15 abril, 2013

¿Cuál es el México real? ¿El que aquí se queda, o el que pintamos en el exterior?

Ángel Verdugo
¿Qué haremos para evitar que los de afuera, se enteren de la realidad “real” de nuestro país? 
¿Cuál es el México real? ¿El que aquí se queda, o el que pintamos en el exterior?
Hace años, solía decirse que la política exterior de México debía reflejar, objetivamente, nuestra realidad interior. Es decir, lo que dijéramos afuera debería, obligadamente, ser ratificado por lo que aquí viviéremos.
Esto, olvidado hace algunos años, vale la pena recordarlo por los problemas que hoy enfrentamos; no sólo en materia de nuestro atraso estructural sino por la violencia del crimen desorganizado y últimamente, por las violaciones ofensivas de la ley por parte de quienes se arropan con la vieja cobija agujereada de un magisterio que dejó, hace muchos años, la tarea para la cual se le paga.


Este “magisterio” que los ingenuos llaman “democrático”, prefirió el camino fácil del chantaje y las presiones a gobernantes timoratos que contemporizan con el vándalo y el delincuente antes que aplicar la ley; éstos, después de años de hacer lo mismo y obtener con ello privilegios sin fin, han pasado a las típicas exigencias de un movimiento que busca derrocar al gobierno, más que la satisfacción a demandas de orden magisterial.
¿Cómo compaginar las dos realidades? ¿Cómo explicar que el México del cual hablamos en éste o aquel país ante audiencias diversas, no es el que se quedó allá, a miles de kilómetros en términos de distancia pero, a años luz en materia de vigencia y respeto del Estado de derecho, y a años luz de una comprensión clara del papel que juega en el desarrollo una verdadera cultura de la legalidad?
¿Acaso lo que dejamos aquí, jamás será conocido por los que arrobados escuchan nuestros elogios sin fin, a una realidad que sólo es para consumo exterior? ¿Reinventaríamos lo que solíamos hacer antes de nuestra apertura económica, cuando había “productos de exportación”, y productos chafas de mala calidad para consumo interno?
¿Tenemos entonces hoy, una “realidad de exportación” que es la que presentamos y explicamos detalladamente a diversas audiencias en el exterior y otra interna, la violenta, caracterizada por la violación sistemática de la ley y el desprecio total del Estado de derecho?
¿Así conduciremos, a partir de ahora, nuestras relaciones con el exterior? Si esto fuere cierto, ¿qué haremos para evitar que los de afuera, se enteren de la realidad “real” de nuestro país?
¿Cómo explicar a algún observador inquisitivo (“Que inquiere y averigua con cuidado y diligencia las cosas o es inclinado a ello”), que “la realidad de afuera” es la de aquí, pero con alguna capa ligera de maquillaje para ocultar ésta o aquella arruguita? ¿No es eso lo que hacen los países, cuando tratan de “venderse” en el exterior para atraer inversionistas?
Sin el menor ánimo de entrar en una discusión acerca de esto último que al final, a nada bueno conduciría, prefiero recordar lo que nos pasó hace varios sexenios cuando practicamos dicha política de manera deliberada y sistemática.
Al final, la única realidad, la que se vive y sufre cotidianamente; la que reconoce y acepta las causas de sus problemas; la que los enfrenta de manera decidida para, al darles solución la cambia, termina por salir a flote y exhibir nuestros burdos intentos por acallarla.
¿Por qué no aprender del pasado? ¿Por qué no reconocer, enfrentar y resolver nuestros problemas por graves que sean? De hacerlo, no habría necesidad de dos realidades; la de “exportación” y la de consumo interno.
Esto, que podría no gustar a algunos, rendiría más y mejores frutos que tratar de ocultar lo que todos conocen.

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