17 marzo, 2013

La sacralización política de Chávez

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Resulta digno de meditación el contraste entre la construcción de un carisma popular de Hugo Chávez, Ss-130308-hugo-chavez-funeral-jsw-tease.photoblog600[1]posiblemente su mejor triunfo en vida, y la impersonal sacralización de su persona, cargo y símbolo. El embalsamamiento de sus restos le puede jugar una mala pasada póstuma al no poder superar la negativa identificación de Hugo Chávez Frías con el comandante en jefe expuesto “eternamente” (en palabras de su sucesor Nicolás Maduro) en una urna. El paso del tiempo le puede restituir las arrugas que la ciencia de momento le ha maquillado.
          Chávez había conseguido llegar lo más lejos posible en conseguir la identificación que unas pocas figuras de la historia y solamente dos en América Latina han sublimado: Bolívar y José Martí. La sistemática búsqueda de la inacabada identidad nacional en todos los países latinoamericanos, en todas las generaciones, se basó desde los primeros momentos de la independencia en la identificación de unas anclas fehacientes.


La fórmula mágica se ha compuesto de una figura política central, producto de acciones individuales y unas dosis de valentía y osadía, un territorio (heredero paradójico de las divisiones administrativas de la colonia), unos símbolos constatables (bandera, himno, canción popular nacional, equipo de futbol, comida emblemática), y un pueblo. Este debía cuadrar con el retrato de sujeto de una nación cimentada en la voluntad de opción, no de origen étnico. Si la mayoría de los componentes de ese pueblo eran “los de abajo”, “los pobres de la tierra”, Images[3] los excluidos por la pobreza y la desigualdad, mejor. La adición del ingrediente anti-imperialista opositor de Estados Unidos y su política inaugurada con la Doctrina Monroe completó el programa de éxito de esa estrategia sin apenas planes preconcebidos.       
Pero el paroxismo máximo y la meta raramente disimulada por sus protagonistas han sido el paralelismo y la simbiosis de una persona y una “patria”, más allá de un simple Estado-Nación. Mientras unos lo han intentado en vida, el éxito mayor lo han disfrutado los sujetos que solamente después de su muerte se han visto elevados a esa condición, frecuentemente sin proponérselo.
Si Bolívar sería ejemplo de la personalidad que estuvo convencido de haber sido identificado por el destino, no solamente con respecto a su territorialmente limitada Venezuela, sino a una América Latina más amplia, Martí respondería al modelo que solamente tras años de su muerte fue transformado en un ícono de la nacionalidad cubana, necesitada desesperadamente de esa identificación como argamasa política. Mientras Bolívar disfrutó tempranamente tras su muerte de esa simbiosis, Martí debió esperar a que el uso y manipulación de la Revolución castrista lo convirtieran en sinónimo de la propia Cuba. Trad portrait
En ese caso, Fidel Castro ha estado preparando magistralmente compartir ese pedestal al reclamarlo como inspirador de su sistema marxista. A pesar de la reticencia de sectores conservadores y católicos que no encajaron adecuadamente la aparición de un apóstol no. 13, su final suicida y su origen masón, lo cierto es que el triunfo de Martí en esa tarea ha sido total, reverenciado por igual en la Cuba comunista y en el exilio, tanto duro como moderado.
A su lado, experimentos e intentos variopintos dignos de consideración deben ser vistos como muestras imperfectas, aunque no exentas de éxito temporal limitado. El caso más cercano de esa asunción a los estrados más elevados es el más exitoso registro de populismo, todavía modelo e insoslayable punto de referencia: Juan Domingo Perón, pero sobre todo la irresistible atracción de su mujer Eva Duarte. No en vano hay que tener en cuenta el uso del apelativo de Santa Evita y su entronización en una capilla especial.   Peron-eva rosada
Pero obsérvese la ventaja de Bolívar y Martí con respecto a la larga lista de populistas, próceres y dictadores de diversa talla que han competido con compartir ese lugar solamente reservados a unos pocos elegido. Mientras el venezolano y el cubano no son cuestionados por nadie en su contexto, los demás sufren de los ataques de diferentes sectores políticos y sociales. Chávez luchó denodadamente en disfrutar de ese privilegio. De momento, solamente ha conseguido ser objeto de un intento de sacralización representado por su conservación en una urna.
Pero ese logro ya está erosionado por la desaparición de los rasgos personales populares. Las canciones tradicionales (cerradas por “Alma Llanera”) entonadas magistralmente por una orquesta y coros al final de la ceremonia fúnebre han quedado ya enmudecidas por los discursos huecos, repetitivos y falsamente humanizantes. Algún día, alguien (probablemente el propio Chávez) le pedirá cuentas al mismo Nicolás Maduro por ese desastre.
Bolívar, reposando en el impresionante Panteón Nacional, habrá respirado aliviado al librarse de una compañía incómoda y de una imitación incompleta e imperfecta. Se sospecha que esa cohabitación estuvo en los planes del postchavismo. Algunas veces la cordura se impone. Castro está, por lo parte, convencido de que superará todos los records, pero lo alejarán prudentemente de Martí. Pero no de la historia, de la que se duda que lo absuelva.

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