08 abril, 2013

Corea del Norte: ¿quién es realmente Kim Jong-un?

ALYSSA BADOLATO
La opinión de analistas, en relación al discurso de corte belicista del enigmático líder de Pyongyang.

Nadie conoce realmente qué pasa por la mente del líder norcoreano. El analista experto Bruce Klingner, del Centro de Estudios Asiáticos de la Fundación Heritage, fue entrevistado por la cadena estadounidense ABC. Este contestó a consultas sobre la persona de Kim Jong-un, el misterioso dictador de Pyongyang.




"Muy poco se sabe de quien tiene su dedo sobre el botón nuclear en Corea del Norte", declaró Klingner, antiguo jefe de la Unidad Coreana de la CIA (Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos).
A pesar de la peligrosa naturaleza del líder, Klingner afirma que no cree que Corea del Norte lance un ataque contra los Estados Unidos de América, en virtud de que "ellos [los coreanos] saben que ello representaría un suicidio nacional".
* * *
Asimismo, mucha de la información sobre la vida de Kim Jong-un es inaccesible: el analista citado declara que la inteligencia occidental desconoce la edad exacta del líder. "Se cifra su edad en torno de los 28 o 29 años; yo soy de la opinión de que tiene 30". Tampoco se conoce mayores detalles sobre su formación, solo que asistió a una escuela secundaria privada en Suiza junto con su hermano, donde ambos cursaron empleando identidades falsas.
Kim Jong-un parece imitar a su abuelo -quien enfrentó a los japoneses durante la ocupación de la Segunda Guerra Mundial- en cada aparición pública: las fotografías lo muestran con el mismo corte de pelo de aquél, y lanzando idénticos discursos y retórica contra el enemigo extranjero, en este caso, Estados Unidos.
En una entrevista concedida a la cadena estadounidense PBS, Klingner describió a Kim Jong-un como "peligroso" pero "no inestable". "Sus amenazas son parte de una táctica; es calculador, pero no podría decirse que esté loco".
Por otra parte, Robert Carlin -asesor estadounidense con 31 años de trayectoria en la CIA y el Departamento de Estado- respalda la hipótesis del "dividendo nuclear", esto es, que Norcorea plantea amenazas para luego conseguir espacio para llevar a cabo reformas económicas. El régimen se siente "más seguro" con su armamento, lo cual conduce a la expectativa de que los ciudadanos norcoreanos puedan verse favorecidos por cambios en su estilo de vida actual. Para Carlin, el aislamiento que hoy exhibe Corea del Norte podría verse modificado para bien, pero ello solo sucederá si la reacción y la respuesta de Occidente ante la postura de Kim Jong-un son favorables y de diálogo.
Carlin -que también participó de negociaciones oficiales entre EE.UU. y Corea del Norte, habiendo viajado allí en más de veinte oportunidades- completó afirmando que "la propaganda de Corea del Norte es belicista; hay que prestarle atención, pero más habrá que centrarse en lo que el régimen haga, antes que en lo que diga. Sobre todo, en qué harán los chinos en el actual escenario".
Bruce Klingner agregó que "Estados Unidos hace lo correcto, enviando señales a las dos Coreas. Al Sur, Washington comunica que cuenta con la decisión y la capacidad necesarias para defender a su aliado. De todas maneras, existe preocupación sobre los alcances del secuestro de la Defensa", dijo, refiriéndose a la política de reducciones de presupuesto en el sector motorizadas por el presidente Barack Obama y sus aliados políticos en Capitol Hill.
A este respecto, Carlin comentó que "es correcto tranquilizar a nuestros aliados [Corea del Sur], pero no provocar", a criterio de no escalar la situación. Consultado sobre las capacidades militares reales de Corea del Norte, el analista respondió que Pyongyang "está en posibilidad de desatar una destrucción de increíble alcance en Corea del Sur". Bruce Klingner se pronunció en igual sentido, señalando que Corea del Norte "ha incrementado la disponibilidad de fuerzas convencionales, ha ejecutado actos terroristas, ha mejorado notablemente sus capacidad misilísticas y nucleares".

Estados Unidos, la nueva Arabia Saudí

Por Manuel Llamas

campo-petrolifero

La superpotencia mundial está liderando una revolución energética que la convertirá en el principal productor de petróleo en 2020.
Estados Unidos se convertirá en el primer productor mundial de petróleo en 2020, por encima de Arabia Saudí, y en exportador neto de crudo a partir de 2030. De este modo, la primera potencia mundial, que hoy importa casi el 20% de sus necesidades totales de energía, logrará la ansiada autosuficiencia energética en apenas dos décadas. Ésta es una de las principales conclusiones que avanzó la Agencia Internacional de la Energía (AIE) el pasado noviembre en su informe World Energy Outlook 2012. La petrolera BP coincide en que EEUU presentará un 99% de autosuficiencia energética en 2030. Esto cambiará de forma radical el mapa del mercado energético en los próximos años, con todos los efectos que ello conlleva, tanto en el plano económico como en el geoestratégico.
La AIE informa de que EEUU aumentará su producción de crudo y gas desde los 18 millones de barriles diarios en 2012 hasta los 23 millones en la próxima década, con lo que superaría las propias estimaciones de Washington. En 2020 llegará a producir algo más de 11 millones de barriles de petróleo diarios, 400.000 más que Arabia Saudí. Este pronóstico contradice un informe previo de la propia AIE, que auguraba que a medio y corto plazo la lucha por la primacía en la producción de crudo la librarían Arabia Saudí y Rusia.
El factor que ha provocado el cambio de diagnóstico es la revolución tecnológica que está experimentando el mercado energético estadounidense gracias al fracking (fracturación hidráulica). Esta nueva técnica, cuya investigación se remonta décadas atrás, consiste en inyectar agua a presión en el subsuelo para ensanchar las fracturas existentes en el sustrato rocoso a fin de facilitar la salida al exterior de gas o petróleo de pizarra. La explotación de estos recursos mediante métodos no convencionales (shale gas y shale oil) potenciará la producción de petróleo y gas en los Estados Unidos, según la AIE.
El encarecimiento del petróleo y las sustanciales mejoras técnicas de los últimos años han permitido que estos nuevos mecanismos de extracción sean rentables para las compañías. La fuerte apuesta del capital privado por esta tecnología y la práctica ausencia de regulación federal al respecto han permitido disparar la exploración de yacimientos no convencionales en EEUU en los últimos tiempos, con el consiguiente aumento de la producción nacional, la lógica reducción de las importaciones energéticas y la caída de precios, sobre todo del gas. Por el momento, los yacimientos explotados mediante fracking se concentran en Texas y Dakota del Norte, pero ya se estudia emplear tal método en otros estados, como California, donde se cree que puede estar la mayor bolsa de shale oil de Estados Unidos.
Otro punto a favor es el apoyo explícito que, por el momento, está mostrando la Administración norteamericana a este tipo de desarrollos. A principios de marzo Barack Obama nombró secretario de Energía a Ernest Moniz, un físico del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) que se declara partidario tanto del fracking como de la energía nuclear.
Las optimistas previsiones de la AIE y de las petroleras no son castillos en el aire sino realidades visibles. Sin ir más lejos, en noviembre EEUU superó a Arabia Saudí en producción de petróleo por primera vez en casi una década.
Pese a ello, el país árabe siguió liderando la producción y exportación total de crudo en 2012, con cerca de 11,6 millones de barriles diarios, seguido de cerca por EEUU. Por otro lado, destaca la reaparición de Irak en el top ten de productores de crudo; de hecho, los expertos avanzan que incluso superará a Irán en 2013. He aquí un síntoma de que está alcanzando cierta estabilidad política.
Los mayores productores de petróleo
Por otro lado, las importaciones estadounidenses de crudo se situaron el año pasado en su nivel más bajo desde 1999. Si se mide en términos per cápita, el desplome es aún más sustancial, y se sitúa en niveles de mediados de los años 90. En los seis primeros meses de 2012 Estados Unidos fue capaz de cubrir el 83% de sus necesidades de petróleo a través de sus propios recursos, según su Departamento de Energía.
Esta revolución energética que está encabezando EEUU afectará de múltiples formas a la economía y a la geopolítica mundiales. De cumplirse estas expectativas, Estados Unidos alcanzará, efectivamente, la autosuficiencia energética, su gran sueño desde la crisis del petróleo de los años 70. Este cambio radical impulsará el sector energético estadounidense y hará que se oriente aún más hacia la exportación de crudo y gas, abaratando de paso el coste de la energía a medio y largo plazo.
Por cierto, todo esto supone un rotundo mentís a dos teorías ampliamente difundidas por los movimientos ecologistas: la del agotamiento de los recursos –el temido peak oil– y la de que la revolución energética vendría de la mano de las renovables, vía financiación pública. El fracking y la explotación de crudo y gas no convencionales abre las puertas a un futuro de energía abundante, barata y rentable procedente de fuentes tradicionales y sin necesidad alguna de subvenciones públicas.
La irrupción de EEUU como exportador neto de petróleo transformará los flujos internacionales de comercio energético, ya que para 2035 aproximadamente un 90% de las exportaciones de crudo de Oriente Próximo se dirigirán hacia Asia, según el informe de la AIE. China, India y Oriente Próximo serán responsables del 60% del aumento de la demanda de crudo que se registrará de aquí a 2035, debido a su fuerte crecimiento económico y a que, en teoría, los países más ricos de Occidente reducirán su elevada dependencia del crudo.
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Tras la ‘primavera árabe’

Por José María Marco

plaza-tahrir

La llamada primavera árabe fue acogida en muchos lugares con un sentimiento próximo al entusiasmo. Algunas voces, menos potentes en general, dejaron escuchar matices más cautos. Con el tiempo, el entusiasmo ha ido dejando paso a algo próximo al desencanto y la cautela a cierto triunfalismo, al verse corroboradas algunas de las expectativas más negativas que entonces, hace dos años, se expresaron sin demasiado eco.
Conviene tener en cuenta, ante todo, que los procesos políticos, sociales y culturales que se pusieron en marcha con la inmolación del joven tunecino Mohamed Bouazizi abrían un proceso de larga o muy larga duración. Aunque con modos revolucionarios, estaba claro que aquello no iba a ser un espectáculo rápido, con cambio de escenario instantáneo para inaugurar una situación distinta. Por eso las comparaciones con el colapso de los regímenes comunistas no era la más adecuada. La primavera árabe abría los primeros compases de un proceso de cambio que hoy continúa, y probablemente en sus primeras etapas.
Las democracias liberales, en particular los países europeos por su vecindad y Estados Unidos por su influencia, tenían alguna obligación, si no de haber previsto lo que iba ocurrir, sí al menos de saber que la situación era de una extrema inestabilidad. No supieron ver nada y los hechos adquirieron una velocidad y un rumbo propios. Se comprobó, y se siguió viendo en los meses siguientes, que la información de la que se disponía era muy reducida. Aunque ahora hay mucha más, tampoco sabemos bien lo que está ocurriendo. Y si no conocemos la realidad, la capacidad de nuestros países para influir en ella se reduce de forma drástica. Desde esta perspectiva, el cambio en los países musulmanes corrobora un movimiento que viene de lejos. Las democracias liberales occidentales, que hasta hace poco tiempo eran el centro del mundo, no tienen ya los instrumentos para mantener esa posición central. En los países árabes y musulmanes se sabe mucho más de las democracias liberales que en estas de los primeros. No es el único caso, ni mucho menos. Esperemos que El Medio contribuya al cambio.
El movimiento corroboró también una realidad surgida con la caída del Muro de Berlín: el descrédito de los regímenes dictatoriales y autoritarios. Resulta significativo que en la caída de los dictadores árabes se diera tanta importancia a las redes sociales. Seguramente el papel que desempeñaron fue menor que el que se dijo, y sin duda alguna menos importante que la movilización de los islamistas o los medios de información más tradicionales (aunque globales) como Al Yazira. Aun así, a lo que se apuntaba con la insistencia en las redes sociales era a la emergencia de una situación en la que el poder político no puede ser ya ejercido fácilmente sin tener en cuenta una realidad social relativamente autónoma o menos dócil que antes.
Por otra parte, y con relación a la influencia de las democracias occidentales, el descrédito de los sistemas autoritarios afectó, muy en particular, a las dictaduras que en su día, después de la descolonización, proclamaron un ideario nacionalista y laico. El caso de Egipto permite comprender cómo con el tiempo las democracias liberales acabaron apoyando a regímenes autoritarios a cambio de estabilidad, comprendida esta en un sentido estrictamente reducido: mantener en la marginalidad a los movimientos islamistas. Si al menos estos regímenes hubieran garantizado el progreso económico y una cierta estabilidad social, es posible que la apuesta hubiera valido la pena. A largo plazo, regímenes basados en la represión, la corrupción y la cleptocracia, en la degradación de cualquier mínima idea de justicia y de dignidad, eran inviables.
No parece haber habido grandes esfuerzos para sustituirlos. La Guerra de Irak, que desmanteló el régimen bestial de Sadam Husein, no suscitó grandes entusiasmos en los países musulmanes. Conocemos la reacción en las democracias liberales: a partir de ahí, nos decantaríamos por la abstención. En el discurso de El Cairo, Barack Obama animó al cambio. Ahí nos quedamos, hasta la intervención en Mali.
La caída de las dictaduras nacionalistas y de tendencias laicas puso también en primer plano una realidad que a las democracias liberales occidentales les resulta difícil entender, como es la resistencia de las religiones y su voluntad de seguir presentes en el espacio público. Parece claro que el factor capital en la primavera árabe es el islam, y más en particular los movimientos políticos y sociales, como los Hermanos Musulmanes en Egipto, que han construido a partir del hecho religioso mecanismos de cohesión y de sentido capaces de agrupar y movilizar a mucha gente.
El islam va naturalmente más allá del espacio público y, como es bien sabido, entra directamente en la esfera política. Es, de hecho, la religión política por esencia. Vive además, desde los años setenta, uno de esos largos períodos, característicos en su historia, en los que reafirma y proclama la pureza de la fe y la práctica religiosa. Una suerte de reforma, en términos cristianos, que en bastantes ocasiones lleva al fanatismo, con consecuencias feroces. Intentar compatibilizar esta forma de vida religiosa con los presupuestos de las democracias liberales es difícil. Aun así, no queda más remedio que confiar, como ha explicado Bernard Lewis, en que la propia cultura musulmana sea capaz de ir construyendo por su cuenta formas de vida política que permitan grados de tolerancia y de pluralismo. Los países árabes y musulmanes tienen que recorrer ese camino por ellos mismos. Los occidentales, por nuestra parte, no debemos despreciar el gigantesco caudal de tradiciones jurídicas, de usos y de costumbres que siguen vivos en la cultura islámica.
En cuanto al terrorismo, la propia población musulmana habrá de comprender que una vez detenida la ofensiva contra Occidente, y en trance de ser acotados los espacios de extensión del islamismo en África y en Asia, el terror yihadista se centrará en los propios países musulmanes y tendrá –o está ya teniendo– efectos devastadores en la población, en la estabilidad, en la prosperidad. Nada puede sustituir el trabajo cultural, moral y político que las sociedades árabes o musulmanas tendrán que hacer por su cuenta.
Lo que las democracias liberales habrán aprendido es, en primer lugar, una cierta modestia, por no decir humildad. Difícilmente se puede dar lecciones cuando se tienen tan escasos instrumentos de previsión y de control y cuando se ha mantenido una línea tan crudamente realista. También habremos de empezar a mirar con otros ojos una realidad social en la que aspectos tan olvidados como la vida religiosa tienen una presencia mayor de la que en nuestras democracias liberales se quiere creer. El modelo liberal, de raíz cristiana y judía, es irrenunciable, pero no se puede instar a su aplicación literal en una cultura que lo niega masivamente.
Nada de todo esto quiere decir abstención. Las democracias liberales tienen la obligación de intervenir, incluso militarmente, en las zonas en las que la inestabilidad política suscita riesgos mayores para los vecinos o para el conjunto. También tiene que comprometerse en el apoyo de regímenes que garantizan cierta estabilidad y tienden a abrir la puerta a cierto pluralismo, como la monarquía marroquí o la jordana. Hay que favorecer el progreso económico y contribuir al fortalecimiento de una sociedad civil autónoma.
Un punto en el que las democracias occidentales deberían mantener una posición más clara es el del respeto a los derechos humanos. El trabajo debería empezar por nuestros propios países. Se ha avanzado mucho desde finales del siglo XX, y parece claro que la posible islamización de Europa ha quedado atrás. Hay que insistir, sin embargo, en la necesidad de no dejarse llevar por las tentaciones del multiculturalismo político y jurídico. Es verdad que el jacobinismo francés, que expulsa la religión del espacio público, no ha servido ni siquiera en Francia. Ahora bien, hay una frontera en la que hay que seguir insistiendo. La clave es el respeto a la ley y a los derechos humanos.
Eso también permitiría una mayor firmeza que la demostrada hasta ahora en la promoción de los derechos humanos en los países musulmanes. Es inaceptable que lo ocurrido con los judíos hace medio siglo –algo intolerable de por sí– se vuelva a repetir ahora con los cristianos. La libertad religiosa, la libertad de conciencia, la autonomía de las personas deben ser exigidas una y otra vez con claridad. Probablemente, esta sería una de las mejores contribuciones que podemos hacer al largo y crucial proceso que se abrió con la primavera árabe.
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Estados Unidos, la nueva Arabia Saudí

Por Manuel Llamas

campo-petrolifero

La superpotencia mundial está liderando una revolución energética que la convertirá en el principal productor de petróleo en 2020.
Estados Unidos se convertirá en el primer productor mundial de petróleo en 2020, por encima de Arabia Saudí, y en exportador neto de crudo a partir de 2030. De este modo, la primera potencia mundial, que hoy importa casi el 20% de sus necesidades totales de energía, logrará la ansiada autosuficiencia energética en apenas dos décadas. Ésta es una de las principales conclusiones que avanzó la Agencia Internacional de la Energía (AIE) el pasado noviembre en su informe World Energy Outlook 2012. La petrolera BP coincide en que EEUU presentará un 99% de autosuficiencia energética en 2030. Esto cambiará de forma radical el mapa del mercado energético en los próximos años, con todos los efectos que ello conlleva, tanto en el plano económico como en el geoestratégico.
La AIE informa de que EEUU aumentará su producción de crudo y gas desde los 18 millones de barriles diarios en 2012 hasta los 23 millones en la próxima década, con lo que superaría las propias estimaciones de Washington. En 2020 llegará a producir algo más de 11 millones de barriles de petróleo diarios, 400.000 más que Arabia Saudí. Este pronóstico contradice un informe previo de la propia AIE, que auguraba que a medio y corto plazo la lucha por la primacía en la producción de crudo la librarían Arabia Saudí y Rusia.
El factor que ha provocado el cambio de diagnóstico es la revolución tecnológica que está experimentando el mercado energético estadounidense gracias al fracking (fracturación hidráulica). Esta nueva técnica, cuya investigación se remonta décadas atrás, consiste en inyectar agua a presión en el subsuelo para ensanchar las fracturas existentes en el sustrato rocoso a fin de facilitar la salida al exterior de gas o petróleo de pizarra. La explotación de estos recursos mediante métodos no convencionales (shale gas y shale oil) potenciará la producción de petróleo y gas en los Estados Unidos, según la AIE.
El encarecimiento del petróleo y las sustanciales mejoras técnicas de los últimos años han permitido que estos nuevos mecanismos de extracción sean rentables para las compañías. La fuerte apuesta del capital privado por esta tecnología y la práctica ausencia de regulación federal al respecto han permitido disparar la exploración de yacimientos no convencionales en EEUU en los últimos tiempos, con el consiguiente aumento de la producción nacional, la lógica reducción de las importaciones energéticas y la caída de precios, sobre todo del gas. Por el momento, los yacimientos explotados mediante fracking se concentran en Texas y Dakota del Norte, pero ya se estudia emplear tal método en otros estados, como California, donde se cree que puede estar la mayor bolsa de shale oil de Estados Unidos.
Otro punto a favor es el apoyo explícito que, por el momento, está mostrando la Administración norteamericana a este tipo de desarrollos. A principios de marzo Barack Obama nombró secretario de Energía a Ernest Moniz, un físico del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) que se declara partidario tanto del fracking como de la energía nuclear.
Las optimistas previsiones de la AIE y de las petroleras no son castillos en el aire sino realidades visibles. Sin ir más lejos, en noviembre EEUU superó a Arabia Saudí en producción de petróleo por primera vez en casi una década.
Pese a ello, el país árabe siguió liderando la producción y exportación total de crudo en 2012, con cerca de 11,6 millones de barriles diarios, seguido de cerca por EEUU. Por otro lado, destaca la reaparición de Irak en el top ten de productores de crudo; de hecho, los expertos avanzan que incluso superará a Irán en 2013. He aquí un síntoma de que está alcanzando cierta estabilidad política.
Los mayores productores de petróleo
Por otro lado, las importaciones estadounidenses de crudo se situaron el año pasado en su nivel más bajo desde 1999. Si se mide en términos per cápita, el desplome es aún más sustancial, y se sitúa en niveles de mediados de los años 90. En los seis primeros meses de 2012 Estados Unidos fue capaz de cubrir el 83% de sus necesidades de petróleo a través de sus propios recursos, según su Departamento de Energía.
Esta revolución energética que está encabezando EEUU afectará de múltiples formas a la economía y a la geopolítica mundiales. De cumplirse estas expectativas, Estados Unidos alcanzará, efectivamente, la autosuficiencia energética, su gran sueño desde la crisis del petróleo de los años 70. Este cambio radical impulsará el sector energético estadounidense y hará que se oriente aún más hacia la exportación de crudo y gas, abaratando de paso el coste de la energía a medio y largo plazo.
Por cierto, todo esto supone un rotundo mentís a dos teorías ampliamente difundidas por los movimientos ecologistas: la del agotamiento de los recursos –el temido peak oil– y la de que la revolución energética vendría de la mano de las renovables, vía financiación pública. El fracking y la explotación de crudo y gas no convencionales abre las puertas a un futuro de energía abundante, barata y rentable procedente de fuentes tradicionales y sin necesidad alguna de subvenciones públicas.
La irrupción de EEUU como exportador neto de petróleo transformará los flujos internacionales de comercio energético, ya que para 2035 aproximadamente un 90% de las exportaciones de crudo de Oriente Próximo se dirigirán hacia Asia, según el informe de la AIE. China, India y Oriente Próximo serán responsables del 60% del aumento de la demanda de crudo que se registrará de aquí a 2035, debido a su fuerte crecimiento económico y a que, en teoría, los países más ricos de Occidente reducirán su elevada dependencia del crudo.
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Estados Unidos, la nueva Arabia Saudí

Por Manuel Llamas

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La superpotencia mundial está liderando una revolución energética que la convertirá en el principal productor de petróleo en 2020.
Estados Unidos se convertirá en el primer productor mundial de petróleo en 2020, por encima de Arabia Saudí, y en exportador neto de crudo a partir de 2030. De este modo, la primera potencia mundial, que hoy importa casi el 20% de sus necesidades totales de energía, logrará la ansiada autosuficiencia energética en apenas dos décadas. Ésta es una de las principales conclusiones que avanzó la Agencia Internacional de la Energía (AIE) el pasado noviembre en su informe World Energy Outlook 2012. La petrolera BP coincide en que EEUU presentará un 99% de autosuficiencia energética en 2030. Esto cambiará de forma radical el mapa del mercado energético en los próximos años, con todos los efectos que ello conlleva, tanto en el plano económico como en el geoestratégico.
La AIE informa de que EEUU aumentará su producción de crudo y gas desde los 18 millones de barriles diarios en 2012 hasta los 23 millones en la próxima década, con lo que superaría las propias estimaciones de Washington. En 2020 llegará a producir algo más de 11 millones de barriles de petróleo diarios, 400.000 más que Arabia Saudí. Este pronóstico contradice un informe previo de la propia AIE, que auguraba que a medio y corto plazo la lucha por la primacía en la producción de crudo la librarían Arabia Saudí y Rusia.
El factor que ha provocado el cambio de diagnóstico es la revolución tecnológica que está experimentando el mercado energético estadounidense gracias al fracking (fracturación hidráulica). Esta nueva técnica, cuya investigación se remonta décadas atrás, consiste en inyectar agua a presión en el subsuelo para ensanchar las fracturas existentes en el sustrato rocoso a fin de facilitar la salida al exterior de gas o petróleo de pizarra. La explotación de estos recursos mediante métodos no convencionales (shale gas y shale oil) potenciará la producción de petróleo y gas en los Estados Unidos, según la AIE.
El encarecimiento del petróleo y las sustanciales mejoras técnicas de los últimos años han permitido que estos nuevos mecanismos de extracción sean rentables para las compañías. La fuerte apuesta del capital privado por esta tecnología y la práctica ausencia de regulación federal al respecto han permitido disparar la exploración de yacimientos no convencionales en EEUU en los últimos tiempos, con el consiguiente aumento de la producción nacional, la lógica reducción de las importaciones energéticas y la caída de precios, sobre todo del gas. Por el momento, los yacimientos explotados mediante fracking se concentran en Texas y Dakota del Norte, pero ya se estudia emplear tal método en otros estados, como California, donde se cree que puede estar la mayor bolsa de shale oil de Estados Unidos.
Otro punto a favor es el apoyo explícito que, por el momento, está mostrando la Administración norteamericana a este tipo de desarrollos. A principios de marzo Barack Obama nombró secretario de Energía a Ernest Moniz, un físico del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) que se declara partidario tanto del fracking como de la energía nuclear.
Las optimistas previsiones de la AIE y de las petroleras no son castillos en el aire sino realidades visibles. Sin ir más lejos, en noviembre EEUU superó a Arabia Saudí en producción de petróleo por primera vez en casi una década.
Pese a ello, el país árabe siguió liderando la producción y exportación total de crudo en 2012, con cerca de 11,6 millones de barriles diarios, seguido de cerca por EEUU. Por otro lado, destaca la reaparición de Irak en el top ten de productores de crudo; de hecho, los expertos avanzan que incluso superará a Irán en 2013. He aquí un síntoma de que está alcanzando cierta estabilidad política.
Los mayores productores de petróleo
Por otro lado, las importaciones estadounidenses de crudo se situaron el año pasado en su nivel más bajo desde 1999. Si se mide en términos per cápita, el desplome es aún más sustancial, y se sitúa en niveles de mediados de los años 90. En los seis primeros meses de 2012 Estados Unidos fue capaz de cubrir el 83% de sus necesidades de petróleo a través de sus propios recursos, según su Departamento de Energía.
Esta revolución energética que está encabezando EEUU afectará de múltiples formas a la economía y a la geopolítica mundiales. De cumplirse estas expectativas, Estados Unidos alcanzará, efectivamente, la autosuficiencia energética, su gran sueño desde la crisis del petróleo de los años 70. Este cambio radical impulsará el sector energético estadounidense y hará que se oriente aún más hacia la exportación de crudo y gas, abaratando de paso el coste de la energía a medio y largo plazo.
Por cierto, todo esto supone un rotundo mentís a dos teorías ampliamente difundidas por los movimientos ecologistas: la del agotamiento de los recursos –el temido peak oil– y la de que la revolución energética vendría de la mano de las renovables, vía financiación pública. El fracking y la explotación de crudo y gas no convencionales abre las puertas a un futuro de energía abundante, barata y rentable procedente de fuentes tradicionales y sin necesidad alguna de subvenciones públicas.
La irrupción de EEUU como exportador neto de petróleo transformará los flujos internacionales de comercio energético, ya que para 2035 aproximadamente un 90% de las exportaciones de crudo de Oriente Próximo se dirigirán hacia Asia, según el informe de la AIE. China, India y Oriente Próximo serán responsables del 60% del aumento de la demanda de crudo que se registrará de aquí a 2035, debido a su fuerte crecimiento económico y a que, en teoría, los países más ricos de Occidente reducirán su elevada dependencia del crudo.
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La superpotencia mundial está liderando una revolución energética que la convertirá en el principal productor de petróleo en 2020.
Estados Unidos se convertirá en el primer productor mundial de petróleo en 2020, por encima de Arabia Saudí, y en exportador neto de crudo a partir de 2030. De este modo, la primera potencia mundial, que hoy importa casi el 20% de sus necesidades totales de energía, logrará la ansiada autosuficiencia energética en apenas dos décadas. Ésta es una de las principales conclusiones que avanzó la Agencia Internacional de la Energía (AIE) el pasado noviembre en su informe World Energy Outlook 2012. La petrolera BP coincide en que EEUU presentará un 99% de autosuficiencia energética en 2030. Esto cambiará de forma radical el mapa del mercado energético en los próximos años, con todos los efectos que ello conlleva, tanto en el plano económico como en el geoestratégico.
La AIE informa de que EEUU aumentará su producción de crudo y gas desde los 18 millones de barriles diarios en 2012 hasta los 23 millones en la próxima década, con lo que superaría las propias estimaciones de Washington. En 2020 llegará a producir algo más de 11 millones de barriles de petróleo diarios, 400.000 más que Arabia Saudí. Este pronóstico contradice un informe previo de la propia AIE, que auguraba que a medio y corto plazo la lucha por la primacía en la producción de crudo la librarían Arabia Saudí y Rusia.
El factor que ha provocado el cambio de diagnóstico es la revolución tecnológica que está experimentando el mercado energético estadounidense gracias al fracking (fracturación hidráulica). Esta nueva técnica, cuya investigación se remonta décadas atrás, consiste en inyectar agua a presión en el subsuelo para ensanchar las fracturas existentes en el sustrato rocoso a fin de facilitar la salida al exterior de gas o petróleo de pizarra. La explotación de estos recursos mediante métodos no convencionales (shale gas y shale oil) potenciará la producción de petróleo y gas en los Estados Unidos, según la AIE.
El encarecimiento del petróleo y las sustanciales mejoras técnicas de los últimos años han permitido que estos nuevos mecanismos de extracción sean rentables para las compañías. La fuerte apuesta del capital privado por esta tecnología y la práctica ausencia de regulación federal al respecto han permitido disparar la exploración de yacimientos no convencionales en EEUU en los últimos tiempos, con el consiguiente aumento de la producción nacional, la lógica reducción de las importaciones energéticas y la caída de precios, sobre todo del gas. Por el momento, los yacimientos explotados mediante fracking se concentran en Texas y Dakota del Norte, pero ya se estudia emplear tal método en otros estados, como California, donde se cree que puede estar la mayor bolsa de shale oil de Estados Unidos.
Otro punto a favor es el apoyo explícito que, por el momento, está mostrando la Administración norteamericana a este tipo de desarrollos. A principios de marzo Barack Obama nombró secretario de Energía a Ernest Moniz, un físico del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) que se declara partidario tanto del fracking como de la energía nuclear.
Las optimistas previsiones de la AIE y de las petroleras no son castillos en el aire sino realidades visibles. Sin ir más lejos, en noviembre EEUU superó a Arabia Saudí en producción de petróleo por primera vez en casi una década.
Pese a ello, el país árabe siguió liderando la producción y exportación total de crudo en 2012, con cerca de 11,6 millones de barriles diarios, seguido de cerca por EEUU. Por otro lado, destaca la reaparición de Irak en el top ten de productores de crudo; de hecho, los expertos avanzan que incluso superará a Irán en 2013. He aquí un síntoma de que está alcanzando cierta estabilidad política.
Los mayores productores de petróleo
Por otro lado, las importaciones estadounidenses de crudo se situaron el año pasado en su nivel más bajo desde 1999. Si se mide en términos per cápita, el desplome es aún más sustancial, y se sitúa en niveles de mediados de los años 90. En los seis primeros meses de 2012 Estados Unidos fue capaz de cubrir el 83% de sus necesidades de petróleo a través de sus propios recursos, según su Departamento de Energía.
Esta revolución energética que está encabezando EEUU afectará de múltiples formas a la economía y a la geopolítica mundiales. De cumplirse estas expectativas, Estados Unidos alcanzará, efectivamente, la autosuficiencia energética, su gran sueño desde la crisis del petróleo de los años 70. Este cambio radical impulsará el sector energético estadounidense y hará que se oriente aún más hacia la exportación de crudo y gas, abaratando de paso el coste de la energía a medio y largo plazo.
Por cierto, todo esto supone un rotundo mentís a dos teorías ampliamente difundidas por los movimientos ecologistas: la del agotamiento de los recursos –el temido peak oil– y la de que la revolución energética vendría de la mano de las renovables, vía financiación pública. El fracking y la explotación de crudo y gas no convencionales abre las puertas a un futuro de energía abundante, barata y rentable procedente de fuentes tradicionales y sin necesidad alguna de subvenciones públicas.
La irrupción de EEUU como exportador neto de petróleo transformará los flujos internacionales de comercio energético, ya que para 2035 aproximadamente un 90% de las exportaciones de crudo de Oriente Próximo se dirigirán hacia Asia, según el informe de la AIE. China, India y Oriente Próximo serán responsables del 60% del aumento de la demanda de crudo que se registrará de aquí a 2035, debido a su fuerte crecimiento económico y a que, en teoría, los países más ricos de Occidente reducirán su elevada dependencia del crudo.
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