por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
En las últimas semanas se ha puesto en boga en El Salvador una vieja
teoría que muchos intelectuales salvadoreños no sabían que existía y por
tanto consideran original. La teoría ha sido formulada incontables
veces, la más famosa de ellas publicada en 1901 por Vilfredo Pareto, economista, sociólogo y politólogo italiano, en su libro El auge y la caída de las elites.
Consiste en explicar los cambios en el manejo del poder como
inextricablemente asociados con los cambios en las elites. Según Pareto,
los pueblos son siempre gobernados por elites pero, por razones
sicológicas, las elites no duran y la historia es la narrativa del
continuo reemplazo de una elite por otra, que se manifiesta en
incesantes luchas por el poder.
En estas luchas, los miembros del grupo que quieren convertirse en la nueva elite jamás reconoce que lo que quiere es el poder.
Afirman con gran indignación que lo que quieren no es su propio bien
sino el de toda la ciudadanía, especialmente los pobres. Los miembros de
la vieja elite tampoco reconocen que están en una lucha por el poder.
Afirman también con indignación que lo que quieren es defender los
principios fundamentales que han dado nacimiento a la sociedad. Es
decir, tanto los unos como los otros ocultan sus verdaderas intenciones
en esta lucha por el poder. Pero hay algunas diferencias entre los dos
grupos.
Una de las más claras, según Pareto, está en las actitudes con las
que los dos grupos entran en la batalla: una agresiva, la otra tímida.
La elite en declinación, acostumbrada a vivir en medio de los lujos, se
ha vuelto más mansa y menos apta para defenderse, trata de mantener las
apariencias de honradez y honestidad en el manejo de los fondos
públicos, está más inclinada a llegar a un arreglo con la elite en
ascenso, mantiene la esperanza de que el nuevo grupo la necesitará para
manejar las cosas y trata de quedar bien con ella mostrándole un gran
respeto. La elite en ascenso, por otro lado, se vuelve cada día más
insolente con la elite en declinación, no esconde su rapacidad en el
manejo del gobierno y los fondos públicos, no trata de esconder que
viola las leyes porque cree que esto demuestra su poder y aumenta su
prestigio, insulta continuamente a la vieja elite, se burla de ella y no
tiene ningún empacho en hacer trampa abiertamente para consolidarse en
el poder. Mientras los de la elite en descenso hablan de su solidaridad
con los de la nueva elite y su deseo de adoptar su pretendida ideología,
los de la elite en ascenso hablan de luchas de clase, dicen
abiertamente que desean destruir a la vieja elite y proceden a hacerlo
mientras los de la vieja pretenden que no ven.
En las palabras de Pareto, "Aquí hay dos ejércitos, A y B y están
confrontándose…Los del ejército A ni siquiera se atreven a decir
claramente que están peleando contra B, y pretenden que están en paz con
él en medio de la guerra…Por otro lado, los hombres de B saben lo que
quieren y lo quieren fuertemente, mantienen disciplina, tienen fe en su
bandera, la mantienen alta y dicen claramente que quieren derrotar a A,
que lo quieren dispersar y destruir". Por supuesto, una vez en el poder,
la nueva elite no volverá a acordarse del bien social o de los pobres, y
usará su dominio para enriquecerse y vivir bien. Esto, a su vez, los
volverá vulnerables al ataque de una nueva elite, que hará con ellos lo
que ellos hicieron con los anteriores.
En su aplicación a El Salvador, los que han estado proponiendo esta
explicación para lo que está pasando en el país alegan que no hay que
preocuparse si se están aumentando los casos de enriquecimientos
ilícitos y otros tipos de corrupción porque esto es
sólo el mecanismo por el cual una nueva elite acumula capital para poder
dominar a la sociedad. Todas las elites lo hacen, y la elite actual lo
hizo cuando estaba en ascenso, dicen los proponentes de esta idea.
Al decir esto han ido más allá de lo que dijo Pareto, que nunca
sugirió que la corrupción estaba bien. Más que dar una explicación de lo
que está pasando, han buscado justificar la corrupción con argumentos
que pretenden ser científicos. Al hacerlo, están dando la espalda a una
realidad muy clara: que las elites no tienen que formarse robando al
estado o con otras formas de corrupción.
En realidad, justificar la corrupción con el argumento de que antes
hubo corrupción no es aceptable ni moral ni pragmáticamente. Lo que
tenemos que lograr para desarrollarnos es precisamente crear un sistema
institucional que no permita que los que quieren formar parte de la
elite busquen lograrlo a través de la corrupción. Hay una gran
diferencia entre volverse rico robando al pueblo como Mobutu, el
dictador del Congo, a volverse billonario brindando innovaciones al
pueblo, como Steve Jobs de Apple, Andrew Grove de Intel o Larry Page y
Sergei Brin de Google. Como en todos los países desarrollados, lo que
tenemos que hacer es acotar al estado para minimizarlo y volver menos
arbitrario su poder, para así minimizar las oportunidades de que los
políticos quieran volverse millonarios a costa del pueblo entero.
Por supuesto, los aspirantes a ser de la nueva elite a través de
apropiarse de fondos públicos siempre exigen que se aumente el tamaño y
el poder del gobierno, y por supuesto dicen que esto debe ser así para
favorecer a los pobres y a la sociedad en general. Este, sin embargo, es
el camino de todos los caudillos que han llevado a la América Latina a
la pobreza.
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