Felipe Calderón tenía toda la
razón: los mexicanos sólo alcanzaremos la paz por medio de la guerra.
Ese es el camino. Violencia combate violencia; no es necesario generar
oportunidades para los jóvenes: si no las encuentran y se vuelven
malandros, balas o cárcel. No es necesario restaurar el tejido social.
Lo que se necesita es más soldados, más federales, un mando único. Los
que violaron derechos humanos, los culpables de las desapariciones
forzadas o los que permitieron la libertad de Florence Cassez, hacían su
trabajo y por lo tanto, no deben ser investigados.
Esa es la lectura que se puede dar de la estrategia de Enrique Peña
Nieto: que Calderón tenía toda la razón. Lo que el nuevo gobierno de
México está haciendo, al recurrir a los mismos métodos, es validar seis
años de calderonismo. Y al asumir el mismo esquema para combatir la
violencia –sólo enfrentar a los criminales y no atacar las causas de la
criminalidad–, hace suyas las críticas del pasado aunque deba darle la
espalda a una de sus propias promesas de campaña, que era traer la paz.
Pero si seis años de balazos y militarización no sirvieron de nada, y
caminamos ahora hacia lo mismo, ¿qué debemos esperar? Más dolor y
sufrimiento. El gobierno de Peña Nieto está dispuesto, parece, a
mantener el mismo camino rumbo al fracaso.
Mientras, o como consecuencia, la inseguridad avanza. Tamaulipas está
que arde, pero además el Estado de México, Morelos, Michoacán, Oaxaca,
Chihuahua, Sinaloa, Coahuila. Acapulco es escenario de guerra y también
Cancún, en donde violan y matan como se vio antes. Zacatecas, Durango,
Nuevo León: los cementerios clandestinos siguen apareciendo. De norte a
sur, varios medios han sufrido ataques y amenazas.
Y como parte de la nueva estrategia es simplemente discursiva, es decir,
de comunicación, se ha dejado de hablar de la inseguridad creando a la
vez una sensación de que se abandonó la guerra. No hay partes, ni
anuncios. Pero las portadas de los diarios siguen enrojecidas por los
eventos cotidianos, y entonces, lejos de disminuir la sensación de que
algo ha cambiado, sólo se tiene la noción de que el gobierno quiere
tapar el sol con un dedo.
Peña Nieto ha optado por lo peor de todos los mundos: asumió los errores
de Calderón, y cuando valida su estrategia se trae consigno las
críticas de todo un sexenio. Ya no informa sobre la violencia pero la
violencia no necesita al gobierno para anunciarse: sigue en los
noticieros. En el Estado de México arden negocios que no pagan a los
extorsionadores; en Cancún, antes un resort, ahora se pelean la plaza en
la cara de las autoridades. Los grupos de autodefensa –debe
recordarse–, un fenómeno de esta administración, se multiplican y dan la
sensación de que el Estado, ahora mudo, es incapaz de dar seguridad.
Los ciudadanos de Ciudad Juárez dicen que la relativa paz se debe a que
uno de los grupos del crimen organizado domina, mientras que en Culiacán
o Mazatlán o La Laguna piden no más soldados y federales, sino que ya
ganen "Los Zetas" y Sinaloa o quienes se estén disputando la calle poder
retomar sus vidas.
El gobierno de Peña Nieto está en un aprieto, entonces. Por qué si
Felipe Calderón estaba en lo cierto, si la única opción eran las balas y
más violencia, el PAN perdió dos elecciones injustamente (las de 2009 y
2012).
El PRI, entonces, está en apuros. Los golpes de efecto del actual
gobierno serán limitados, desde ahora. Sin la más mínima intención de
arrestar a Carlos Romero Deschamps –para ganar popularidad, como sucedió
con Elba Esther Gordillo–; sin posibilidades reales de asestar un golpe
a las cabezas del narco (necesitarían dar con Joaquín "El Chapo" Guzmán
o con Ismael "El Mayo" Zambada), le quedan las reformas de gran calado,
como la de telecomunicaciones. ¿Y cuáles serían esas? Dos muy
peligrosas e impopulares: la fiscal y la de Pemex.
El Presidente Peña Nieto se ha metido, solo, en una marcha rumbo al
fracaso. Esa guerra no se ganará, jamás, con balas. Pero ha decidido
continuarla.
Y si Calderón estaba en lo cierto, si la estrategia era la correcta, ¿qué hace el PRI en Los Pinos? |
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