legislatura, en el Senado, de parte de Manlio Fabio Beltrones, ahora coordinador de la fracción priista en la Cámara baja. Sin duda, el presidente Calderón debe considerar como un triunfo todo este proceso legislativo, desde la presentación de las iniciativas preferentes el mismo día del inicio de labores de la legislatura, hasta el que ambas hayan sido aprobadas en sus respectiva cámara. Políticamente, aunque no creo que el tema de la democracia sindical tuviera que estar en el eje de la reforma laboral (es otro proceso, otro tipo de reforma y allí sí, inevitablemente, debe realizarse sobre otro tipo de acuerdo con los trabajadores y sus sindicatos), lo cierto es que, como bandera, es muy adecuada para un partido como el PAN y le permitirá mantenerla, en el futuro inmediato, desde la oposición.


Para Peña, asimismo, todo este proceso debe ser considerado un logro. Sobre todo la reforma laboral, la cual no sólo era una exigencia económica para su futura administración, sino también uno de sus compromisos de campaña. Pero, además, como dijimos en este espacio, Peña Nieto no se podía dar el lujo de comenzar su periodo mostrando debilidad, suya o de su grupo parlamentario en el Congreso. Como igualmente señalamos, en este debate, Peña sería calado por los de adentro y por los de afuera, por sus adversarios (y sus enemigos) y por sus aliados. Le salió todo muy bien, sus coordinadores parlamentarios mostraron una alta eficiencia y, pese a las provocaciones en San Lázaro y ahora en el Senado, no hubo marcha atrás.
Con un punto adicional: con la ley de transparencia, Peña Nieto también logrará un espacio de control sobre los gobiernos estatales, priistas o no, que hoy no tiene el Ejecutivo federal. No se tratará de control político a la vieja usanza, pero sí de un control institucional y presupuestal que si se quiere será muy light, pero siempre es mejor contar con él que no tenerlo para nada.
Paradójicamente, otro de los que podrá presumir que ganó es López Obrador. El ahora dirigente de Morena volvió a imponer sus condiciones en la izquierda. Una treintena de diputados se encargaron de la provocación y los restantes simplemente no hicieron nada más que, alguno de ello, tomarse fotos en la tribuna. El coordinador parlamentario Silvano Aureoles, que había prometido no tomar la tribuna, no pudo hacer nada para evitarlo. Los que se encargaron de ello estuvieron encabezados por Martí Batres, mientras que su antecesor en esos menesteres, Gerardo Fernández Noroña, se encargaba de los bloqueos en las puertas de la Cámara de Diputados. Ellos impusieron la imagen del nuevo PRD, ya sin López Obrador en sus filas, que resultó ser exactamente la misma que antes. ¿Dónde estuvieron Marcelo Ebrard, Miguel Mancera, los dirigentes del partido descalificando lo que dijeron que ya no sería la imagen y la política del PRD? Y sin un deslinde político real, las condiciones y las percepciones en torno a la izquierda las seguirá imponiendo el lopezobradorismo. Andrés Manuel fue el que salió ganando sin siquiera presentarse, y la corriente moderada del perredismo es la que perdió al avalar una estrategia que no comparten.
Hablando de estos temas: asumieron los 16 nuevos delegados en el DF. Sacando uno del PRI y otro del PAN, los demás son, todos, del PRD. Pero allí obviamente también hay diferencias, que se pusieron de manifiesto incluso en los enfrentamientos entre sus recíprocos manifestantes el lunes en las puertas de la Asamblea Legislativa. Miguel Mancera tiene los votos (un nada despreciable 66%, el mayor porcentaje que jamás haya obtenido un gobernante capitalino), pero no tiene a las tribus perredistas. No es un hombre de partido, mientras que la mitad de los delegados son gente de René Bejarano o por lo menos están relacionados con éste. Los demás tienen diferentes compromisos partidarios. El verdadero desafío de Mancera será lograr que trabajen para él, para su administración y no para sus intereses particulares o de grupo. En buena medida, de eso dependerá el futuro de su gestión.

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