27 abril, 2013

Colombia: El 9 de abril y sus fantasmas – por Eduardo Mackenzie

Sesenta y cinco años después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, la prensa colombiana sigue ventilando los detalles más grotescos y menos significantes de ese atentado: que si el autor de los disparos contra el caudillo liberal tenía o no pecas en la cara, que si tenía puestas dos corbatas y un sombrero cuando lo lincharon,  que si iba vestido de gris, que si Juan Roa Sierra mató a Gaitán, que si fue otro tipo, un detective ultra conservador,  etc. (1).
Así va la discusión sobre el 9 de abril de 1948 en la prensa colombiana: a ras del suelo. Los móviles de ese magnicidio, sus efectos devastadores, los 65 años de violencia que siguieron, la destrucción de Bogotá, el doble intento de golpe de Estado, el comportamiento de liberales y conservadores, el papel de la embajada de la URSS en Bogotá y del comunismo internacional, no parecen interesarle a nadie. Hay como una voluntad de negar la realidad, opacar el verdadero alcance de ese crimen, y mantener la discusión en niveles estrafalarios y de gran bajeza.


Sin embargo, muchos saben que tres potencias, con embajadas en Colombia en esos años, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, vivieron ese 9 de abril en directo (sus sedes fueron atacadas por los amotinados y George Marshall, secretario de Estado norteamericano, tuvo que ser especialmente protegido). Ellas hicieron investigaciones discretas sobre lo que había ocurrido. Las tres vieron que detrás de ese magnicidio, y de las destrucciones, había estado la mano de Stalin. Ese dictador estaba empeñado en expandir rápidamente el sistema comunista en Europa y en el continente americano, en vista de que Washington y Londres habían decidido acabar con la línea suicida de Roosevelt y ponerle freno (políticas de containment rollback) al expansionismo soviético. El “Bogotazo”, y lo que siguió años después en Colombia, fue uno de los primeros golpes asestados por Moscú al mundo libre para adelantarse al estallido, que Stalin consideraba inminente, de una tercera guerra mundial. El primer destinatario del manotazo del Kremlin fue Bogotá y Washington y el concepto de defensa y unión panamericana.
Esos informes existen, la prensa colombiana y extranjera han revelado otros detalles, y hasta Fidel Castro forjó una leyenda para eclipsar la verdad sobre el 9 de abril. Pese a ello,  nadie quiere mirar con altura ese asunto. Eso le permite al extremismo de izquierda disfrazar su pasado y desviar la culpa hacia otros.
La investigación de Scotland Yard no podía descubrir la verdad. Sus agentes fueron contratados por Bogotá para que ayudaran a reorganizar la policía nacional (por el papel ilegal jugado durante esos días aciagos) y para que trataran de desenredar la trama del atentado. No lo pudieron hacer pues no estaban en capacidad de hacerlo. Scotland Yard es un organismo de policía judicial, no un servicio de contraespionaje. Y lo que hubo en Bogotá en esos días fue la incursión violenta del KGB, uno de los aparatos soviéticos  más sofisticados y despiadados que hubo en el mundo. Los mismos Estados Unidos duraron años antes de descubrir la magnitud de la infiltración soviética en  sectores claves de la vida americana (affaire Rosenberg, por ejemplo) y en el Departamento de Estado. El MI 5, experto en desenmascarar espías,  nunca pudo abortar el trabajo de “los cinco de Cambridge”, Philby, Burgess, Maclean, Blunt y Cairncross, topos en realidad del KGB en las altas esferas del poder y de la inteligencia británica.
Scotland Yard mantuvo un perfil bajo ante el “Bogotazo” porque vió el vínculo que existía entre éste y la Guerra Fría. Los testimonios dejados por los diplomáticos Mackereth (británico), Lecompte-Boinet (francés), Abel Verdier (francés),  Weeks (norteamericano) y por el periodista Edward Tomlinson (de NBC) son explícitos sobre el papel de los comunistas en el 9 de abril.
El asesinato de Gaitán estuvo siempre maquillado. Un mes antes de esa muerte, otro liberal anticomunista, Jan Masaryk, fue “suicidado” el 10 de marzo de 1948 por los comunistas quienes tomaron enseguida el poder en Checoslovaquia.
Es curioso que ahora, en 2013, vuelva a aparecer la leyenda de que “un detective” fue quien mató a Gaitán. Eso busca culpar al gobierno de la época y ocultar de nuevo el papel de los verdaderos intrigantes. Pero ese enfoque no resiste un análisis. Sin embargo,  ha sido festejado como la revelación del aniversario del “Bogotazo” en el que las Farc se dieron el lujo de organizar, con la ayuda del presidente Juan Manuel Santos, una manifestación en Bogotá.
El Coronel (r.) Luis Arturo Mera Castro, en un artículo retomado el 11 de abril de 2012 por Primicia, una revista santista, dice que un tal Pablo Emilio Potes, poco antes de morir, hizo ir (fecha no revelada) a uno de sus amigos a una “desvencijada casa” del norte de Bogotá y que allí le soltó: “Yo maté a Gaitán” (2). El problema es que esa “revelación”, para ser creíble, debía haber sido hecha ante alguien con nombre, y ante otros testigos, lo que no fue el caso. No se sabe la fecha de ese episodio y hasta se ignora quien recibió la confidencia, pues Mera dice que quien oyó a Potes fue “un tío de José García” (nombre ficticio). Tal declaración debía haber estado acompañada de otros elementos narrativos. Saber si Potes existió realmente es el comienzo. El debía haber explicado cual fue el móvil para hacer eso, cómo organizó el atentado, quien lo ayudó, cómo pudo escapar de la escena del crimen, por que dejó que otro pagara por él, etc. ¿Por qué nadie invitó a un juez a identificar al declarante y a recibir ese testimonio? La versión de Mera escamotea todo eso.
Por eso sorprende que algunos vean en esa versión la confirmación de que “el detectivismo” mató a Gaitán. Potes, según Mera, no era detective. Había sido “un señor” que había trabajado “en la circulación”, que había sido “motociclista”, “guardaespaldas”, “asaltante de bancos” y “millonario”.
A la desinformación sobre el 9 de abril contribuyó desde los primeros días un exiliado francés, Paul Rivet (3), quien dijo que el comunismo nada había tenido que ver con eso. Otros trataron más tarde de negar hasta la participación de Fidel Castro. Empero, se trata de un hecho innegable. Castro mismo dió una versión, probablemente ditirámbica, de su propio papel en el 9 de abril. Lo cierto es que la policía trató de capturar dos veces a Castro en Bogotá. Pero éste y los tres cubanos que lo acompañaban (Enrique Ovares, Alfredo Guevara y Rafael del Pino), huyeron del país, entre el 10 y el 13 de abril, con ayuda de diplomáticos argentinos y cubanos.
Disculpar a Fidel Castro por lo que hizo en el 9 de abril tiene algo de inaudito. Pero coincide con lo que trató de hacer Gabriel García Márquez en sus Memorias. Allí afirma que Castro “sirvió de mediador entre los dirigentes liberales y los oficiales rebeldes”. Lo cual es falso. Mostrar a Fidel Castro como un apóstol de la paz en el 9 de abril y como “víctima de acusaciones absurdas”, y escribir que Castro trató de “intervenir [en la Quinta División de la Policía] para hacer cesar la matanza”, es puro revisionismo. Pues todo ello contradice lo que el mismo Fidel Castro admite haber hecho. En su entrevista con Arturo Alape, dice que armado de un fusil y 14 balas buscó inútilmente a los jefes de la revuelta y trató, vanamente, de convencer a los policías de la Quinta División de que realizaran “misiones de ataque” y asaltaran los edificios públicos.  En realidad, él no estaba lejos del lugar y del momento en que fue abaleado Gaitán. Un día se conocerá el verdadero papel del cubano en ese crimen.
La foto de Fidel Castro en Bogotá es propiedad del Consejo de Estado cubano. Fue tomada en medio de las ruinas de una calle, dos o tres días después de los primeros incendios. Allí se ve a Fidel Castro en chaqueta de cuero y acompañado por dos individuos, posiblemente armados.
Sugerir que el presidente Mariano Ospina Pérez tuvo algo que ver con la muerte de Gaitán es tan  tonto como decir que los Estados Unidos organizaron ese atentado. ¿Qué iban a ganar ellos con eso?  ¿Querían sabotear sus propios trabajos, sobre todo la Conferencia Panamericana, y poner en peligro el gobierno (en Bogotá sólo había 860 soldados) y la vida de Ospina y de Marshall y la de los delegados extranjeros y los ministros colombianos? ¿Por qué el órgano comunista francés L’Humanité anunció que los ministros Laureano Gómez y José Antonio Montalvo, y el senador Guillermo León Valencia, habían sido “ejecutados por la insurrección”? ¿Por qué escribió que Darío Echandía había sido nombrado presidente del “gobierno revolucionario” y que Eduardo Santos había sido nombrado su primer ministro?
El caos creado en Bogotá y en las otras ciudades, los incendios y matanzas, el intento de desbordar al Ejército y derrocar al presidente Ospina, fueron operaciones organizadas muy veloces que no se explican por un acceso de “ira popular” ante la muerte del líder liberal. ¿El acto vengativo de un “detective” fanatizado podía generar esa hecatombe? Dejemos los fantasmas y encaremos la realidad.

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