violento ataque
de Fernando Carrillo contra el ex presidente Álvaro Uribe desde las
páginas de El Tiempo muestra que en la Casa de Nariño, y en los círculos
más íntimos del poder en Colombia, el pánico comienza a cundir y a
dejarse ver ante el agravamiento de la crisis de las negociaciones en La
Habana.
Si mi memoria no me traiciona, es la primera vez que un ministro del
Interior de Colombia se atreve a acusar públicamente a un ex presidente
de Colombia de ser “una amenaza para el proceso de paz”. Esa frase
difamatoria es tan brutal y gratuita que invita a pensar que el mensaje
real es otro: que Fernando Carrillo lo que quiso decir es que el ex
presidente Uribe, con su postura crítica y patriótica ante unas
negociaciones aventureras, obscuras y de espaldas al país, representa
una amenaza, no para un proceso de paz inexistente, sino para la
reelección de Juan Manuel Santos y para la continuidad de sus mayorías
parlamentarias.
El iracundo ministro Carrillo insultó también al ex presidente Andrés
Pastrana a quien calificó de “enemigo de la paz”. Afirmó que Pastrana y
Uribe “cambiaron la cartilla de la paz por la de la guerra”, y que los
dos hacen parte de los “lagartos de la paz y otras especies
destructoras”. La opinión pública colombiana fue también maltratada:
Carrillo la acusa de haber adoptado “el nacionalismo y los discursos
militaristas”. Es alentador ver al ministro del Interior santista perder
tan fácilmente el control de su lengua, y ampliar así, de manera
objetiva, el vasto bloque de resistencia contra los planes “de paz” de
las Farc y del gobierno.
Lo que Fernando Carrillo se cuidó de decir, y lo que muchos nos
preguntamos ahora, es qué medidas concretas piensa tomar el alto poder
colombiano contra la “amenaza” que representa el ex presidente Uribe.
Pues lo de Carrillo no parece un dislate, un desliz de lenguaje ante un
acceso de cólera. No. Parece un golpe calculado. Carrillo, sin embargo,
no dijo qué van hacer sus servicios especializados para ponerle fin a
los esfuerzos del ex presidente Uribe que tanto le molestan, ni qué plan
tiene para frenar en seco la voluntad de lucha no sólo de Uribe sino de
los millones de colombianos que piensan como él.
¿La libertad de prensa, la libertad de expresión, la libertad de
reunión serán deterioradas por Carrillo para que el llamado “proceso de
paz” con las Farc pueda ser impuesto a rajatabla y como un hecho
cumplido a los colombianos sin que éstos puedan decidir al respecto a
pesar de lo absurdo y liberticida de esos planes?
¿Qué implican los ataques de Carrillo para la seguridad de los ex
presidentes? Aquí hay un problema grave. ¿No es muy extraño que el
ministro del cual depende la protección de Uribe y de Pastrana los
considere a ellos como una “amenaza”? ¿Carrillo no debería presentar su
renuncia?
El insulto del ministro Carrillo coincide, además, con la
ofensiva de injurias de Nicolas Maduro, presidente de facto de
Venezuela, contra el ex presidente Uribe. Ver a un ministro colombiano
aportando agua al molino de los bonzos alucinados de Caracas, es
repugnante.
La opinión pública, como lo muestran los sondeos, comienza a
impacientarse ante esas y otras actitudes del actual gobierno, sobre
todo ante los planes más o menos revelados de las Farc, como el de
querer apoderarse, gracias a las negociaciones secretas, de más de 50
millones de hectáreas de tierras laborables, bajo el rótulo engañoso de
“zonas de reserva campesina” y su intención de ejercer su tiránico
imperio sobre la población de medio país. Y todo eso sin que las Farc
acepten desmovilizarse ni entregar sus armas, sin pagar por sus
innumerables atrocidades de 50 años y sin entregar su emporio
narcotraficante.
El ataque de histeria de Carrillo ocurrió el mismo día que las partes
decidieron suspender los diálogos de La Habana hasta el 15 de abril
de 2013. Esa suspensión no es técnica. Es política. Las Farc han
rechazado todas las propuestas de Santos. Para ellas, dos o tres curules
en el Congreso, uno o dos ministerios, varios cargos públicos menores,
impunidad judicial y el control excluyente de las llamadas “zonas de
reserva campesina” son tonterías. Los jefes de las Farc se han
intoxicado con el argumento de que tras 50 años “de lucha” (léase de
criminalidad permanente) ellos no pueden contentarse con tan poco, que
lo único que justificarían tales “sacrificios” es la captura de todo el
poder. Esa visión maximalista de las Farc, completamente antediluviana,
es el mayor obstáculo a todo acuerdo de paz. Por eso los diálogos de
la Habana están en crisis.
Ese maximalismo se había agotado cuando las Farc perdieron sus jefes
históricos, la mitad de sus combatientes y fueron diezmadas y
empujadas, por el Ejército y la Policía, a sus guaridas en Venezuela y
Ecuador, tras ocho años de Seguridad Democrática. Ahora ha renacido
gracias al gesto de Santos de ir a buscarlas para decirles que no todo
estaba perdido y que aún podían interferir en el futuro de Colombia.
Santos sabe que las Farc jamás firmarán su rendición. Esa rendición
total, política y militar, es la única vía para la paz y la prosperidad
en Colombia. Pero insistió en esa fantasía pues Hugo Chávez lo
comprometió a hacerlo durante su encuentro en Santa Marta. Ahora está en
medio de ese remolino: las Farc quieren todo o nada. Quieren la mitad
del país, como exigía Alfonso Cano al final de las negociaciones del
Caguán, sin que ello implique la desmovilización real de sus frentes. El
Gobierno de Santos dice que las negociaciones “van muy bien”. Lo dice
pues van tan mal que decir la verdad sería ponerle fin de hecho a esas
maniobras que podrían terminar en el desmembramiento de Colombia.
El
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