Si como escribió Heráclito,
carácter es destino, Enrique Peña Nieto acaba de evidenciar el de su
próxima Presidencia. Un gobierno que de cara a la reforma laboral,
claudica. Una administración que ante los intereses atrincherados, se
rinde. Un equipo que frente a la oferta de la modernización, no pasa su
primera prueba. Porque la reforma laboral rasurada que el PRI aprueba en
el Congreso evidencia a un Presidente electo que, en lugar de cambiar
el país de privilegios, busca asegurar su mantenimiento. Evidencia a un
Presidente electo que, en lugar de controlar a las fuerzas sindicales
antidemocráticas, acaba doblegado por ellas. Evidencia a un Presidente
electo que usa la retórica de la modernidad pero que al sucumbir ante
los líderes obreros, mina su autenticidad. Peña Nieto aún no ha asumido
el poder pero la reforma laboral predice que los ejercerá acorralado.
Acorralado por Víctor Flores, líder atávico del sindicato
ferrocarrilero. Acorralado por Carlos Romero Deschamps, líder vetusto
del sindicato petrolero. Acorralado por Francisco Hernández Júarez,
líder enquistado del sindicato de los telefonistas. Ellos y tantos más
que en días recientes declararon "Vamos con todo contra la iniciativa" o
"La vida interna (de los sindicatos) debe quedar en la vida interna; es
como los matrimonios" o "Si el gobierno del nuevo Presidente entra con
esa actitud de golpear a los trabajadores en sus derechos laborales es a
él a quien tenemos que hacer responsable si esta iniciativa sigue
adelante". Ellos y tantos más defendiendo el derecho a encumbrarse, año
tras año, en organizaciones que en lugar de representar a los
trabajadores, los expolian.
Utilizando el argumento de la "autonomía sindical" para proteger
privilegios y defender prebendas y justificar la opacidad. Valiéndose
del argumento de la "no intromisión del Estado en la vida interna de los
sindicatos" para seguir manejándolos a su libre albedrío. Usando el
argumento de que la reforma atenta contra la Constitución para tapar
cúanto tiempo han pasado violando su espíritu. Negando el derecho de los
trabajadores al voto libre y secreto; a la rendición de cuentas a los
agremiados sobre la administración de sus cuotas; a la información
necesaria sobre el patrimonio sindical. Líderes ricos representando a
obreros pobres. Líderes acaudalados exprimiendo a trabajadores que no lo
son. Líderes chantajistas que quieren doblegar al próximo Presidente y
lo logran.
Enrique Peña Nieto aún no traspasa el picaporte de Los Pinos y ya le
entregó las llaves a los cotos corporativos. Ya ajustó la reforma
laboral al tamaño del charrismo sindical. Ya demostró que su liderazgo
no buscará fomentar la transparencia, sino seguir administrando su
ausencia. Ya declaró en Brasil que "No se trata de hacer una reforma a
espaldas de las organizaciones sindicales, sino se trata de una reforma
laboral que tome en cuenta las voces de las organizaciones sindicales y
se logre el consenso necesario". Consenso priista que implica la
prolongación del statu quo. Consenso que significa claudicación.
Consenso que entraña abdicación.
Y sin duda los defensores de la reforma dirán que fue necesario
diluirla, debilitarla, descafeinarla. Dirán que fue indispensable
quitarle los dientes democráticos para asegurar que una mayoría
legislativa estuviera dispuesta a apoyarla. Dirán que valió la pena por
la flexibilización que introduce y los salarios caídos que regula y las
nuevas modalidades de contratación que ofrece. Dirán – como los panistas
– que por lo menos fue aprobada y "peor es nada". Pero ante ello, la
pregunta es la misma que acompaña todas las reformas calderonistas con
poco efecto sobre el empleo y el crecimiento y la productividad: Para
qué aprobar reformas que no atacan el corazón del problema? Para qué
empujar iniciativas audaces para luego abandonarlas a la mitad del
camino ante el chantaje priista? Para qué celebrar aquello que no tendrá
la capacidad de desmantelar el control corporativo que estrangula al
país. Al aceptar la reforma laboral encogida el PAN también queda
evidenciado como el partido que acaba cediendo una y otra vez. El
partido que promete exhibir al PRI y termina por ser su comparsa.
Quizás la reforma laboral recortada tenga alguna incidencia sobre el
crecimiento del empleo. Quizás tenga algún impacto sobre la expansión de
la informalidad. Ojalá sea así. Pero lo que dejó de lado no es menor ni
debería serlo. La modernización de la vida sindical. El
desmantelamiento de liderazgos que toman las calles, resistiendo
demandas a la rendición de cuentas. El enquistamiento de poderes
fácticos creados por el Estado, pero cada vez más autónomos ante él. El
sometimiento de un Presidente electo que promete modernizar al país pero
no pasa una prueba definitoria con su propio partido. Enrique Peña
Nieto, cayendo en una contradicción producto de aquello que el poeta
Walt Whitman describe como "las multitudes que llevamos dentro".
Multitudes sindicales que llevaron a Peña Nieto al poder y ahora
demandarán que lo ejerza a su medida. |
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