14 abril, 2013

Beyoncé, Yoani y el embargo

RICARDO TROTTI: Beyoncé, Yoani y el embargo

 
 

La cantante norteamericana Beyoncé y su esposo, el rapero Jay-Z (a su izq.), recorren la Habana Vieja durante una visita que hicieron a Cuba a principios de abril.
La cantante norteamericana Beyoncé y su esposo, el rapero Jay-Z (a su izq.), recorren la Habana Vieja durante una visita que hicieron a Cuba a principios de abril.
Ramon Espinosa / AP
Los viajes recientes de la superestrella Beyoncé a Cuba y el de la bloguera cubana Yoani Sánchez a EEUU demuestran las incoherencias de las relaciones entre ambos países y la inviabilidad del embargo estadounidense que no logra los cambios deseados en la isla.
A Beyoncé y su marido, el también famoso Jay-Z, les exigieron pruebas de que viajaron a Cuba por cuatro días con la autorización del Departamento del Tesoro, para saber si violaron el embargo comercial que EEUU impuso hace cinco décadas al régimen castrista.


La prensa cubana, exaltada por la visita, mostró que Beyoncé y Jay-Z estuvieron de turismo, celebrando su quinto aniversario de matrimonio, y no en visita educacional, de pueblo a pueblo, como indica la visa que le otorgaron. Se trata de una usual burla al embargo entre los estadounidenses, quienes solo pueden viajar por razones humanitarias, académicas y de reunificación familiar, consideradas útiles por el gobierno de Barack Obama para promover democracia.
Que Beyoncé tenga que demostrar la razón de su viaje está bien, debe cumplir con la ley como cualquiera. Lo que está mal es el embargo en sí mismo, desfasado con las aspiraciones políticas de EEUU de luchar contra una dictadura. Cuba ya no es una amenaza geopolítica como justificó el embargo en 1962, ni tiene la fuerza para contagiar marxismo como en la década de 1970.
A esta altura, el embargo es una cuestión principista –libertad vs. despotismo– más que práctica y de eficiencia, por cuanto no atrajo cambios democráticos en la isla. Está alejado, además, de los ideales y objetivos de la diplomacia estadounidense post Guerra Fría, más enfocada a impulsar democracia mediante la ayuda económica y asistencia humanitaria, que a imponerla con sanciones, golpes y operaciones encubiertas de la CIA.
Cuba es hoy un país en ruinas que sobrevive por la ayuda de Venezuela, en reemplazo de la soviética, y por un marcado autoritarismo para controlar el descontento popular. Pero un soplo económico debilitará lo político, ya sea porque el chavismo abandone su filantropía política o deje el poder, o porque Cuba se inunde de dólares por intercambio comercial y turismo, hoy la única actividad viable del país.
La inundación de dólares por la supuesta anulación del embargo, sin dudas beneficiaría económicamente al régimen; pero también lo debilitaría políticamente, quitándole todas sus excusas. La buena economía siempre contagia grandes cambios en los hábitos de la población, la que exigirá mayores libertades para canalizar otras prioridades, entre ellas, mejor salud, más educación, previsión social y, sobre todo, mayor libertad de expresión y derecho a elegir a quienes mejor puedan representar las nuevas prioridades.
La autorización de la salida de Yoani al exterior, más allá de su liderazgo y de que representa una bocanada de aire puro para la disidencia interna, no deja de ser una señal del gobierno cubano; influenciada, quizás, por la asistencia técnica y millonaria que el gobierno de EEUU brinda a proyectos de comunicación y al periodismo independiente, en procura de más libertad en la isla.
Pero toda esa ayuda, incluida la información provista por Radio y TV Martí, difícilmente pueda promover una “primavera” democrática como la de los países árabes, ya que aquellos gobiernos no eran tan cerrados ni autoritarios como el cubano, que tiene el monopolio de la política y de los medios, que bloquea el acceso a tecnologías móviles y prohíbe las redes sociales y el internet.
En sus 54 años, el régimen castrista demostró que es políticamente intransigente y no tolerará cambios, los que solo podrán ser posibles por la presión económica de su ciudadanía.
Ese es justamente el punto coincidente con la diplomacia estadounidense. Los objetivos estratégicos del Departamento de Estado indican que para la promoción de la democracia, la clave es ayudar a que aumente el ingreso per cápita de una población, ya que las destrezas y valores que se crean para administrar más riqueza y menos desigualdad, indefectiblemente desembocan en mayor libertad política.
Este embargo, que tuvo mejores justificaciones geopolíticas y económicas en el pasado, hoy es una incongruencia con la política de libre mercado que EEUU utiliza para promover democracia en otras partes del mundo.

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