Hace
frío en La Haya. Por la ventana se ve a una gaviota que ha encontrado
un trozo de galleta tirado en la acera. En el cálido local de un bar
varios activistas hablan de sus respectivas realidades. Desde una
esquina de la mesa un periodista mexicano explica el riesgo de ejercer
la profesión de informador en una realidad donde las palabras se pueden
pagar con la vida. Todos escuchamos en silencio, imaginando la redacción
de noticias baleada, los colegas secuestrados o asesinados, la
impunidad. Después interviene el saharaui y sus palabras son como arena
que se mete en los ojos, los enrojece y hace que las lágrimas afloren.
También las anécdotas del norcoreano me estremecen. Nació en un campo de
prisioneros del cual pudo escapar a los 14 años. Sigo cada una de esas
historias, puedo vivirlas. Amén de las culturas y la geografía el dolor
es dolor en cualquier parte. En pocos minutos paso de estar en medio de
un tiroteo entre cárteles a una tienda en el desierto y después al
cuerpo de un niño tras las alambradas. Logro ponerme en la piel de todos
ellos.
Aguanto la respiración. Me llega el turno de hablar. Cuento de los actos de repudio, las detenciones arbitrarias, los fusilamientos de la reputación y de una nación en balsa que cruza el estrecho de La Florida. Les hablo de las familias divididas, de la intolerancia, de un país donde el poder se hereda por vía sanguínea y nuestros hijos centran sus sueños en escapar. Y entonces llegan todas esas frases que he oído cientos, miles de veces. Nada más decir las primeras palabras ya sé por dónde vienen: “pero ustedes no pueden quejarse, tienen la mejor educación del continente”… “sí, será así, pero no puedes negar que Cuba se ha enfrentado a Estados Unidos por medio siglo”, “bueno no tienen libertad, pero salud pública no les falta”… y un largo repertorio más de estereotipos y falsas conclusiones sacadas de la propaganda oficial. La comunicación se ha roto, el mito se ha impuesto.
Un mito alimentado por cinco décadas de distorsión de nuestra historia nacional. Un mito que ya no apela a la razón, sino a la creencia ciega; que no acepta críticos, solo adeptos. Un mito que hace imposible que tantos nos entiendan, que se sintonicen con nuestros problemas. Un mito que ha logrado que a muchos les parezca bien para nuestra nación lo que nunca aceptarían para la suya. Un mito que ha roto el canal de la normal simpatía que genera en cualquier ser humano la víctima. Un mito que nos tiene atrapados con más fuerza que este totalitarismo bajo el que vivimos.
La gaviota se lleva su pedazo de dulce en el pico. En la mesa se vuelve a hablar de África del Norte y de México. Pierde sentido explicarles mi Isla. Para qué, si todo el mundo parece saberlo todo de nosotros, incluso sin nunca haber vivido en Cuba. Me estremezco de nuevo al escuchar la cruda vida de esos activistas, me coloco en su lugar otra vez. ¿Y quién se pone en el nuestro? ¿Quién deshace este mito en el que estamos atrapados?
* Yoani Sánchez es filologa, periodista y bloguera cubana. Vive en La Habana y fantasea con que habita una Cuba a punto de cambiar
Aguanto la respiración. Me llega el turno de hablar. Cuento de los actos de repudio, las detenciones arbitrarias, los fusilamientos de la reputación y de una nación en balsa que cruza el estrecho de La Florida. Les hablo de las familias divididas, de la intolerancia, de un país donde el poder se hereda por vía sanguínea y nuestros hijos centran sus sueños en escapar. Y entonces llegan todas esas frases que he oído cientos, miles de veces. Nada más decir las primeras palabras ya sé por dónde vienen: “pero ustedes no pueden quejarse, tienen la mejor educación del continente”… “sí, será así, pero no puedes negar que Cuba se ha enfrentado a Estados Unidos por medio siglo”, “bueno no tienen libertad, pero salud pública no les falta”… y un largo repertorio más de estereotipos y falsas conclusiones sacadas de la propaganda oficial. La comunicación se ha roto, el mito se ha impuesto.
Un mito alimentado por cinco décadas de distorsión de nuestra historia nacional. Un mito que ya no apela a la razón, sino a la creencia ciega; que no acepta críticos, solo adeptos. Un mito que hace imposible que tantos nos entiendan, que se sintonicen con nuestros problemas. Un mito que ha logrado que a muchos les parezca bien para nuestra nación lo que nunca aceptarían para la suya. Un mito que ha roto el canal de la normal simpatía que genera en cualquier ser humano la víctima. Un mito que nos tiene atrapados con más fuerza que este totalitarismo bajo el que vivimos.
La gaviota se lleva su pedazo de dulce en el pico. En la mesa se vuelve a hablar de África del Norte y de México. Pierde sentido explicarles mi Isla. Para qué, si todo el mundo parece saberlo todo de nosotros, incluso sin nunca haber vivido en Cuba. Me estremezco de nuevo al escuchar la cruda vida de esos activistas, me coloco en su lugar otra vez. ¿Y quién se pone en el nuestro? ¿Quién deshace este mito en el que estamos atrapados?
* Yoani Sánchez es filologa, periodista y bloguera cubana. Vive en La Habana y fantasea con que habita una Cuba a punto de cambiar
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