12 abril, 2013

Cómo Washington promueve la proliferación nuclear

por Ted Galen Carpenter
Ted Galen Carpenter es vicepresidente de Estudios de Defensa y Política Exterior del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).
La principal prioridad para la política exterior actual de EE.UU. actualmente es prevenir que Irán logre desarrollar armas nucleares —o siquiera adquirir la capacidad de construirlas. Ese objetivo refleja en gran medida la política estadounidense, establecida desde hace más de seis décadas, de combatir la proliferación nuclear. Los líderes estadounidenses obtuvieron un importante triunfo diplomático con la firma del Tratado de No-Proliferación Nuclear (NPT, por sus siglas en inglés) a fines de la década de los sesenta, y las siguientes administraciones han luchado firmemente para prevenir que los firmantes violen sus provisiones y han cabildeado para que otros estados se unan al régimen en contra de la proliferación.


Pero las acciones de EE.UU. frecuentemente socavan los mismos objetivos de no-proliferación de Washington. Los formuladores de políticas estadounidenses insisten que países como Irán y Corea del Norte no tienen razones legítimas para querer poseer sus propios arsenales. Ese argumento es o ingenuo o deshonesto. Los líderes en Pyongyang y Teherán sin duda han visto cómo Washington trata a sus adversarios cuando estos no poseen arsenales nucleares, y el escenario global tampoco transmite tranquilidad.
Luego de la Guerra del Golfo Pérsico en 1991, se le preguntó a un oficial militar indio de alto rango qué lecciones se podían aprender de ese conflicto. Dicen que respondió: “No luche contra EE.UU. a menos que tenga armas nucleares”. Esa lección fue puesta de relieve unos años después cuando las fuerzas de la OTAN, dirigidas por EE.UU., bombardearon Serbia hasta que su gobierno cedió el control de la provincia de Kosovo.
Dos incidentes más recientes establecieron claramente que los adversarios no-nucleares de EE.UU. se arriesgaban a ser objetivos de cambio de régimen a la fuerza. En 2003, Washington invadió Irak y sacó del poder a Saddam Hussein. Esto sucedió justo en el vecindario de Irán, y los halcones estadounidenses incluso afirmaron que un propósito adicional de la misión en Irak era intimidar a Teherán —o, tal vez, incluso provocar un levantamiento en contra del régimen clerical.
Un precedente todavía más perjudicial se dio en Libia. El antiguo caudillo libio Muammar al-Gaddafi había buscado desarrollar un programa nuclear durante años —aunque con un progreso mínimo. Pero él eventualmente abandonó ese esfuerzo y buscó normalizar sus relaciones con EE.UU. y sus aliados en Occidente. Durante un periodo corto, parecía que su cambio de estrategia rendiría frutos, conforme los poderes occidentales relajaron considerablemente sus sanciones económicas, e incluso un halcón tan estridente como el senador John McCain alabó a Gaddafi durante su visita a Libia.
No obstante, la luna de miel no duró mucho. Cuando las fuerzas insurgentes iniciaron un levantamiento en contra del régimen de Gaddafi, EE.UU. y sus aliados en la OTAN asistieron a los rebeldes, incluso lanzando ataques aéreos en contra de objetivos del régimen. La salida de Gaddafi y su ejecución enviaron el mensaje de que un gobernante que renunciaba a sus ambiciones nucleares no podía esperar algún beneficio duradero por parte de Occidente. De hecho, permanecer sin armas nucleares hizo que sea más fácil y más probable que un esfuerzo para cambiar de régimen.
Considerando estos precedentes, los funcionarios estadounidenses estarían exigiendo demasiado al demandar que Corea del Norte e Irán caigan en la misma trampa. Y ambos gobiernos no tienen intenciones de hacerlo.
Es posible que Pyongyang y especialmente Teherán hayan buscado desarrollar armas nucleares incluso si EE.UU. no hubiese amenazado a sus adversarios no-nucleares de la manera en que lo hizo. Las consideraciones regionales también juegan un papel importante. India y Paquistán eventualmente ingresaron al club global de armas nucleares principalmente debido a su rivalidad bilateral, y en el caso de India, por su preocupación sobre China. La ansiedad acerca de las intenciones de EE.UU. jugaron solamente un papel secundario. Considerando la rivalidad entre sunitas y shiítas en la región de Oriente Medio y sus propias ambiciones de llegar a ser un poder regional, Teherán tiene incentivos relevantes para convertirse en un estado con armas nucleares, sin importar cuál sea la política exterior de EE.UU.
Pero Washington ciertamente no ha contribuido a su agenda en contra de la proliferación en Irán, Corea del Norte y otros países que se encuentran en términos hostiles con EE.UU. En cambio, las acciones de EE.UU. aportan razones de por qué le convendría a esos gobiernos adquirir disuasivos nucleares si desean evitar ser el próximo ejemplo de cambio de régimen a la fuerza. Sin duda esta no fue la intención de Washington, pero este es el resultado inevitable.

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