18 marzo, 2013

Petróleo: Ni tótem ni tabú

Jorge Fernández Menéndez

Petróleo: Ni tótem ni tabú
A 75 años de la expropiación petrolera, después de décadas de tiempo perdido, la energía requiere ponerse de una vez por todas a tono con la época, con los cambios tecnológicos, con las exigencias económicas del país y de la sociedad.
Buena parte de esa ruta está inscrita en la Estrategia Nacional de Energía, que fue aprobada en el Senado la semana pasada y que sienta las bases de la reforma legal que tendrá que establecerse en el periodo legislativo que comenzará en septiembre. Una estrategia que cualquiera que la haya leído comprenderá que nada tiene que ver con una hipotética privatización de Pemex, una frase utilizada sólo por los que sí buscan explotar a Petróleos Mexicanos, aunque sea para sus propios beneficios políticos. Han pasado 74 años, y con todos los cambios que ello implica en la estrategia de energía, en última instancia se está plasmando la misma legislación que el propio Lázaro Cárdenas publicó un año después de la expropiación, en 1939, proponiendo a las empresas extranjeras que invirtieran y colaboraran con Pemex en la exploración y explotación. Si entonces ello no fructificó fue porque esas mismas empresas lo desecharon y porque la situación derivada del inicio de la guerra también lo impedía.


Pemex continuó, con altos y bajos, recorriendo su propio camino. Pero desde hace ya muchos años, por lo menos desde inicios de la década de los 90, resulta evidente que se requieren transformaciones de fondo en la lógica de la explotación petrolera y la generación de energía que permitan convertir a México en algo que debería ser algo así como un destino manifiesto y que no es ninguna exageración: una potencia energética.
Las reservas petroleras pueden seguir aumentando tanto como los porcentajes de explotación. Se requiere complementar varios mecanismos simultáneos pero, sobre todo, explotar los enormes yacimientos en aguas profundas en el Golfo de México. Para eso se requiere tecnología, recursos y asociaciones con empresas que cuentan con unos y otros. No se necesita privatizar nada: si usted renta su casa, no la está vendiendo. Si Pemex se asocia con cualquier empresa para explotar o explorar recursos petroleros y el dueño del producto y quien lo comercializa es Pemex, no se privatiza nada, ni la empresa ni el petróleo. Si se buscan mecanismos de inversión similares a los que creó Lula da Silva para Petrobras en Brasil, vendiendo miles de millones de dólares en acciones sin perder el control sobre la empresa, no se privatiza nada. Si se plantea que Pemex se administre como una verdadera empresa, nada se está privatizando. Lo que se hace, en realidad, es hacer una empresa más eficiente y generar más recursos para una sociedad que lo requiere. Si se habla de permitir que empresas privadas puedan construir ductos, sólo se trata de tener una mínima lógica: ¿Por qué los privados pueden transportar el crudo o las gasolinas en camiones o barcos pero no por ductos? ¿Desde cuándo la soberanía nacional está depositada en las cañerías que transportan los combustibles?
Pero, además, de lo que se trata es de explotar todas las posibilidades energéticas que México ofrece. Tenemos gas asociado al petróleo, el cual ahora simplemente se quema porque no tenemos la tecnología suficiente para recuperarlo y comercializarlo. Tenemos reservas de gas natural que son explotadas (como algunos de los yacimientos petroleros del Golfo de México) del otro lado de la frontera y no de éste. Tenemos enormes posibilidades para generar energía eólica, con tecnologías que ya conocemos y que generan, además, beneficios directos para las comunidades en donde se asienta la producción. Pocos países tienen una geografía tan propicia para la explotación de la energía solar, y, sobre todo en el sur del país, de la hidráulica. No lo hemos explotado como se podría y después del accidente en Fukushima esa industria está en una suerte de impasse, pero tenemos excelentes condiciones para la generación de energía atómica, cuando ésta, tarde o temprano, vuelva a estar vigente.
Todas esas fuentes deben explotarse e invertirse en ellas aprovechando el momento que vivimos, que persistirá aún varios años, en los cuales los precios del petróleo estarán altos, hoy por encima de los 100 dólares por barril. Todo ello para consolidar la plataforma de exportación y, por otra parte, para reducir el consumo interno de crudo, al mismo tiempo que se consolida la base energética de un futuro que, en algún momento, no podrá ya depender del petróleo.
La reforma energética está pendiente desde principios de los 90. Hemos perdido ya dos décadas en discusiones estériles donde la bandera de “la lucha contra la privatización petrolera” resulta cada día más vacía y ausente de bases reales. Nadie plantea ni se requiere reformar el artículo 27 de la Constitución. Lo que se necesita es pensar en el verdadero futuro del país sin dogmas, sin un tótem ni un tabú.

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