Roberto Gil Zuarth
El método de elección de la dirigencia nacional a través del Consejo Nacional fue obra directa de don Manuel Gómez Morín. En el estudio introductorio a la compilación de actas de la asamblea fundacional del PAN, Alonso Lujambio exploraba las marcas que la aventura electoral de Vasconcelos en 1929 y, después, la rectoría de la UNAM habían dejado en el pensamiento y la acción política de don Manuel. Quizá la mayor fue su desconfianza a los “procedimientos de agudo personalismo”, aquello que se hace “por un hombre y para un hombre”. Las instituciones son los antídotos a los caudillajes, la vacuna para trascender la obra personal, según aprendería después de la amarga experiencia de su maestro. La defensa que encabezó por la autonomía universitaria y la libertad de cátedra frente al amago socializante del régimen postrevolucionario, le revelarían la necesidad de elevar diques a la pretensión del poder de penetrar las instituciones de la libertad. Trajo, en consecuencia, a Acción Nacional los reflejos adquiridos de esas experiencias políticas y los materializó en reglas. Despersonalizó los procedimientos internos para evitar el reino del hombre carismático, del iluminado, y también para salvaguardar la autonomía del partido frente al poder totalizante. Su objetivo era que el PAN fuese inspiración ética a la voluntad individual y colectiva, espacio parcial de libertad para procurar la libertad general, y no encantamiento coyuntural por los atributos de un solo hombre.
La Asamblea Nacional se ha apartado de las preocupaciones de don Manuel. Ciertamente vivimos otros tiempos. El PAN ya no es aquel partido testimonial cuyo destino de acción era brega de eternidad. La pregunta central es si los riesgos que don Manuel vislumbraba han desaparecido, si las actuales condiciones y expresiones de poder político y fáctico pueden amenazar la autonomía del partido, si su auténtica revivificación sólo puede venir de la mano de la aguda personificación de nuestra política interna. El PAN necesita liderazgos fuertes, en las dirigencias, en los gobiernos y en la oposición, sin duda. Pero liderazgos que conformen una generación de mexicanos, “libre y limpia” como diría don Manuel de la generación de 1915, agregados en torno a una idea y dispuesta a ejercer la política como profesión y no como afición. Lo que debe re-unir al partido no es el propósito de una causa electoral interna o externa, sino la definición del lugar que el PAN ocupará en el sistema político, su programa, su narrativa. Decidir y decir qué representamos, sin mala conciencia para defender nuestras conquistas, ni rubor para aceptar nuestros errores.
La nueva época del PAN es mucho más que un método para elegir dirigencias. Es la decisión sobre una visión del ser humano y del país en la economía de la desigualdad, en la sociedad de la información y las redes, en la política de los poderes no democráticos, en el mundo de los riesgos globales. Es la renovación de nuestras causas tras haber conquistado, como oposición y como gobierno, la regularidad democrática y la estabilidad económica. Es recuperar las lecciones aprendidas por aquel joven universitario que no se abandonó a la tentación del entusiasmo de ocasión. Aquél rector, don Manuel, que hizo del PAN una “afirmación sincera de valores que puedan dar sentido a cualquier obra”.
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