Varias personas oran durante la transmisión en televisión de la primera
bendición del nuevo Papa Francisco en Puebla, México.
Francisco Guasco / EFE
Carlos M. Marquez
/ AFP
San Salvador -- La comunidad jesuita latinoamericana que ahora tiene
como Papa al argentino Jorge Bergoglio, a lo largo de su historia abogó por la
justicia y la caridad en un continente marcado por la crítica y persecución de
los defensores de la progresista Teología de la Liberación.
“Los jesuitas y la iglesia latinoamericana ha traído a la iglesia
universal la conciencia de la importancia de la justicia, la conciencia de la
importancia de la caridad con el compromiso histórico con los pobres para
cambiar un modo injusto y desigual”, declaró a la AFP el provincial de la
Compañía de Jesús para Centroamérica, Jesús Sariego Rodríguez.
Los jesuitas han tenido también un papel central en el continente en la
formación intelectual de las élites dirigentes, a las que aportaron su impronta
de progresismo y de rechazo los poderes dictatoriales y a los grupos
conservadores.
En la actualidad mantienen la denominada Asociación de Universidades
Jesuitas de América Latina (AUSJAL), con casas de estudio en diferentes países
como Argentina, Brasil, Colombia, Uruguay, México, Guatemala, El Salvador y
Nicaragua.
Desde su llegada en 1549 a las costas de Brasil y sus “misiones”
posteriores a Uruguay, Paraguay, Argentina, México y Centroamérica, la
congregación siempre ratificó su compromiso con los oprimidos, papel que ya en
aquellos años sufrieron los indígenas.
Por cuestionar a la autoridad, entre 1767 y 1771 sufrieron el
destierro, pero los jesuitas fueron persistentes y retornaron en múltiples
ocasiones a tierras americanas.
Con la Teología de la Liberación que surgió en América Latina después
del concilio Vaticano II (1962-1965) se impulsó la “opción preferencial por los
pobres”, que acompañó los procesos sociales que buscaban la liberación de las
clases oprimidas.
En esa lucha por los pobres, solo en El Salvador entre 1977 y 1989
fueron asesinados más de una docena de sacerdotes de la compañía de Jesús.
Entre los mártires por defender la opción preferencial por los pobres y
oprimidos, figura el arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, ejecutado
por escuadrones de la muerte de ultraderecha en marzo de 1980. Ese
acontecimiento fue el detonante de una sangrienta guerra civil de doce años.
Los Jesuitas siguieron teniendo problemas con la autoridad y con el
Vaticano.
Mucho después del fin de la guerra civil salvadoreña el jesuita español
Jon Sobrino, uno de los teólogos más cercanos al arzobispo Romero, fue
sancionado en marzo de 2007 en una resolución aprobada por Benedicto XVI, que
le prohíbe enseñar en instituciones católicas.
En Nicaragua, el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, educado por los
jesuitas y destacada figura de la Teología de la Liberación, fue censurado
frente a las cámaras de televisión en marzo de 1982 por el Papa Juan Pablo II.
Cardenal, quien era ministro de Cultura de la Revolución Sandinista,
había desobedecido una orden del Vaticano que les pedía a varios sacerdotes
separarse de la militancia política.
Miembros de otras órdenes, también desafiaron las posiciones del
Vaticano y alentaron la Teología de la Liberación del dominico peruano Gustavo
Gutiérrez y el teólogo diocesano brasileño Leonardo Boff, quien colgó los
hábitos en 1992.
“Muchos hermanos nuestros entregaron su vida y su sangre por construir
un continente nuevo”, recuerda el jesuita Sariego Rodríguez
En el caso del emblemático arzobispo Romero, el provincial jesuita
confió en que el proceso de beatificación que sigue la Sagrada Congregación
para los Santos en Roma tenga “un avance” con la llegada del papa Francisco.
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