Juan José Rodríguez Prats
Acción Nacional es un partido con identidad, ha sabido
darle preeminencia al interés nacional. No necesitan decirnos qué es
bueno para México.
Un campo común de acción y de pensamiento, llegar a él con honestidad.
La recompensa menor será el hondo placer de darnos la mano sin reservas.
Manuel Gómez Morin
El PAN, desde su origen, ha sido una gran fuerza civilizadora que vino a darle a la política una buena dosis de mesura y de entendimiento. Antes de 1939, año en que emergió como institución política, la lucha por el poder se daba entre facciones sin reglas claras. El país todavía respiraba el olor a pólvora de Huitzilac (1927), el vasconcelismo (1929) y el maximato de Calles que concluye en 1935.
El debate sobre la actitud panista con el poder inicia antes de su fundación, entre Gómez Morin y José Vasconcelos. El fundador del PAN le dice al maestro en noviembre de 1928: “Se necesita para hacer una vida democrática en México la organización durable y el trabajo permanente de grupos que pueden adquirir fuerza bastante para imponerse al medio corrompido”.
El PAN, resistiendo la crítica perversa de quienes ven la transa o el simulacro en toda negociación, siempre propuso reformas para el beneficio de México. Me atrevo a calificarlo como el partido reformador y promotor de la democracia. Confrontándose inclusive con las llamadas izquierdas, se inclinó por contender en elecciones y por mejorar nuestras instituciones, desde el Congreso de la Unión y de manera gradual.
Destaco dos momentos relevantes:
1962. Adolfo Christlieb Ibarrola le imprime al PAN vocación de poder. Llega a acuerdos con Gustavo Díaz Ordaz, concretados en los diputados de partido. El partido reconoce el triunfo, por primera vez, de una elección presidencial y el gobierno promete reconocer los triunfos panistas y fortalecer el Estado de derecho, ofrecimientos no cumplidos, ante la represión estudiantil de 1968 y el fraude electoral en Yucatán (1969).
1988. Contrario al rechazo del Frente Democrático Nacional a toda negociación, Acción Nacional concierta con el gobierno reformas, tanto políticas como económicas, que conducen a la alternancia del poder. Sería prolijo mencionarlas todas y una cosa es cierta: hoy nadie se atreve, ni siquiera los recalcitrantes, a proponer su reversión.
El PAN jamás se ha negado a la negociación, es esencia de su doctrina, es divisa de su lucha política. Se le acusó de gradualismo, de mejorismo, pero la historia le dio la razón. Hoy se asume la misma actitud. Desafortunadamente la dirigencia se desbordó en sus manifestaciones de apoyo, a grado tal que el presidente del PRI asegura: “…vamos a seguir trabajando en ellas de muy buena fe por parte de los tres partidos firmantes del Pacto por México”. ¿A cuenta de qué habla a nombre de los tres?
Esto ha conducido a una crisis interna en el partido. Los acuerdos pasados, hechos con pudor, con dignidad, con sensibilidad política y con información a la militancia, difieren de la actitud de nuestra dirigencia actual. No dudamos de las reformas consideradas en el Pacto. La mayoría de ellas provienen de añejas propuestas panistas rechazadas por el PRI y el PRD cuando el PAN estuvo en el poder. Pero también es válido en política que, ante la acción del gobierno para concretar acuerdos, la oposición demande el respeto a la palabra y a los principios éticos.
Gustavo Madero ha subestimado a los grupos parlamentarios y a los órganos colegiados del partido asumiendo compromisos sin la suficiente labor de sensibilización y convencimiento. Por eso el malestar del panismo, evidente en el atropello priista en varios procesos electorales estatales.
Acción Nacional es un partido con identidad, ha sabido darle preeminencia al interés nacional. No necesitan decirnos qué es bueno para México. Además de la capacidad y el talento demostrado en otras ocasiones, se requiere tacto político y liderazgo humanista para, en estos momentos definitorios, posicionarse como el partido más responsable en el escenario nacional.
La recompensa menor será el hondo placer de darnos la mano sin reservas.
Manuel Gómez Morin
El PAN, desde su origen, ha sido una gran fuerza civilizadora que vino a darle a la política una buena dosis de mesura y de entendimiento. Antes de 1939, año en que emergió como institución política, la lucha por el poder se daba entre facciones sin reglas claras. El país todavía respiraba el olor a pólvora de Huitzilac (1927), el vasconcelismo (1929) y el maximato de Calles que concluye en 1935.
El debate sobre la actitud panista con el poder inicia antes de su fundación, entre Gómez Morin y José Vasconcelos. El fundador del PAN le dice al maestro en noviembre de 1928: “Se necesita para hacer una vida democrática en México la organización durable y el trabajo permanente de grupos que pueden adquirir fuerza bastante para imponerse al medio corrompido”.
El PAN, resistiendo la crítica perversa de quienes ven la transa o el simulacro en toda negociación, siempre propuso reformas para el beneficio de México. Me atrevo a calificarlo como el partido reformador y promotor de la democracia. Confrontándose inclusive con las llamadas izquierdas, se inclinó por contender en elecciones y por mejorar nuestras instituciones, desde el Congreso de la Unión y de manera gradual.
Destaco dos momentos relevantes:
1962. Adolfo Christlieb Ibarrola le imprime al PAN vocación de poder. Llega a acuerdos con Gustavo Díaz Ordaz, concretados en los diputados de partido. El partido reconoce el triunfo, por primera vez, de una elección presidencial y el gobierno promete reconocer los triunfos panistas y fortalecer el Estado de derecho, ofrecimientos no cumplidos, ante la represión estudiantil de 1968 y el fraude electoral en Yucatán (1969).
1988. Contrario al rechazo del Frente Democrático Nacional a toda negociación, Acción Nacional concierta con el gobierno reformas, tanto políticas como económicas, que conducen a la alternancia del poder. Sería prolijo mencionarlas todas y una cosa es cierta: hoy nadie se atreve, ni siquiera los recalcitrantes, a proponer su reversión.
El PAN jamás se ha negado a la negociación, es esencia de su doctrina, es divisa de su lucha política. Se le acusó de gradualismo, de mejorismo, pero la historia le dio la razón. Hoy se asume la misma actitud. Desafortunadamente la dirigencia se desbordó en sus manifestaciones de apoyo, a grado tal que el presidente del PRI asegura: “…vamos a seguir trabajando en ellas de muy buena fe por parte de los tres partidos firmantes del Pacto por México”. ¿A cuenta de qué habla a nombre de los tres?
Esto ha conducido a una crisis interna en el partido. Los acuerdos pasados, hechos con pudor, con dignidad, con sensibilidad política y con información a la militancia, difieren de la actitud de nuestra dirigencia actual. No dudamos de las reformas consideradas en el Pacto. La mayoría de ellas provienen de añejas propuestas panistas rechazadas por el PRI y el PRD cuando el PAN estuvo en el poder. Pero también es válido en política que, ante la acción del gobierno para concretar acuerdos, la oposición demande el respeto a la palabra y a los principios éticos.
Gustavo Madero ha subestimado a los grupos parlamentarios y a los órganos colegiados del partido asumiendo compromisos sin la suficiente labor de sensibilización y convencimiento. Por eso el malestar del panismo, evidente en el atropello priista en varios procesos electorales estatales.
Acción Nacional es un partido con identidad, ha sabido darle preeminencia al interés nacional. No necesitan decirnos qué es bueno para México. Además de la capacidad y el talento demostrado en otras ocasiones, se requiere tacto político y liderazgo humanista para, en estos momentos definitorios, posicionarse como el partido más responsable en el escenario nacional.
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